Por: José Murat
Hacia la elección presidencial, en el último tramo de la campaña, importa poner el acento en los temas sociales de fondo, las distorsiones de un modelo neoliberal de desarrollo, ahora en proceso de desmantelamiento estructural, pero todavía con asignaturas pendientes, especialmente en sectores históricamente desatendidos, como los pueblos y las comunidades indígenas.
Si bien hay un cambio radical de paradigma económico en esta administración federal, con una atención prioritaria a los deciles de la población más precarios en el ingreso, la base de la pirámide, lo cierto es que el objetivo de un piso básico de bienestar y una menor desigualdad social sigue siendo un desafío monumental, y sería letal que fuera interrumpido con un viraje de modelo a mitad del río, una regresión hacia el capitalismo desnudo de mercado.
Por muchas décadas imperó la convicción en la élite gobernante y en la clase propietaria de que la marea de una mejoría en los indicadores macroeconómicos impulsaría a todas las naves, grandes, medianas y pequeñas, hacia arriba, hacia mejores estándares económicos y de calidad de vida, pero la realidad desmintió esas cuentas alegres de un neoliberalismo fundamentalista, dejado a sus propias reglas de lucro privado.
Fue una doctrina dominante en los círculos mundiales y continentales de decisión, y se creyó incluso que no había otra ruta más hacia el futuro. Un mayor PIB mundial generaría, por sí mismo, mayor riqueza compartida y mayor igualdad social.
Los estudios documentales y de campo, el monitoreo puntual del crecimiento de la riqueza y al mismo tiempo la agudización de la pobreza realizado por la agencia Oxfam, han desmentido esas proyecciones. Al contrario de lo vaticinado por los neoliberales, la concentración del ingreso ha llegado tan lejos que, lo nunca imaginado, el mundo podría tener a su primer billonario en dólares en menos de una década, una fortuna muy superior a la que en su momento llegó a acumular John D. Rockefeller a principios del siglo XX, cuando todavía no existía ningún impedimento legal para los monopolios.
En un estudio regional, publicado apenas la semana pasada, nota principal de este medio de comunicación el 7 de mayo, Oxfam reveló cómo han crecido exponencialmente en el subcontinente latinoamericano las grandes fortunas privadas, al tiempo que la pobreza en algunos países del área se ha agudizado.
Entre los datos que cita, destaca: “América Latina y el Caribe es la región con la brecha de desigualdad más grande, por encima de África subsahariana, el sudeste asiático, el norte de África y Medio Oriente, pues en las últimas dos décadas los ricos han incrementado sus fortunas y los pobres se acercaron más a la miseria”.
En promedio, agrega, “entre 2000 y 2022, el 1 por ciento más rico de la población acaparó 5.85 veces más riqueza que la mitad más pobre de la región. Ese 1 por ciento más acaudalado de América Latina y el Caribe concentró 44 de cada 100 dólares de la riqueza total de la región, y la mitad más pobre sólo 7.7 dólares”.
Contra esa tendencia, en el caso de México ha habido algunos avances sustanciales en materia de combate a la pobreza y abatimiento de la desigualdad social. Concretamente, en los últimos cinco años hubo un descenso en el porcentaje de mexicanos en situación de pobreza extrema, en el indicador del nivel de ingresos- cifra publicada por el Coneval en 2023-, que en el periodo 2018 al 2022 pasó del 14% al 12.1%, una reducción del 1.9%, a pesar del severo golpe a la economía nacional, continental y mundial que significó la pandemia.
La reducción de la pobreza extrema, se debió, en buena medida, a la elevación del salario mínimo, un 110% en términos reales en el periodo 2018-2024, el mayor incremento porcentual en América Latina y entre los países de la OCDE.
En el indicador específico de la desigualdad, según la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2022, la última publicada, los ingresos promedio del 2022 son superiores a los observados en el 2016 para casi todos los niveles de ingreso (deciles I al IX). Solamente el ingreso corriente promedio del decil X, el del 10 % de los hogares con mayor ingreso, en 2022 es menor al observado en 2016 y 2018”. De esta manera, la desigualdad de ingresos en México disminuyó en el sexenio que está por fenecer, pues el coeficiente de Gini pasó de ser 0.464 en 2016 a 0.413 en 2022.
El coeficiente de Gini, como hemos explicado ya en este espacio de opinión, es el indicador internacional de la desigualdad y es un parámetro en donde 1 significa que una persona es la poseedora de todo el ingreso mundial y cero en donde todos los seres humanos tienen el mismo patrimonio.
Sin embargo, queda mucho por hacer en materia de justicia social y reducción de los desequilibrios en el poder adquisitivo de las personas. Ante la inminente decisión más importante de las y los mexicanos sobre la construcción de su futuro, menos de tres semanas para el 2 de junio, importa reflexionar sobre las agendas sociales prioritarias, y las propuestas específicas de quienes, como candidatos presidenciales, aspiran a conducir al país: profundizar la ruta del abatimiento de la pobreza y la desigualdad o retorno al modelo que concentró el ingreso y desatendió a los sectores marginales.