Hace cincuenta años, para celebrar el día del abogado, Benjamín Garcimarrero escribió en el Diario de Xalapa este cuento que a continuación transcribo:
Magno Garcimarrero
“Cuentan que hace muchos años, cuando los animales hablaban, nació el primer abogado que hubo en el mundo y que éste fue un chango.
Todo comenzó el día en que dos gatos, uno grande y otro chico, paseando, observaron en un aparador un queso muy apetitoso. El gato mayor lo vio primero dada su estatura, vio también un pequeño agujero, pero por lo mismo no cabía para entrar; entonces le comunicó el hallazgo al gato pequeño y, éste sí pudo entrar por el hueco y sacar el queso; así copartícipes intelectuales y ejecutores decidieron compartirlo.
Apartados del escenario del robo, el gato grande más aventajado, dividió el queso en dos porciones, pero: ¡Oh! Injusticia gatuna, el gato grande tomó la porción mayor para sí, dándole al gatito la fracción menor.
Naturalmente se inició la discusión, el conflicto, los intereses encontrados y los argumentos de los litigantes.
Gatito: “creo que no es justo que me toque el pedazo de queso más pequeño, en todo caso, si no fuera por mí no hubieras alcanzado el queso, así que me toca cuando menos la mitad”.
Gatote: “De ningún modo, el pedazo grande es mío porque yo vi el queso, tú por pequeño no lo habrías visto, así que, si no hubiera sido por mí, tampoco tendrías queso y, por eso me corresponde el pedazo mayor”.
Gatito: “No querido y angorino amigo, soy pequeño porque no he comido mucho queso en mi vida, y debo crecer, por tal motivo es justo que me toque el pedazo de queso más grande”.
Gatote: “Precisamente por pequeño, si comes el queso grande, te puedes indigestar y de eso no te librará ni dios gato, ni dios cachorro ni dios espíritu felino; por eso debes de aceptar el pedazo menor”.
En este tenor discurrieron uno y otro sin ponerse de acuerdo a quien correspondía con más derecho la porción grande; apelaron al derecho natural, a los principios generales del derecho, a la Constitución de Angora, al Derecho divino, al izquierdo también y aún así no lograron conciliar sus intereses.
Por suerte o por desgracia, acató pasar por ahí un mono, chango, antropoide, o como quiera llamársele, éste llevaba una enorme balanza en la mano; al verla los gatos decidieron someter sus diferencias al arbitraje de aquel docto y antropomórfico espécimen. Perdone usted -expresaron casi en coro los felinos- tenemos un problema y queremos que nos ayude a resolverlo: Vemos que porta una balanza y quizás su instrumento nos permita dirimir un conflicto que nos tiene al borde de la inanición.
Digan ustedes felpudos amigos -contestó el chango con aire doctoral-.
Pues verá usted, nosotros “compramos” este queso que ahora ve dividido en dos porciones desiguales; (ahí se inician las mentiras del cliente al abogado) y resulta que aún cuando pusimos partes iguales para adquirirlo, cada uno de nosotros alega que nos toca la porción mayor por estas razones: (ahí le expusieron y fijaron la litis).
Al terminar sus pretensiones cada uno, el chango tomó la balanza meditó brevemente y replicó:
“Han tenido la fortuna a recurrir al primer abogado que hay en el mundo, ese soy yo, y ejerzo funciones de juez, jurisconsulto, magistrado, litigante, ministro, y cuanto es necesario para ser verdadero juzgador de toga y birrete, así que habiéndolos escuchado en sus pretensiones voy a resolver… y resuelvo, que habiendo considerado bla, bla, bla, el derecho asiste a ambos y por tanto es de resolverse… y se resuelve, que ha lugar a un empate y, por lo tanto a ambos les toca porción igual de queso, por lo que procediendo a ejecutar esta sentencia que yo mismo acabo de emitir paso a equilibrar los pedazos de queso en mi balanza, a efecto de que el asunto quede resuelto”.
De inmediato el “Abogado” comenzó a morder el pedazo de queso mayor para reducirle el tamaño e igualarlo con el pequeño, los pesó y repitió la operación; de pronto el queso que había sido pequeño resultó mayor y venció la balanza, así el abogado comenzó a morder el otro pedazo de queso, y ocurrió lo mismo. Los gatitos azorados de ver como sus quesos se reducían de tamaño, mordido por el abogado, decidieron dirimir el asunto y conformes como fuera con lo que quedara del queso dijeron al chango del birrete:
“Abogado ya no queremos pelear, hemos decidido que no hay motivo de contienda y queremos desistirnos de nuestra demanda, así que, por favor, sírvase devolvernos lo que queda de nuestro queso y asunto terminado”.
¡“Un momento”!, añadió el jurisconsulto cuadrumano; nada de queso, estas dos pequeñas porciones son mis honorarios.
B. G. 1974.