El Ágora
Octavio Campos Ortiz
En una absurda y desquiciada estrategia legislativa, el inquilino del ex edificio virreinal presentó en el recinto que ocupara la Cámara de Diputados en el siglo XIX en Palacio Nacional veinte iniciativas para modificar, en 18 de ellas, la Carta Magna de 1917.
Amo de las puestas en escena y de la manipulación subliminal, émulo de Moliere -creador de las comedias, las farsas y las tragicomedias-, el presidente buscó representar su proyecto político transexenal en el recinto parlamentario donde se fraguó la Constitución liberal de 1857 y que normó a la República juarista. No pudo tener mejor escenario para imponer su narrativa a un empobrecido gabinete, sin la presencia de contrapesos, sin los incómodos Poderes Legislativo y Judicial.
No los necesitaba, porque en ese momento él encarnaba a la nación toda, más aún suplantaba a los Constituyentes mismos. Diseñaba su propia Ley Suprema y descalificaba a los patrióticos diputados reunidos en Querétaro que dieron al país un marco normativo de avanzada para regular, con gran sentido democrático, el pacto social que reivindicaba los postulados de la Revolución Mexicana.
Pero de un plumazo, el Ejecutivo se yergue en patricio y pretende imponer un sistema populista y un programa de gobierno que debe cumplir su leal sucesora, en caso de que llegue. Si no, está latente la tentación de una elección de Estado, avalada por un árbitro electoral a modo.
Su obsesión es mantener sometido al Congreso con abyectos legisladores y acabar con los ministros de la Corte para tener jueces carnales que frenen cualquier acción en contra de los abusos del poder. Por eso le urge a la 4T amarrar el triunfo electoral tanto en la presidencia como en la composición de las Cámaras y contar con la mayoría calificada.
Actualmente no la tiene, por lo que sabe que en este periodo de sesiones no pasarán sus iniciativas, pero la no aprobación de demagogas propuestas como las pensiones al cien por ciento -que en realidad solo llegarían a poco más de 16 mil pesos-, la reducción de los legisladores plurinominales -reforma política que posibilitó el acceso de la oposición al Congreso- y la desaparición de los organismos autónomos para utilizar su presupuesto en programas sociales será utilizada como bandera electoral para ganar votos; en un eventual triunfo de la 4T relanzarían las iniciativas en septiembre, todavía bajo la administración del tabasqueño.
Más allá de su intención megalómana de pasar a la historia como un gran presidente, lo que busca es heredar su proyecto político. No hay un nuevo pacto social, solo administrar la pobreza bajo el principio de que un Estado paternalista y proveedor es lo mejor para los miserables.
Las iniciativas -sin exposición de motivos y exhibidas en folders-, no son en sí mismas una nueva Constitución, son el proyecto de campaña de la ungida de la 4T, ya que ella no tiene el talento ni la independencia para hacer un programa de gobierno propio.
Mientras tanto, esta farsa de pretender “carrancearse” la función de los constituyentes es, además de conservar el poder hasta el último tramo de su sexenio, un acto desesperado por impulsar a quien dicen lleva una ventaja de dos a uno y distraer a la opinión pública de los verdaderos asuntos de Estado que afectan la vida nacional, como son las acusaciones de la DEA en contra del presidente y que no han sido desmentidas por la Casa Blanca ni se han disculpado como lo pidió el propio mandatario mexicano.
El que Obama haya cerrado el caso, no presume la inocencia del imputado, sino que se desestimó por recomendación de un Comité de Asuntos Relevantes que consideró innecesario afectar la relación México-Estados Unidos.
Esperemos que el voto razonado de los ciudadanos frene esta intentona de violentar de nueva cuenta una Constitución que ha amparado a los mexicanos por más de 70 años y que ha frenado los abusos de poder y los excesos -mediante la división de poderes-, de un presidencialismo omnipresente, omnímodo y omnipotente.