* Andrés Manuel López Obrador vive en la incertidumbre, porque le resulta imposible tener la certeza de que su sucesora y los colaboradores de “ella”, le dispensarán el trato por él concedido a Enrique Peña Nieto, o al menos el que Carlos Salinas de Gortari le dio a Miguel de la Madrid. Algún presidente de la República me confió que lo que más odiaba era el timbre de la red presidencial, mientras fue subordinado. A partir de ciertos niveles disgusta recibir órdenes
Gregorio Ortega Molina
Andrés Manuel López Obrador está lleno de sorpresas. Como presidente de la República gusta de tener todo lo que significa Poder Ejecutivo -mando absoluto- bajo su férula; sabe que los eslabones del presidencialismo imperial empiezan a romperse con la declaración de Presidenta Electa, que es mandato legal del TEPJF emitir a nombre de Claudia Sheinbaum Pardo.
Es la única explicación a su terquedad, empeño, impulso de egoísmo, de haber mantenido cojo el Tribunal hasta el jueves 18 de julio, porque debe cumplir con el último mandato constitucional que marca el paso de su desprendimiento de lo que se niega a abandonar: la banda presidencial terciada sobre su pecho, los aposentos de Palacio Nacional, los honores militares, y la sumisión que impuso a sus colaboradores y a esa mayoría de mexicanos que estiran las manos por los plásticos del bienestar.
La manera de actuar y pensar del actual presidente de México dista mucho de ser normal. Fue formada entre resabios y rencores porque considera haber llegado tarde a la mesa de la manteca, a la cual se sentaron sus vástagos y familiares sin recato ni medida; se niega a exponerlos a la maledicencia a que son sometidos los que se van, porque la sanción social radica en los dimes y diretes, pero nunca se organiza para reclamar a gobernantes y sus validos las violaciones al mandato constitucional, las leyes, la moral y la ética. Se divierten con el chisme, pero son incapaces de exigir la aplicación de la ley. Saben que sus gobernantes “mienten, roban y traicionan”, en sentido contrario a la prédica.
Andrés Manuel López Obrador vive en la incertidumbre, porque le resulta imposible tener la certeza de que su sucesora y los colaboradores de “ella”, le dispensarán el trato por él concedido a Enrique Peña Nieto, o al menos el que Carlos Salinas de Gortari le dio a Miguel de la Madrid. Algún presidente de la República me confió que lo que más odiaba era el timbre de la red presidencial, mientras fue subordinado. A partir de ciertos niveles disgusta recibir órdenes.
Recordemos desde las efemérides periodísticas donde estamos parados: “El juez Rodrigo de la Peza López, que solicitó al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) nombrar a sus dos magistrados faltantes, canceló de manera definitiva la demanda de amparo promovida en su contra por la Comisión Mexicana de Derechos Humanos.
“De acuerdo con expedientes judiciales, el caso se canceló debido a que la organización desistió de forma expresa de seguir con el procedimiento contra el órgano electoral.
“La importancia del caso radicaba en que con esta resolución el juez ordenaba definir la sexta magistratura del Tribunal Electoral, necesaria para calificar la elección presidencial de Claudia Sheinbaum, virtual presidenta electa de México”.
Pero desde el jueves último, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación está en condiciones numéricas de calificar la elección presidencial, y validarla o no, pues decidió invitar, sólo para este proceso, a una magistrada de sala regional (con sede en Monterrey), Claudia Valle Aguilasocho; así se completa el número de juzgadores en la sala superior que la normatividad exige para proceder a analizar y decidir sobre la citada elección.
Y qué tal que el presidente López Obrador hace capricho y deja correr el término constitucional en silencio.
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@OrtegaGregorio