(primera parte)
Por: José Murat
Nunca como ahora el sistema de partidos políticos de México había estado tan colapsado como ahora. El tsunami de votos favorables a la profundización del proyecto de transformación del país redujo a niveles impensables al PRI, un proceso que todavía no toca fondo pues todo apunta hacia el precipicio, hacia un partido testimonial y simbólico arrastrado por una dirigencia errática que perdió contacto psicológico y político con la realidad interna y del país mismo; al PAN lo despojó de sus bastiones territoriales más importantes y ahora enfrenta el espectro de una división aguda; y, en el otro extremo ideológico, destruyó el referente de la izquierda tradicional e histórica, aglutinada en torno al PRD.
Iniciaremos este análisis del estado en que se encuentra el sistema de partidos políticos en México, y sus desafíos, con este partido de la izquierda emblemática, pues es el que, en este momento, ha perdido ya su registro legal al no alcanzar el requisito esencial que exige el artículo 41 constitucional para conservar el estatus jurídico de partido político nacional: alcanzar un mínimo de 3% en las elecciones federales, sean presidenciales o legislativas, un destino que podrían correr otras fuerzas políticas en el futuro inmediato, o en un plazo no muy lejano.
El PRD no fue un partido accidental ni intempestivo. Su historia, su génesis y desarrollo, es parte medular del México moderno, crítico, ciudadanizado y democrático de las últimas tres décadas del siglo XX y las dos primeras del siglo XXI. Su fuente primigenia fue el Partido Comunista Mexicano, con figuras históricas como Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, Gilberto Rincón Gallardo y Enrique Semo, entre otros destacados luchadores sociales.
El PCM, que fue tan importante en las negociaciones de los setenta entre la izquierda y el gobierno, proceso en el que tuvimos la oportunidad de participar, para abrir paso a la democracia amplia y plural, alejada de la violencia urbana y rural que amenazaba la estabilidad política de aquel tiempo, mediante la reforma electoral de 1977 que creo la LOPPE, la legislación electoral que dio registro legal a ese partido, al PST, al PMT y al PDM, y que creó la figura de los diputados de representación proporcional, para dar mayores espacios al México plural emergente, renuente a aceptar la existencia de una sola escalera de acceso al poder y la toma de decisiones públicas.
En otra vertiente, que fue desembocando en el mismo destino, el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), con figuras como Heberto Castillo, nacionalista, visionario y profesional destacado, al lado de Eduardo Valle, “el Buho”, y otros militantes provenientes del movimiento estudiantil de 1968, y que sufrieron el rigor de la cárcel por la defensa de sus ideas y sus ideales, de justicia genuina y democracia participativa.
También el PST, con entonces jóvenes entusiastas y comprometidos, como Jesús Ortega, Jesús Zambrano y Rafael Aguilar Talamantes, que después se constituirían, los dos primeros, en la cabeza de la organización Nueva Izquierda, una de las expresiones más grandes e importantes del PRD.
En la etapa intermedia, estos partidos primero se unieron para crear el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), después para crear el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMS), y finalmente el PRD, fundado el 5 de mayo de 1989, ya bajo el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, emergidos de la “Corriente Democrática”, e integrados quienes provenían, las figuras ya descritas, de la izquierda comunista, socialista y democrática.
Hay que patentizar que el PRD ingresó formalmente al sistema de partidos políticos de México gracias a la generosidad política del Partido Mexicano Socialista, quien cedió su registro legal a la nueva fuerza política.
El PRD, con sus expresiones primarias de donde provino, y ya propiamente con su denominación legal, es un referente ineludible de la cartografía política del país de las últimas cinco décadas: todavía existe la controversia de si ganó las elecciones presidenciales de 1988 con su candidato Cuauhtémoc Cárdenas; en las elecciones legislativas de 1997 fue segunda fuera política; y en las elecciones presidenciales de 2006 y 2012 encabezó coaliciones que lo colocaron como la segunda fuerza electoral, pero como ocurrió en los ochenta, también con una enorme incertidumbre, nunca despejada, sobre el real ganador en el proceso del 2006.
Mal haría cualquier analista del acontecer político nacional en no aquilatar la enorme contribución del PRD, y de las fuerzas políticas comunistas, nacionalistas y de avanzada que nutrieron su creación y convergieron en él. Fenómenos como la consolidación de corrientes por encima del proyecto de ese partido, grupos formales e informales despectivamente llamados tribus, y finalmente la alianza con expresiones nada afines ideológicamente con su doctrina, fueron socavando la fuerza de ese partido histórico.
El sistema de partidos perdió a una importante organización fundante, un pilar de los contrapesos en las últimas generaciones, no sólo sexenios. Ese sistema es el que hay que reestructurar ahora, análisis que continuaremos en las siguientes colaboraciones, sin dejar de reconocer la enorme legitimidad y el mandato contundente otorgado a la nueva fuerza gobernante para consolidar su proyecto de justicia horizontal e incluyente.