KAIRÓS
Francisco Montfort
¿Qué tanto ha cambiado la sociedad mexicana? Salió de su ensimismamiento tradicional, esa especie de hibernación que fuer
De la quiebra moral, económica y política de 1982, no se recuperó.
Desde entonces y hasta 2018 parecía fortalecida por el infortunio y totalmente decidida a buscar un lugar entre las naciones modernas, desarrolladas y democráticas, puestas a construir un Estado exitoso.
En 2018 protagonizó una parada en seco.
Decidió buscar otra ruta. No sabemos si los años anteriores modificaron su visión del mundo y quería otro tipo de liderazgo dentro de ese proceso de modernización o, de plano, quiere encerrarse otra vez a mirarse el ombligo, como ha mostrado el actual gobierno en los últimos seis años.
Lo veremos en las próximas elecciones.
Lo único cierto, hasta el momento, es que nuestra sociedad nunca había vivido un periodo de encono en contra del futuro de sí misma. Nunca, en su historia, por lo menos desde el fin de la Guerra Cristera, experimentó, en su seno, una división tan dolorosamente paralizante como la actual. Nunca esperó, menos aún, que esa dolosa división fuera promovida por su presidente democráticamente electo.
Hoy día la sociedad mexicana luce desteñida, agria, insegura de sí misma. Sus noches parecen más oscuras. Su tiempo parece correr, también, más de prisa. Ve con asombro y estupefacción las críticas de un bando político contra otro. Vive desconcertada ante el imperio de la mentira promovida desde el púlpito presidencial.
¿Cómo descifrar su presente en medio del odio, descalificaciones, bajezas, injurias presidenciales? ¿Qué sociedad puede construir su futuro si reinan en ella las mentiras oficiales como método de gobierno? En esta sociedad mexicana de las prisas por llegar a casa con vida, por encontrar trabajo, por mejorar los ingresos o por encontrarlos de manera legal, no parece sensato solicitar que paremos un momento y reflexionemos sobre los problemas radicales, es decir, de fondo y, en consecuencia, vislumbremos soluciones y pensemos quiénes son los mexicanos más aptos para iluminar su horizonte.
El período electoral es el menos apto para dialogar con serenidad e inteligencia. Es el tiempo de las pasiones políticas. Esta situación de fuertes debates es la mejor etapa para proponer soluciones y hacer uso de la lucidez intelectual. Es el tiempo de las grandes propuestas. Esta contradicción es insalvable. Pero es nuestro tiempo si queremos asegurar el futuro prometedor que todos anhelamos. Sin importar el bando político.
Dos paradigmas a escala del mundo son predominantes. La democracia electoral como forma de elegir gobierno es el primero. En este año más de dos mil millones de personas vivirán la experiencia de participar en elecciones y esta experiencia impactará sobre la mitad de la población mundial. Serán más de 100 los países que tendrán elecciones, cerca de la mitad, presidenciales.
El segundo paradigma, según se constata a través de la ONU, es la organización de los países como Estado Nación. Existen alrededor de 200 estados soberanos. En este paradigma existen unos pocos exitosos y muchos fracasados: “Así, la política global sigue el principio de Anna Karenina, todos los estados exitosos son iguales, pero cada Estado fracasado fracasa a su manera, al faltarle tal o cual ingrediente de la oferta política dominante” afirma con tino Yuval Noah Harari en su obra 21 lecciones para el siglo XXI, Debate, 2020.
El Estado mexicano es un Estado fracasado.
Baste mencionar que desde su origen independiente y hasta la fecha, con diversas modalidades de dominio político, diferentes ideologías y organizaciones partidistas, “hombres fuertes” o electos democráticamente, nunca ha podido resolver ninguno de los grandes problemas nacionales tales que la desigualdad, la seguridad alimentaria, el acceso a la justicia y la primacía absoluta de la ley, o bien, construir alguno de los bienes sociales de cobertura universal que conforman lo que ahora llamamos, en conjunto, Estado de bienestar.
Este fracaso concierne a la sociedad mexicana en su conjunto. De nada sirve culpar solo a los políticos.
La sociedad ha aceptado, en ocasiones con esperanzas, en otras por impotencia, complicidad o simple asentimiento de indiferencia que ejerzan el poder militares y civiles, liberales y conservadores, derechistas e izquierdistas, revolucionarios y reformadores.
Así que la gran tarea pendiente que a todos nos involucra en este presente es pensar el Estado. En construir un Estado exitoso.
Ahora mismo está a debate una enésima propuesta de reformas constitucionales para redefinir la organización del Estado mexicano.
En esta ocasión, como traje a la medida de un tropical reyecito o de una reina capitalina, que carecen de buena cabeza para portar con honor la corona real de una república que aspira a ser moderna, democrática y desarrollada.
¿Por qué este personaje de dudosas capacidades intelectuales, éticas, psicológicas y sin destrezas de buen gobernante ha introducido a nuestra vida pública las bases del maléfico Estado Neopopulista?
Los ciudadanos no votaron, inicialmente, por una oferta contraria a la democracia liberal. Ante la corrupción gubernamental, aunada a la inseguridad pública, falta de empleos bien remunerados, la impotencia para disminuir la economía informal, la ausencia de condiciones para abrir negocios legales o ejercer una profesión o un oficio independiente muchos mexicanos votaron por un cambio, debido al cansancio de las promesas incumplidas.
Muchos votaron en contra de los excesos de un gobierno que mostraba corrupción y dispendios de buena vida en medio de las dificultades económicas de las mayorías. Votaron a favor del destemplado candidato de 2018 aquellos mexicanos cansados con las exigencias y exclusiones de la modernidad y otros nostálgicos del hombre fuerte que promete resultados buenos, bonitos, baratos e inmediatos.
El Estado Neopopulista llegó porque el señor López convenció a una mayoría de que, gracias a él, el país tendría desarrollo, verdadero progreso económico, seguridad pública y más sin hacer sacrificios. Modificar el Estado y la democracia nunca estuvo en el debate de su ascenso. Sí, en cambio, el mejoramiento de la vida individual y familiar a cargo del Estado, sin la exigencia de la engorrosa productividad, ni la temida competitividad que combatió con denuedo. Ahora, el fracaso de tantas promesas incumplidas ya asoma el rostro en muchos sectores sociales, junto con su nuevo desencanto. ¿Qué hacer? Conjurar el continuismo populista.
francisco.montfort@gmail.com