Por: Armando Ríos Ruiz
Hoy es más fácil ser corrupto que antes. En los tiempos que no le gustan al Presidente, para los que destila veneno por sus referencias siempre peyorativas, se guardaban las formas y había mucho esmero en guardar discreción suficiente y evitar ser descubiertos. No se trata de un elogio, pero había ingenio para quedarse con lo ajeno. Además, no había redes sociales que divulgaran esos hechos.
Esas conductas han venido a menos y han sido sustituidas por un indudable cinismo. Peña Nieto puso los mejores ejemplos de inmoralidad y reveló con hechos que quería el máximo poder, no para gobernar. No tenía idea. Sino sólo para enriquecerse. Para los más acuciosos, dejó ver que dejaría gobernar a su amigo Luis Videgaray, mientras él hacía lo suyo: saquear sin misericordia.
Pero llegó a ese mismo cargo un tabasqueño que ofreció todo lo que ´podía enamorar a la clase más depauperada, con frases contundentes, como su ataque a la corrupción sin piedad. La gente le creyó y aún le cree, cuando a estas alturas ha resultado maestro de maestros en ese arte, conducta que soslayan quienes lo veneran, porque también supo comprar sus conciencias con dádivas bimestrales en efectivo, con el billete que los mantiene hechizados.
En este momento, a seis años de su administración, los funcionarios ya saben que hay que perder la más elemental vergüenza y celebrarle cada acción que emprende, por descabellada y aberrante que sea, para merecer su defensa. Mario Delgado ya recibió la bendición de la Futura Presidenta, a pesar de sus nexos con los huachicoleros fiscales, que debe dejar carretadas de millones de dólares. No hay visos de que será investigado ni nada por estilo.
Este señor ha lanzado los más lindos ditirambos a quien será su jefa y esto es lo que verdaderamente ayuda. Hoy, ser lame botas no implica la mínima dificultad. Ser aplaudidor del mínimo ademán del que manda y de plano ser arrastrado, deja dividendos insospechados. Es el mejor escudo para obtener numerario ilícito sin sudar ni acongojarse.
Hay otro caso como muchos. El de Rafael Guerra Álvarez, presidente del Tribunal Superior de Justicia, Apurado haciendo campaña a la reforma judicial, en la que menciona cuánta razón del forjador de esta decisión. Esto no es gratis, pero sí fácil y útil. El incienso es para matizar el efecto de sus actos de corrupción.
Con lo anterior intenta recibir la bendición. Sustituir una investigación llegado el momento y recibir la dispensa conocida que estila el Ejecutivo cuando se descubren actos indebidos de los funcionarios: “yo creo en él. Tiene toda mi confianza”, que se convierte en la patente de corso para continuar en lo mismo.
La Ciudad de México ocupa el último lugar en justicia civil y penal, de acuerdo con el índice de Derecho del World Justice Proyect y la Ciudad de México es la entidad con el Poder Judicial más corrupta del país, galardón que le ha conseguido este funcionario con el sudor de su frente.
Se dice que este señor decidió seguir los pasos del ex presidente de la Corte, Arturo Zaldívar y también organizó una red de jueces y magistrados, con un control absoluto, para negociar la justicia. Para desviar la atención utiliza recursos de otros políticos que dan resultados. Como hablar de combatir la corrupción, cuando es él mismo —al igual que quienes lo inspiran— quien la ejerce.
En su participación en un foro para la reforma del Poder Judicial, señaló que es necesaria. Que México había votado por un cambio. Que es una oportunidad para modernizar y depurar la justicia en el país. parafraseó las palabras del poderoso Primer Mandatario, de no mentir, no robar y no traicionar, además de todo un discurso copiado fielmente, al pie de la letra al mismo personaje, propuso lineamientos para la sustitución de jueces, magistrados y ministros. Copiar tampoco ofrece ninguna dificultad.
Para algunos, recurrió a la misma estrategia de la hoy virtual Presidente, que le sirvió tanto, que se convertirá en la sustituta. El sólo quiere su exoneración y de paso, pues a ver si algo más se le pega.
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Una entrega de Latitud Megalópolis para Índice Político