A propósito de los acontecimientos del viernes pasado, me tomo la licencia de compartir una historia personal. En 1995 conocí el Ecuador, fui invitado por el embajador de México Antonio Riva Palacio, ex gobernador de Morelos y su esposa Macaria, “Cayita” como afectuosamente la llamábamos. Fueron unos anfitriones extraordinarios y los mejores cicerones. La residencia de la embajada era una casa bonita en El Batán un barrio apacible y bien ubicado. Con los Riva Palacio conocí Quito y algunas localidades del interior, la capital era tranquila, amable y ordenada en general.
Recorrí la casa de Guayasamín, el Museo Nacional del Ecuador, el mirador en el bar del icónico hotel Oro Verde, la iglesia de Nuestra Señora de Guápulo y por supuesto el centro histórico donde destaca el imponente conjunto conventual de San Francisco con sus ocho claustros. Del interior recuerdo gratamente Mitad del Mundo y las localidades de Ibarra y Otavalo, esta última famosa por sus cinturones de colores y los sombreros panamá.
Don Antonio no solo fue un avezado abogado y político, sino sin ser diplomático de carrera, se desempeñó como tal a la perfección, pronto se convirtió en un personaje querido en el país, de la misma forma lo aplaudían en la plaza de toros, que izaban la bandera mexicana en el jardín de un restaurant campestre en Otavalo cuando se percataban de su discreta presencia. Fue un decidido impulsor de las relaciones bilaterales. El presidente de la república era Don Sixto Durán-Ballén, de formación arquitecto, pero un político y diplomático nato
Meses atrás había concluido con Perú la Guerra del Cenepa, como la llaman los ecuatorianos, ambos bandos proclamaron la victoria y en todos los círculos políticos, diplomáticos y sociales el conflicto era el tema recurrente. Los ecuatorianos estaban con la moral alta y no cesaban de alabar a los cadetes de la Academia Militar Eloy Alfaro que fueron ascendidos a oficiales en el frente de batalla y a sus soldados indígenas que combatieron en Tiwinza.
El ánimo hacia México y los mexicanos era extraordinario, reconocían nuestra cultura, admiraban nuestro pasado, apreciaban nuestras costumbres, música y gastronomía, siempre al ser identificado en cualquier sitio como mexicano, recibí un trato cordial incluso afectuoso, se podía entonces hablar de una genuina amistad y empatía entre los pueblos mexicano y ecuatoriano.
Hoy a 29 años de distancia, no quiero pensar que esta hermandad ha cesado, pero el panorama es diametralmente opuesto y nuestros países enfrentan el bache más hondo en sus históricas relaciones diplomáticas que se remontan a 1830. El Ecuador es una nación orgullosa, que se encuentra ubicada entre dos gigantes regionales como lo son Colombia y Perú, tiene un pasado íntimamente ligado a Bolívar quien los liberó de España, no en vano, el gran amor y compañera del Libertador fue la quiteña Manuelita Sáenz.
Hoy con pena, Noboa no es aquel político y caballero que fue el presidente Durán, y el gobierno el Ecuador se ha olvidado de los principios de Simón Bolívar que deberían normar su doctrina nacional e internacional. Más allá de cualquier consideración política, el reciente atentado a la Embajada de México y las agresiones físicas al Embajador ad interim Roberto Canseco son inadmisibles y una afrenta a todos los mexicanos sin importar su postura o ideología política.
El asalto de tropas policiales y militares a la embajada de México en Quito, no solo viola flagrantemente los principios más elementales del Derecho Internacional, sino que conforme a los dispuesto por la Convención de Viena es una incursión ilícita a territorio mexicano.
Esto sin temor a exagerar, técnicamente reduce a los ecuatorianos al mismo nivel de aquellos que en otros momentos de nuestra historia han agredido territorialmente a México.
El gobierno del Ecuador, aduce a que Jorge Glas a quien sustrajeron a punta de pistola de la sede diplomática, es un delincuente del fuero común. Cualquier punto o razón a favor del gobierno de Noboa, se ha perdido ante una acción extrema que reduce al Ecuador al estatus de una república bananera y que no respeta el Derecho Internacional.
Son incontables las denuncias en medios y redes sociales, no pocos señalan que Noboa llegó a límites que ni siquiera Pinochet intentó. Incluso durante las horas más negras de la Segunda Guerra Mundial, las sedes diplomáticas fueron respetadas por las tropas alemanas en la Europa ocupada.
Hoy lo correcto es romper relaciones diplomáticas, el honor de México no puede ser mancillado, no es una postura patriotera o envolverse en la bandera como algunos han señalado, es poner a México por encima de cualquier posición política. Por ello también es loable la valentía y congruencia de aquellos que a pesar de ser opositores a la Cuarta Transformación y que no defienden al régimen, censuren el ataque a nuestra embajada en Quito.
Ecuador se ha condenado al ostracismo en el concierto de las naciones, México tiene la oportunidad de reivindicar su dignidad en el plano internacional, el actual periodo presidencial en el Ecuador afortunadamente concluye el 24 de mayo del 2025, los deseos más sinceros para esa nación sudamericana son que Noboa no caiga en la tentación de perpetuarse en el poder y que pronto se recuperen nuestras casi bicentanarias relaciones diplomáticas.