KAIRÓS
La sociedad contemporánea se articula en torno a la velocidad. Los ciudadanos viven sometidos a las grandes exigencias impuestas por la pequeña vida de la inmediatez.
Por sus prisas, los ciudadanos exigen comunicaciones cortas, mensajes breves, lecturas pequeñas.
Esta vida de vértigo no es la misma si se vive en una sociedad desarrollada, que en una lastrada por las taras del subdesarrollo.
En aquellas sociedades sostenidas por la innovación permanente y las exigencias académicas y laborales de férrea disciplina y alta calidad de los bienes y servicios producidos, la rapidez es una exigencia laboral consustancial a la vida cotidiana.
En sociedades como la nuestra, con pequeños núcleos de población moderna y una mayoría de ciudadanos premodernos, la velocidad es asumida sólo como prisa, como obligación de ofrecer resultados inmediatos, pero… sin importar mucho la calidad del trabajo y sus consecuencias.
Un ejemplo lamentable de nuestra “sociedad de las prisas” es la oferta de servicios educativos con escuelas y universidades que otorgan los grados en el menor tiempo posible y sin esfuerzo.
Pululan los nuevos maestros y doctores con títulos objeto de las prisas. ¡Se entregan grados hasta en un día, como lo comprueba el título de abogado del nuevo secretario de seguridad de la CDMX!
La velocidad de vida es una consecuencia de la incesante innovación científica y tecnológica, aplicada a todos los procesos productivos. Es fruto de la competitividad de los actores económicos y de la competencia entre negocios y naciones, nacional e internacional, de la sociedad globalizada.
En este ambiente, existen millones de personas agobiadas por las altas exigencias laborales cotidianas en sociedades desarrolladas, o impedidas a participar de ese nuevo mundo (los WASP del centro de USA).
O bien son millones angustiados por no tener empleo y, en ocasiones, por la falta absoluta de ingresos, en México, por ejemplo.
Ambiente propicio para la oferta política de ofrecer cambios inmediatos: una propuesta digna de ser respaldada.
Poco importa que la oferta política esté formada por salidas en falso. Lo importante para muchos ciudadanos estriba en encontrar a alguien que tome en cuenta sus angustias, sus fobias.
Y que se comprometa a eliminar, de inmediato, las causas de su profundo malestar.
La sociedad veloz es ajena a la reflexión, al duro ejercicio del análisis en calma sobre los verdaderos problemas que enfrenta. La sociedad contemporánea es propicia a las ofertas políticas fáciles, simplistas y simplificadoras.
Este es el campo nocivo donde florece el Nuevo Populismo. Diferente al de la Italia fascista, de la Alemania nazi, la URSS soviética, la Argentina de Perón y del México de Cárdenas.
Actualmente no es la democracia, exclusivamente, la que tiene problemas frente a los enormes desafíos que impone el Nuevo Populismo.
Podemos identificar una visión compleja de la reaparición de un fenómeno social que parecía dejado atrás históricamente.
Esta visión sugiere que el Nuevo Populismo es sí, una resultante de fallas profundas en el funcionamiento del Estado. Pero porque este aparato de comando es incapaz de gestionar, o gerenciar, la intersección de tres grandes procesos sociales, tres fenómenos de la era contemporánea.
El Nuevo Populismo proviene menos de fallas democráticas. Es el resultado de la impotencia del Estado para modelar esa complejidad de procesos interdependientes que llamamos desarrollo, para ofrecer a todos los habitantes de una sociedad una vida de placeres largos y menores exigencias laborales.
Es falla, para otros muchos ciudadanos, por no tener la posibilidad de forjar una vida sin carencias de servicios públicos básicos y con satisfactores que no los condenen a una deprimente e insuperable desigualdad y, por el contrario, aliente a tener elementos para un ascenso constante de su vida material.
El Nuevo Populismo es también el resultado de un Estado incapaz de ofrecer un proceso universal de modernización de la gran masa de mujeres y hombres, que no pueden responder, por carencias culturales y académicas, a las siguientes tres grandes exigencias.
A los desafíos impuestos por las innovaciones científicas y tecnológicas, a través del uso de artículos para la producción y para el consumo, que aceleran la obsolescencia de labores productivas, oficios, profesiones.
A las exigencias ciudadanas de una vida de participación política y social, en el marco de la legalidad y respeto a la vida democrática de sus comunidades.
Finalmente, para hacer frente a los estrictos requisitos de vivir sus vidas personales conforme a los dictados de su libertad individual, sin la idea de ayuda y salvación arropados por un discurso religioso.
Esta columna propone dejar de inflar la palabra democracia, convertida en palabra axial que todo lo explica, y que termina como recurso impotente de explicación y acción frente a los grandes desafíos contemporáneos.
Pensar en la complejidad del Nuevo Populismo y cómo frenarlo es nuestra gran tarea. Los peligros de este nuevo fenómeno, en México, es una cuestión de vida o muerte. Recordemos la situación de Venezuela.
francisco.montfort@gmail.com