De memoria
Carlos Ferreyra
Los papeleritos como cariñosamente solíamos llamarlos, fueron definitivos en la existencia, permanencia y muerte de muchos periódicos.
Durante muchos años la agrupación que los protegía con garantías sociales que, desde luego, los medios de difusión nunca les ofrecieron, fue Enrique Gómez Corchado que les construyó un hotel en Acapulco, una clínica en la CDMX, un centro deportivo y logró que las primeras casas de San Juan de Aragón le fueran entregadas al gremio.
Los repartidores de periódicos se dividían en dos: Los que tenían puestos fijos y los propiamente dichos “voceadores”, cuya característica era vender los diarios proclamando la noticia que más atractivo podía tener para los lectores.
Los “voceadores” dedicaban muchos de sus esfuerzos a la distribución y a la venta de los periódicos vespertinos, principalmente las dos ediciones de últimas noticias de Excélsior, la segunda de Ovaciones y el Diario de la Tarde de Novedades.
La lucha por obtener la información entre estos medios era realmente feroz. Los meridianos y vespertinos empezaban sus labores unos a las 7 y otros a las 9 de la mañana, los primeros cerraban a las 11 y los segundos a la 1 o en casos extraordinarios a las 2.
La habilidad, la capacidad y los contactos de los reporteros de cada medio imprimían el carácter de ese cotidiano.
Mientras la segunda de Ovaciones destinaba toda clase de salvajadas y se teñía de rojo, nosotros, los de la segunda de noticias de Excélsior lográbamos frecuentemente convertirnos en la orden de trabajo del día siguiente para muchos matutinos.
Era usual que un compañero de algún matutino después de la salida del periódico vespertino te buscara presurosamente para que le dieras algunos datos adicionales de tu información o le indicaras cómo la habías obtenido. Esa era nuestra diaria recompensa.
Ovaciones festinaba 400,000 ejemplares diarios; los demás guardábamos un discreto silencio en la seguridad de que ocasionalmente superábamos el número de impresos a nuestro propio matutino, lo cual resultaba una ofensa para los compañeros que particularmente en Excélsior, se sentían hechos a mano, tocados por la gracia divina y, como dijo alguna vez Julio Scherer: si no lo publicó Excélsior, no existe.
Dirigidos por Regino Díaz Redondo el célebre traidor, hacíamos nuestro propio juego a veces provocando la furia del director general.
Cito un caso en el que estuve muy cerca: la documentación por la compra de alrededor de 100,000 tractores chinos, que Scherer intentó ocultar decomisando el documento que me había proporcionado Jorge Aguirre Avellaneda. Tuvo que usar la información firmada por otro traidorsete, ante el temor de que otro medio la diera a conocer.
De esta lucha inacabable no eran ajenos los voceadores su líder, Enrique Gómez Corchado con el poder que le daba el control de la distribución simplemente guardaba, o retrasaba la venta de un periódico para que este venciera lentamente.
El periódico “Atisbos” era propiedad de un político regiomontano René Capistrán Garza, quien por su apoyo a los cristeros era popularmente conocido con los apellidos “Sacristán Farsa” su periódico simplemente desapareció.
Surgió un cotidiano que desde el primer número significa un fenómeno: no solo vendió la edición en su totalidad sino que los tenderos lo adoptaron para hacer cucuruchos de semillas, de granos y de todo lo acostumbrado. Se llamaba “tabloide”.
El nombre correspondía al formato, hasta entonces reservado por algunos medios deportivos y por el fígaro, un dominical en color moradito que también era un verdadero fenómeno en ventas.
Al bajo precio de tabloide había que agregar la informalidad con que manejaban las cabezas de las principales noticias, usando un idioma popular, festivo, siempre acertado y para entonces ciertamente irrespetuoso con las instituciones nacionales. También desapareció.
Por aquellos tiempos los voceadores fijos o ambulantes, recibían una comisión por la venta y tenían derecho a la devolución. Eso cambió con el tiempo, lo que provocó el desinterés especialmente de los papeleros que pregonaban su mercancía en las calles, ya no era negocio.
Actualmente el gremio como tal ha desaparecido, se ignora quién se benefició con propiedades e instalaciones de interés social y bueno, ya no hay nada que pregonar, todo se encuentra en las redes.
Adiós a los queridos voceadores que vistos con la objetividad que da el tiempo debemos admitir, fueron fundamentales tanto o más que los propios periodistas en las redacciones.