POR: JAFET RODRÍGO CORTÉS SOSA
Pensemos por un momento en aquello que hemos vivido hasta la fecha. Analicemos cada detalle entre el inconmensurable mar de situaciones que nos han construido como actualmente somos. Veremos entre luces y sombras una constante que marca el ritmo de nuestro andar, aquellos pasos que damos intentando ir hacia adelante; quizás nos percatemos de una verdad que se construye a partir de una exigencia externa, movernos a toda prisa, sin tomarnos siquiera un descanso para continuar.
Aquella pausa nos ayudaría a decidir mejor, tropezar menos o por lo menos, tropezar mejor; bajar la velocidad serviría más o menos para lo mismo, reduciendo la probabilidad de colisión, permitiéndonos maniobrar en caso de encontrar un accidente en el camino, o cambiar de ruta si es necesario hacerlo.
Cada kilómetro que recorremos a mil por hora, desgasta nuestras ganas de seguir, nuestra ilusión de encontrar por algún lado un refugio para curar nuestras heridas, solventar nuestras deudas con nosotros mismos, recibir un poco de aliento que nos motive; al contrario, nos empuja a la necesidad de detenerlo todo, cruzar los brazos, apagar las máquinas, encadenar las puertas y entrar en un periodo de huelga.
HUELGA AFECTIVA
Estar en huelga, permanecer siquiera un tiempo así, estoicos, ¿qué tal seis meses ininterrumpidos?, hacer un pacto con nosotros mismos en el que nos comprometamos a que no vamos a buscar una relación afectiva con nadie y nos dedicaremos únicamente a nosotros y nuestros proyectos; que usaremos aquellos momentos que tengamos para sanar; que seguiremos de cierta forma aquella receta de Sabines que sugería que, para curar el corazón, necesitábamos tiempo, abstinencia y soledad.
Darle el tiempo a las heridas de que cierren, darle tiempo al alma de que sane; recoger del piso aquellos pedazos rotos que siguen adentro de nosotros, sacarlos de ahí para prevenir que corten a alguien más en el siguiente contacto, asegurar lo que podamos para que el próximo paso que demos no sea motivado por la desesperación, para que no tomemos decisiones desde el dolor y el miedo, sino que decidamos a través del amor.
TIEMPO PARA SANAR
Vamos tan aprisa que no nos damos tiempo para sanar ninguna herida. Andamos envalentonados pensando que ya hemos resuelto todo, sin visualizar el desastre que quedó atrás de nosotros, adentro de nosotros. No contemplamos aquel periodo que necesitamos para negociar con nosotros mismos, para debatir acerca de nuestro propio futuro y exigirnos argumentos sobre aquellas decisiones que estamos por tomar, aquello que todavía sentimos entre los resquicios más profundos que ocultan a la vista del mundo las cosas que no hemos sanado.
La ausencia de espacio para pensar, para estar con nosotros mismos, para no buscar algo más antes de haber solucionado lo importante, da pie a que cometamos nuevamente aquellos errores que ya hemos cometido en el pasado. Sanar es un proceso bastante complicado, y no hay recetas infalibles, mucho menos curas inmediatas; somos vulnerables a nuestras emociones, que si nos descuidamos nos traicionan por la espalda.
El ritmo de vida actual, limita el tiempo para sanar, nos condena a la actividad perpetua de recurrir a remiendas, curitas y remaches, con tal de no detenernos; con tal de seguir con las operaciones normales todos los días.
Aquellas remiendas, curitas y remaches, se van desprendiendo; hay algunos que duran menos que otros, pero al final terminan cayendo o los quitamos para poner otros o lo hacemos para dejar la herida abierta una o dos temporadas. Usamos esos placebos con tal de no atender nuestras lesiones de una mejor forma, de seguir los tratamientos que correspondan.
Hay veces que nos ha tocado ser remiendas, curitas y remaches de alguien más, sin saber, en ciertas ocasiones que íbamos a desprendernos el algún momento de la piel, que caeríamos al piso; en otras ocasiones, hemos usado indebidamente ciertas actividades o personas de remiendas, curitas y remaches, con tal de tapar aquello que no quisimos atender con propiedad.
Darnos tiempo para sanar, tiempo para asimilar lo vivido; sin esperar que alguien nos salve del dolor o la pérdida, hacernos responsables de nosotros mismos y sentir; darnos tiempo para reflexionar sobre aquello que nos ha destrozado el alma, para que aquellas heridas terminen de curarse y los cristales incrustados en nuestra piel se caigan, evitando herir a quien llegue, lograr que aquella paz nos permita abrazarles con fuerza si el cariño es recíproco, que aquella tranquilidad nos lleve a tomar decisiones desde el amor.
Una entrega de Latitud Megalópolis para Índice Político