Por María Manuela de la Rosa Aguilar.
La guerra civil yemení, que ya lleva diez años, detonó desde el golpe de Estado sufrido en 2014 contra el presidente Al-Hadi, en donde primero los separatistas del sur y las fuerzas leales al gobierno de Al-Hadi, con sede en Aden, que se disputaban el control del país, pero luego surgió un nuevo frente, cuando entraron en conflicto con los guerreros hutíes, y las fuerzas leales al expresidente Salé. Pero además, la organización terrorista al-Qaeda en la Península arábiga, el Estado Islámico de Irak y el Levante también han tomando parte en el conflicto.
Al-Qāʿida en la Península Arábiga (AQPA) llegó a controlar algunos territorios en el interior y trechos de la costa, lo que motivó una intervención militar extranjera: la Operación Tormenta Decisiva, que comenzó cuando la coalición de Estados árabes, liderada por Arabia Saudí, inició una campaña aérea y terrestre en territorio de su vecino Yemen, el 25 de marzo de 2015, con el objetivo principal de repeler a las fuerzas hutíes, presuntamente respaldadas y armadas por Irán; sin embargo, las víctimas fueron en su mayoría parte de la población civil.
Yemen cuenta con una gran riqueza histórica y cultura que data de siglos atrás y, sin embargo, es uno de los países menos conocidos y al os que poca atención se le ha prestado.
Yemen se ubica al sur de la Península Arábiga, cuyo territorio cuenta con zonas costeras, montañosas y desérticas y tuvo una época de florecimiento, gracias a que llegó a ser el área más fértil de toda la península, donde importantes reinos tuvieron su apogeo, como el de Saba, además de la relevancia que tiene en la historia del desarrollo del Islam, un credo e expansión hoy día.
Actualmente Yemen ha saltado a la escena internacional y se le observa con cierto recelo, no sólo por la crisis y al grado de inestabilidad política y económica que ha padecido desde hace más de una década, a pesar de la unificación en los años noventa entre la República Árabe de Yemen (RAY) y la República Democrática Popular del Yemen (RDPY) para solventar la tremenda crisis; pero, el país no logró integrarse como nación y surgieron graves problemas de gobernabilidad, debido principalmente a la oposición manifiesta de diversos grupos separatistas, algunos de carácter secesionista en el sur como al-Ḥirāk, y en el norte y otras zonas, grupos armados con gran influencia en la sociedad, como el movimiento ḥūṯī (también conocido como Anṣār Allah), que ganó relevancia desde finales de 2010 y se consolidó a partir de 2014.
Un grupo que ha pasado inadvertido es la filial de al-Qāʿida en Yemen, denominada al-Qāʿida en la Península Arábiga (AQPA), una de las más fuertes y reconocidas fuera del “grupo central” que opera principalmente desde Pakistán, desde donde se han organizado no sólo actos terroristas en el interior de Yemen, como en la región, actividades que han trascendido al Mar Rojo y al Mediterráneo. Su presencia se ha insertado en el juego estratégico de la guerra que se desarrolla actualmente en Israel.
Los hutíes apoyan a Hamás en la guerra que estalló en Gaza el 7 de octubre del año pasado, tras el ataque que este grupo terrorista contra Israel y que dejó 1,200 muertos. Más de 22,000 personas han perdido la vida en el territorio palestino por los ataques con los que Israel respondió. Los rebeldes yemeníes advirtieron desde un principio que atacarían los barcos cuyo destino fuera Israel, aunque no está claro que todos los buques que han interceptado se dirigieran a Israel, lo cierto es que han cumplido su palabra y estos ataques han afectado en gran medida al sistema mercante marítimo internacional.
Los ataques del grupo yemení, que cabe enfatizar, es respaldado por Irán, han obligado a grandes navieras comerciales a cambiar su ruta y desviarse por el cabo de Buena Esperanza para llegar a Europa y Asia. Numerosos barcos han sido atacados por los hutíes, quienes justifican sus ataques afirmando que es en solidaridad con el pueblo palestino.
La respuesta de las potencias ha sido a nivel disuasivo, de lo contrario el conflicto en Medio Oriente podría haber escalado a una guerra mundial, viéndose involucrado Occidente, no sólo Estados Unidos, sino Gran Bretaña y Europa, que mantienen una alianza económica y militar de gran relevancia estratégica. Por esto sólo de manera selectiva los Estados Unidos ha respondido a los ataques de los rebeldes yemeníes. En diciembre pasado, por ejemplo, la fuerza naval estadounidense respondió a un ataque de los rebeldes hutíes tras la llamada de socorro de un barco de Maersk, ya que Estados Unidos lidera la coalición naval creada para garantizar la seguridad marítima internacional en el mar Rojo y el estrecho de Bab al Mandeb. El Comando Central Naval de Estados Unidos (CENTCOM) respondió a un ataque con fuego de los rebeldes chiíes hutíes en el mar Rojo y hundió tres barcas de los atacantes que directamente desafiaron a las fuerzas estadounidenses en el mar.
Y sin embargo, los rebeldes hutíes no se han detenido ante el peligro que supone desafiar a las potencias occidentales. Hace dos semanas hundieron el buque de carga Rubymar, registrado en Reino Unido, pero con bandera de Belice, que provocó una catástrofe ambiental, ya que transportaba 21 mil toneladas métricas del fertilizante químico sulfato de amonio.
Al parecer los frecuentes ataques a la navegación comercial son una provocación para que el conflicto palestino-israelí adquiera proporciones planetarias. Y por lo pronto Estados Unidos, Gran Bretaña y Europa han sido exhibidos en su incapacidad de disuadir a una aparentemente “humilde” milicia local, cuya fuerza viene de sus profundas conexiones con organizaciones terroristas tan poderosos que podrían detonar una nueva Gran Guerra. Y todo en medio de las próximas elecciones norteamericanas, la crisis política, económica y migratoria de Europa y el debilitamiento de la monarquía inglesa por la baja temporal del rey y de la futura reina consorte.