Rúbrica
Por Aurelio Contreras Moreno
Desde que llegó a la rectoría de la Universidad Veracruzana, Martín Aguilar Sánchez ha hecho gala de su gran propensión a doblar la cerviz ante quienes lo colocaron ahí. Lo cual sería solamente un asunto personal de falta de dignidad, si no repercutiera directamente en la casa de estudios.
Aunque no la manifiesta abiertamente, es muy clara la afinidad del rector hacia el régimen de la pretendida “cuarta transformación”. O más bien, su mansedumbre, muy acorde con los modos del sexenio que exigen “lealtad absoluta”, traducida ésta como obediencia ciega a las órdenes de la cúpula.
Así, desde que asumió la rectoría de la UV, Aguilar Sánchez se puso “a las órdenes” del gobernador Cuitláhuac García Jiménez, quien le ha impuesto agenda, rumbo y tono. Y que principalmente, le escamoteó los recursos que le corresponden constitucionalmente a la casa de estudios, sin que su principal autoridad tuviese las gónadas necesarias para exigir el cumplimiento de la ley, que de por sí es algo que a los gobiernos morenistas les tiene sin cuidado.
La lastimosa campaña que montó para casi suplicarle al gobierno de Cuitláhuac García que le “concediera” a la Universidad el 4 por ciento del presupuesto total del estado, no fue más que una vergonzosa simulación con la cual, además, se pasó a traer a la comunidad universitaria que creyó que la exigencia, con fundamento constitucional, iba en serio.
Cuando en el gobierno le dejaron en claro que le darían a la Universidad lo que a ellos les diera la gana, la respuesta de Martín Aguilar no fue para asombrar a nadie: agachó la cabeza y se “resignó”. Se acabó la campaña #PorEl4porciento y ya, como si no hubiese pasado nada. Como si no se le estuviesen robando sus recursos a la UV.
Anodino, Martín Aguilar ha “nadado de muertito” todo su rectorado, al estilo de la “muñeca fea” de la canción de Cri-Crí: temeroso de que alguien lo vea, agazapado en su torre de Lomas del Estadio de la que solo sale de vez en cuando. Y cuando sale, ni cómo ayudarlo.
Las últimas dos semanas han sido como para borrarlas de la historia de la Universidad Veracruzana, aunque por el contrario, quedarán marcadas como un estigma en la frente por la actitud servil de un rector que no se ha enterado que la UV es una institución autónoma.
El pasado 19 de febrero, de su propia mano Martín Aguilar le entregó al gobernador Cuitláhuac García un reconocimiento como “inventor” por una patente concedida por el Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual. Hecho que provocó un escándalo ante la evidente intención de adular a un mandatario sin logro alguno, que va de salida y para lo cual, se usó a otros académicos cuyos merecimientos quedaron ensombrecidos por la zalamería de su máxima autoridad ante el poder.
Siguiendo fielmente el guion del grupo político “tetratransformado” que lo mangonea, Martín Aguilar respondió a los críticos de sus desatinos con acusaciones pueriles de “ataques” y “desinformación”, usando para ello los canales institucionales de comunicación de la Universidad, justificándose en que la patente la otorgó el IMPI y no él, pero sin explicar por qué entonces le dio un reconocimiento oficial en un acto público si, precisamente, fue un organismo externo a la UV el que concedió el registro del “invento”. Además, dicho sea de paso, que muchísimos otros académicos universitarios han obtenido patentes de sus creaciones sin que la institución les dé ni las gracias.
La última de Aguilar Sánchez fue un pronunciamiento dirigido “a la comunidad universitaria”, en el que este jueves la Universidad Veracruzana “se deslinda de la firma que aparece en la ‘Carta de apoyo a quienes hacemos periodismo en México, para resguardar los datos personales de Natalie Kitroeff, Jefa de la corresponsalía del New York Times para México, Centroamérica y el Caribe”, cuyo número telefónico fue exhibido intencionalmente por el presidente Andrés Manuel López Obrador.
El Programa de las Américas del Comité para la Protección de los Periodistas difundió este miércoles una carta abierta firmada por 123 corresponsales y periodistas mexicanos, en respuesta a la revelación de los datos personales de Natalie Kitroeff, en la que le piden a López Obrador ejercer su “derecho de réplica sin poner en riesgo a periodistas”.
La UV justificó el deslinde manifestando que “no se consultó a la institución sobre el uso de su nombre”. En efecto, en la carta se incluyó entre los firmantes a la Universidad Veracruzana, de forma genérica. Si no se le consultó, está en su derecho de apartarse.
Sin embargo, en su deslinde, la UV “aclaró” que cualquier integrante de la comunidad académica “está en su derecho de firmar el documento” si lo hace “a título personal”.
Varios de los periodistas firmantes lo hicieron mencionando su adscripción institucional como académicos. Una de ellos fue la reconocida catedrática y periodista veracruzana Guadalupe Mar, docente de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UV, quien en su condición de integrante de la comunidad universitaria firmó así, como Universidad Veracruzana.
Ahora resulta que la UV de Martín Aguilar intenta limitar la libertad de sus académicos para apoyar a sus pares en casos de violaciones a sus derechos humanos y a sus garantías individuales. No se vayan a “enojar” los “patrones” del rector.
Pero la Universidad Veracruzana no es Martín Aguilar, ni su camarilla. Mucho menos quienes a pesar de haberse formado y egresado de ahí, la maltratan. La Universidad es su comunidad, que trasciende por mucho a una rectoría abyecta y cobarde.
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