“No hay hombres impotentes Sino mujeres incompetentes”. Elías Nandino
Magno Garcimarrero
I
Es curioso observar que en las culturas precolombinas existen poquísimos vestigios del amor de los hombres hacia las mujeres, en cambio abundan los de repudio de ellas, como cuando practican la prostitución, y así también en las leyes sancionando el adulterio femenino.
El cielo azteca estaba habitado por dioses de toda laya, pero ninguno del amor como lo fue Cupido o Eros en las viejas culturas occidentales.
Es muy probable que los hombres mexicanos no amaran a sus mujeres, sino que vieran en ellas únicamente, seres que hacían posibles la generación de nuevos hombres. De ahí, la única posibilidad de deificación para la mujer era mediante la muerte en el parto… de un varoncito.
Hay fundamento para suponer que confundían el amor con cierta enfermedad cuyos síntomas han quedado descritos por Sahagún en la Leyenda histórica acerca de un vendedor itinerante de chiles en el mercado de Tula, en la época del rey Huémac, último soberano de los tolteca, de quien se dice tenía una hija muy hermosa que, por su misma belleza fue codiciada por muchos que pretendían casarse con ella. Un día un vendedor se presentó en el tianguis totalmente desnudo, como era costumbre de los huasteca. La hija del rey lo vio en toda su desnudez y comenzó a enfermarse de antojo; se hincho de todo el cuerpo y se puso muy enferma, cuándo el rey Huémac preguntó por su hija le informaron que estaba “mala de amores” por culpa del chilero huasteco. Mandaron buscar al vendedor y lo encontraron sentado en el mercado frente a su puesto. Huémac le reclamo no llevar maxtlath para cubrirse. El chilero le respondió que era la costumbre de su tierra. El soberano entonces le insistió: “Vos antojasteis a mi hija, voz habéis de curarla”. El chilero se convirtió en el yerno del rey y la hija sanó. (Referido por Sahagún -Historia General de las Cosas de la Nueva España).
El cronista Chimalpaín da testimonio de que “en el año 13 Caña (1449) vinieron a cantar a México los vasallos de Amecameca y los Chalca Tlalmanalca. Lo que entonaron fue el “Chalca Cihuacuicatl” (Canto de las mujeres de Chalco) para el señor Atzayacatzin; compuesto por el poeta Aquiauhtzin, que hace notar sin duda un dejo de burla de los sometidos hacia el dominador Atzayacatl pues contiene un reto que las mujeres chalca hacen supuestamente al tlatoani mexicano:
“Acompañante, acompañante pequeño,
tú, Señor Atzayacatl
Si en verdad eres hombre, aquí tienes donde afanarte.
¿Acaso ya no seguirás, seguirás con fuerza?
Haz que se yerga lo que me hace mujer,
Consigue luego que mucho de veras se encienda.
Ven a unirte, ven a unirte:
Es mi alegría.
Dame ya el pequeñín,
El pilón de piedra (mitlapile)
Que hace nacer en la tierra.
Habremos de reír, nos alegraremos,
Habrá deleite, yo tendré gloria,
Pero no, no, todavía no desflores,
Compañerito, tu señor, pequeño Atzayacatl.” (*)
*Fragmento tomado de Literaturas de Meso América de Miguel León Portilla.
II
No es aventurado afirmar que la condición de la mujer en Meso América pre conquistada, es tan insignificante, que el varón no se digna enamorar y mucho menos hacer arte en su honor. Es ella desde su submundo de sumisión la que canta en tono de reclamo y desamor al hombre que se ocupa de la guerra, del comercio y en general de la vida pública, con olvido absoluto de la mujer que sólo es requerida para la reproducción y para el servicio doméstico; condición que llega hasta nuestros días en el retablo vulgar que les concede como única alternativa la bondad para el metate y el petate.
Aunque nos parezca extraño, la primera noticia de amor que tenemos en México tal como lo conocemos ahora, es sin lugar a dudas la relación que nace entre Malinche y Hernán Cortés, a pesar de que éste con un desprecio de primera intención la dio por rehén-esposa a su capitán Alfonso Hernández Puertocarrero, y después a Juan Jaramillo y en el ínterin la preño de Martín Cortés. Según dice Bernal Díaz del Castillo en su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España; y añade como de voz de la misma Doña Marina a su paso por Coatzacoalcos, cuando Cortés le ofrece vengar la afrenta que sus familiares le hicieron siendo niña al venderla como esclava a los Xicalanca: Que no era necesario, que los perdonaba; “”Que Dios le había hecho merced en quitarla de adorar ídolos ahora, y ser cristiana, y tener un hijo de su amo y señor Cortés, y ser casada con un caballero como era su marido Juan Jaramillo; que aunque la hiciera cacica de todas la cuantas provincias había en la Nueva España, no lo sería, que en más tenía servir a su marido y a Cortés que cuanto en el mundo hay””.
Este amor de vasallaje es el abrevadero de toda la literatura erótica. El amor duele y el artista adolorido lo único que acata es a producir poesía. El poeta es como el ostión: cuando algo le lastima hace una perla. El amor bien correspondido no genera poesía, genera familia.
M.G.