Por: José Murat
Finalmente se consumó lo impensable, lo irracional, lo contrario a la naturaleza, el origen y la tradición histórica del PRI: la reelección de sus dirigentes. Una asamblea acotada, dirigida y a modo, en un proceso cuestionado en sus distintas etapas, convalidó los afanes megalómanos y dictatoriales de quien, a semanas de que iba a fenecer su mandato, ahora podrá prolongar su reinado faraónico ocho años más, hasta el 2032.
No sólo prolonga el mandato, sino concentra el poder a niveles sin precedentes, pues ahora desde la presidencia del CEN se puede nombrar y remover a los líderes de los grupos parlamentarios, federales y estatales, y decidir unilateral y personalmente las candidaturas y dirigencias estatales de toda la geografía nacional.
Decíamos que esta contrarreforma violenta la historia y la razón de ser del PRI porque es el partido emanado de la Revolución Mexicana, un partido que fue creado justamente para superar en definitiva la etapa porfirista del país, cuyas características principales fueron la reelección y la concentración desmedida del poder y la toma de decisiones.
Si aquellos visionarios hombres de Estado que construyeron las bases de la estabilidad política del país, por la vía de la renovación de cuadros y la no reelección, presenciaran lo que hoy ocurre hablarían no de un error político, sino de un desapego psicológico de la realidad circundante.
Extraña que quienes cuentan con posiciones legislativas en el PRI, y fueron sus aliados personales recientes en este proceso electoral, no hayan acudido a esa reunión a patentizar su presunta inconformidad y a frenar esa oprobiosa contrarreforma que acelerará el desgaste del otrora partido histórico y lo llevará, primero a ser una formación testimonial, simbólica, y luego a desembocar en la extinción.
En tiempos de la mayor exigencia de seriedad y análisis crítico para hacer frente a la adversidad y la mayor crisis del PRI, la respuesta fue la mezquindad, la pequeñez de aferrarse al cargo, cuando el sentido común, y los más elementales valores éticos, llamaban a acelerar la entrega de la conducción del partido, para que otras mentes, otras estrategias y otras personas, trataran de enderezar el rumbo.
Un rumbo extraviado desde que la dirigencia del PRI decidió aliarse con su adversario histórico, su antítesis, su némesis de la derecha, el PAN, y las expresiones de izquierda que quedaban en el PRD, lo que generó confusión en una sociedad crítica y despierta, que terminó castigando con su voto a los tres partidos.
Las cuentas de esta dirigencia nacional del PRI, que ahora se perpetuará, son devastadoras.
1) Sólo en cuatro años, la actual dirigencia ha perdido 11 gubernaturas. Hoy sólo gobierna 2, sumados los votos con sus aliados de ocasión.
2) En la elección presidencial el partido que gobernó México durante la mayor parte del siglo XX y parte del XXI, apenas consiguió cinco millones 400 mil votos, frente a los más de nueve millones que consiguió en 2018, es decir, casi perdió la mitad de lo que tenía.
3) En términos porcentuales, de una elección presidencial a otra el PRI pasó del 17% de la elección a menos del 10%, superado por tres partidos, MORENA, PAN y MC. El PRI se convirtió en un partido de un solo dígito en eficacia electoral, reduciéndose a un partido satélite de la derecha.
4) En la elección legislativa concurrente, el PRI será quinta fuerza parlamentaria en la Cámara de Diputados y en el mejor de los casos cuarto grupo parlamentario en el senado de la República.
5) El PRI no ganó un solo distrito de mayoría de los 300 que cubren todo el territorio nacional. Un descalabro sin precedentes.
En síntesis, a la asamblea de ayer domingo, la actual dirigencia llegó con los peores resultados electorales en toda la historia del PRI: la cuarta fuerza política, con apenas un 9.5 por ciento de la votación en los comicios del 2 de junio, apenas 35 diputados, 16 senadurías y sólo 2 gubernaturas.
Estas son las cuentas de la dirigencia que ya debía culminar el periodo para la que fue electa, estos son los números con los que promovió su permanencia, y con los que consiguió pervertir las reglas internas del PRI, cuya naturaleza era la movilidad de cuadros, la no reelección, para dar oportunidad a la renovación generacional, y para dar mejor respuesta a los desafíos cambiantes del México moderno.
Pero más que un debate sobre las personas, lo acontecido ayer es de la mayor gravedad institucional: ha sentado las bases para la aceleración del declive de una fuerza política histórica que, llevada por una dirigencia obnubilada por el poder, cayó en el autismo, se encerró en sí misma, negó su historia, y se aleja todavía más de su militancia de base y de la sociedad mexicana.
Con la contrarreforma reeleccionista y concentradora del poder, pierde el PRI, pierde el sistema de partidos y pierde México.
Esta colaboración se publicó también en el periódico La Jornada