Francisco Montfort
En 2018 el PRI estuvo a cerca de 2 millones y medio de votos de obtener el triunfo, considerando los resultados de las elecciones de 2015. El PAN y sus aliados obtuvieron cerca de 15 y medio millones de votos. Estaban a una distancia similar que la coalición del PRI para llegar a la presidencia.
En cambio, los tres partidos que apoyaron al señor López habían obtenido apenas 5.7 millones de votos en 2015. Su meta parecía inalcanzable: obtener más de 12 millones de votos para ser presidente. El misterio continúa. ¿Cómo fue posible que Morena y su candidato pasaran de menos de 6 millones de votos a obtener tres años después el respaldo de 30 millones de mexicanos?
Roger Bartra explica que esta respuesta se debió a una mutación cultural de los electores. Tres nuevas realidades impulsaron esta mutación. El descontento por los desiguales resultados del periodo de la llamada Transición Democrática en términos de crecimiento económico y distribución de la riqueza; las exigencias culturales y profesionales de un periodo de modernización demasiada rápida; el sometimiento al imperio de la ley que quitaba libertades discrecionales a los actores políticos y a muchos ciudadanos encorsetados por las exigencias de cumplir las leyes.
También influyeron los escándalos de corrupción del gobierno de Peña Nieto y los jóvenes gobernadores del PRI, así como los pésimos resultados en el combate a la inseguridad pública.
La banalidad, mediocridad y cobardía del presidente Enrique Peña Nieto, que nunca tuvo gran aceptación y popularidad durante su mandato, acentuaban el desencanto de grandes núcleos de la población nacional. Todos estos factores minaron el apoyo que los ciudadanos habían otorgado a la naciente democracia.
El señor López despertó “el priista que todos los mexicanos llevan dentro”. Al menos el de una masa que creíamos desterrada. Porque despertó al priista del período decadente, el de la disciplina humillante, el conformista, el reaccionario, el conservador, el más derechista de los priistas.
Con su discurso engatusó a millones de mexicanos cansados de la corrupción, la inseguridad y la falta de crecimiento económico que abriera en verdad nuevas alternativas a los jóvenes, a los viejos en retiro, a las mujeres. Esta masa creyó que el regreso a una supuesta época dorada era posible.
En “ese momento se jodió el país”. El insólito resultado, hoy lo sabemos, contó con el apoyo del PRI mediante acuerdos casi explícitos entre Enrique Peña Nieto y el señor López. Fue el priista el que se encargó de descarrilar al panista Ricardo Anaya que ofrecía el proyecto liberal más interesante que se haya presentado durante una elección.
Este proyecto, de triunfar, significaría el fin de los partidos tradicionales o su refundación profunda y tal vez asustó a muchos ciudadanos que se verían obligados a asumir un camino individual de superación académica y laboral a fondo. También a los grupos políticos les incomodaba, seguramente, el triunfo casi definitivo de la legalidad y el fin de la discrecionalidad en el manejo de los recursos públicos.
Recordemos que durante la gestión de Peña Nieto y los gobernadores priistas de nuevo cuño actuaban para volver a la senda de los triunfos electorales torciendo las leyes. Unas conductas que proyectaban volver al pasado del “carro completo” fuera como fuera.
Así que la añoranza por el pasado inició con Peña Nieto y el señor López la acentuó con su oferta de atención a todos aquellos grupos que habían sido desplazados por la democracia, la modernización y el desarrollo innovador del nuevo liberalismo.
Estas masas, incluyen a los sindicatos corporativos (PEMEX; CFE; SEP); a los hombres de negocios que no encontraron camino con la apertura económica y el TLC; a los académicos e intelectuales que veían con pavor el fin de su vida cómoda y el advenimiento de una era de altas exigencias profesionales; pero también, justo es decirlo, a los millones de miserables, de pobres, de integrantes de la economía informal y asalariados con ingresos mediocres.
El PRI cometió un acto suicida al volcarse de lleno hacia el respaldo al señor López y a su mutación en MORENA. Poco a poco los gobernadores priistas han claudicado, por diversas razones, a defender sus posiciones de liderazgo. El último, Del Mazo entregó el gran bastión electoral y simbólico que era el Estado de México.
¿Continuarán el PRI y los priistas militantes y simpatizantes apoyando al señor López y a su partido? Porque ésta fue la mutación principal. La reconversión de panistas y de los sin partido que votaron por MORENA parece asegurada. Forman parte de los millones de arrepentidos con los resultados del gobierno del señor López. Y si le quitan su apoyo ¿los priistas inclinarán la balanza a favor de la coalición que apoya a Xóchitl Gálvez? Es difícil saberlo, pero yo lo dudo. Así que lo mejor es no esperar esta reconversión y votar por la abanderada del PAN, PRI y PRD. El voto ciudadano es, en esta ocasión, la clave del triunfo.