Por María Manuela de la Rosa Aguilar
El uso del orgullo desmesurado en el ejercicio del poder y el placer que ejercelo era un comportamiento deshonroso y condenado en la antigua Grecia. Han pasado muchos siglos y la enfermedad del poder se ha vuelto como una epidemia, porque vemos hoy día como los mandatarios del mundo se resisten a dejar el poder y se reeligen, muchos incluso se aferran a él creyéndose inmortales, hasta que sorpresivamente llega la muerte, destino inexorable que nos iguala como mortales.
En estos tiempos en que la democracia funge como modelo paradigmático de buen gobierno, muchos mandatarios se han impuesto para nunca dejar el cargo, así vemos a Teodoro Obiang Nguema en Guinea Ecuatorial, de 82 años, que lleva 45 años como presidente; Paul Biya, de 91 años, que ha estado en el gobierno de Camerún por 49 años; Yoweri Kaguta Museveni, dictador de Uganda, de 80 años quien ha gobernado Uganda durante 38 años; Isaías Afewerki, de 78 años, presidente de Eritrea desde hace 33 años; Nursultan Nazarbayev, de 84 años, presidente de Kazajistán desde hace 32 años; Emomali Rahmon, de 72 años, presidente de Tayikistán desde hace 32 años (quien ahora disfruta del aviòn presidencial mexicano, que le fue vendido por un precio irrisorio, o al menos oficialmente así se anunció); Aleksandr Lukashenko, de 70 años, presidente de Bielorrusia desde hace 30 años; Nicolás Maduro, de 62 años, que relevó al dictador Hugo Chávez (14 años en el poder) como presidente de Venezuela, donde lleva ya 12 años y los que le quedan, porque hará todo lo que esté a su alcance para permanecer en el poder; y no podemos dejar de mencionar a Vadímir Putin, de 72 años, que ha estado a la cabeza del gobierno ruso por 25 años y muy probablemente hasta que la muerte le arrebate el poder.
Y tenemos a los gobernantes “eternos”, que decidieron permanecer como jefes de estado aún después de muertos, pensando tal vez gobernar desde el mas allá, como es el caso de Kim Il-sung, dictador coreano que gobernó durante 46 años Corea del Norte (de 1948 a 1994), y dejó como heredero (nótese, en una república supuestamente democrática) a su hijo Kim Jong-Il, quien gobernó 17 años, hasta su muerte en el 2011, heredando a su vez el cargo a su hijo Kim Jong-Un, aunque oficialmente tiene el cargo de Secretario General del Comité central, puesto que su abuelo, ya muerto, funge como “presidente eterno de le República”. Así que Kim Jong-Un es el dictador de Corea del Norte desde hace ya 13 años.
Pero así como los jefes de Estado, también los hay presidentes de partidos políticos, de sindicatos y otras instituciones, que hacen hasta lo imposible por perpetuarse, dañando así el espíritu de libertad de las organizaciones y los gremios, lo que generalmente impide el bienestar de los que dicen proteger.
El Barón Lord Davir Owen, médico y político británico estudió bien la enfermedad que genera el poder, no sólo con sus síntomas físico, sino psicológicos, lo que lo lleva a descubrir que el poder produce una alteración mental que él denominó “Síndrome Hybris” ( de la palabra griega que remite a la excesiva soberbia, arrogancia y autoconfianza), que hace que los poderosos desconozcan los límites de la moral, actuando injustamente, porque sólo ven las cosas desde su propia perspectiva e intereses, perdiendo no sólo la objetividad de la realidad, sino la empatía y responsabilidad que su cargo impone en aras del bien común, y este comportamiento sociópata los lleva a manipular los poderes del Estado para beneficiarse, sin importarles que con ello afecten el bienestar, la paz social, la estabilidad y la misma soberanía del pueblo al que todos, de manera unánime, dicen velar por sus intereses. Estos líderes muchas veces llegan a padecer verborrea hablando sin cesar sobre sí mismos y sus supuestos logros, cuya traducción literal es todo lo contrario.
La experiencia del poder ha afectado a muchos gobernantes, provocando en ellos cambios psicológicos que los conducen a la grandiosidad, al narcisismo y naturalmente a un comportamiento irresponsable, como el de todo narcisista, cuya principal característica es una total falta de empatía. Este síndrome les hace pensar que todo lo que realizan es magno, que sus obras son grandes y trascendentes, creen saberlo todo en todos los ámbitos y circunstancias y operan más allá de los límites de la moralidad y la ética deja de tener sentido para ellos, volviéndose incluso mentirosos compulsivos, pero además, intolerantes, pues no aceptan ni la más mínima observación, así sea con la mejor de las intenciones y sus críticos, aunque sean sus propios y más fieles colaboradores, son considerados enemigos acérrimos; y no se diga su actitud con el periodismo crítico, que si los incomoda demasiado, ordenan eliminarlos. Esa adicción de poder también trae consigo una gran paranoia y no es raro verlos pendientes de todos sus flancos, como si temieran un ataque repentino.
El doctor Owen señala que el síndrome de Hybris es un trastorno de la personalidad muy singular que se adquiere y desarrolla después de que un líder ha permanecido en el poder después de un periodo de tiempo, que depende de la susceptibilidad, estabilidad emocional, circunstancias personales de historia de vida, formación familiar, valores, etc. Y curiosamente aclara que este síndrome sólo es aplicable si no existen antecedentes de enfermedad psiquiátrica, en caso contrario, no imaginamos lo que sucedería, teniendo en sus manos el poder de transformar una nación entera. La Historia ya nos da muestra clara de las consecuencias nefastas que trae consigo un desequilibrado en el poder.
Owen identifica 14 síntomas del síndrome de Hybris:
1.- Tendencia narcisista a ver el mundo como un escenario donde ejercer el poder, demostrar sus capacidades y buscar la gloria personal, por lo que generalmente estos personajes acaparan todos los titulares y se hacen prácticamente omnipresentes en la vida pública, tratando de protagonizar los acontecimientos del día a día para ser admirados, enaltecidos y venerados.
2.- Autoconfianza exagerada que raya en un sentimiento de omnipotencia, creyendo saberlo todo y que todo lo pueden, se sienten especiales y demandan total atención. Vemos como tratan de aparecer como los más cultos, inteligentes, con las más grandes capacidades físicas, como súper atletas, multifacéticos, que dominan los deportes y poseen muchas habilidades que causen admiración.
3.- Confianza desmesurada en su propio juicio y desprecio por las ideas y opiniones de los demás, subestimándolos, por lo que se niegan al diálogo, pensando que sólo su punto de vista es válido y suelen rodearse de vasallos funcionales. Por eso es que creen que sus ideas, por descabelladas que parezcan, son sensatas y viables, sin importar que muchas veces lleven a sus países a la quiebra por las malas decisiones que toman, creyéndose omnisapientes
4.- Realizan acciones para auto glorificarse, como la grandilocuencia , haciendo un culto exacerbado de su imagen, por lo que generalmente gastan cantidades exorbitantes para promoverse y estar en todos los medios, como si fueran súper estrellas, aficionándose a aparecer en público para ser aplaudidos, normalmente gracias a una muy estructurada logística para llevar contingentes a todos sus actos para hacer creer que su pueblo los ama, cuidando de que ningún opositor se acerque, por lo que destinan grandes efectivos para su seguridad.
5.- Suelen preocuparse exageradamente por su imagen, por lo que suelen caer en la excentricidad, para demostrar que son únicos, especiales y magníficos. Por eso destinan grandes recursos en ropa exclusiva, en asesores de imagen y es tanto su narcisismo que llegan a verse guapos, irresistibles y muy atractivos, sintiéndose personas con un intelecto muy por encima de los demás, por lo que suelen rodearse de personas mediocres, con baja autoestima y de peor aspecto, zalameros y aduladores, para así, ser ellos quienes sobresalgan.
6.- Hablar sobre los asuntos intrascendentes de manera mesiánica y exaltada, tratando de hacer creer que pequeños logros son prueba fehaciente de su grandiosidad. Son personas que gesticulan mucho y alzan la voz para mostrar su poder. Por eso suelen tener actitudes teatrales y muchas veces para distraer de temas más importantes o eludir crisis de gobierno, dedican largas elocuciones a nimiedades, incluso tratando de ser graciosos, soslayando la envergadura y la responsabilidad de su rol como mandatarios.
7.- Tienen una identificación excesiva con el país, del que no consideran ser parte, sino la nación misma (el Estado soy yo). Y creen que la nación y las instituciones están a su servicio, sobrepasando sus funciones, creyéndose insustituibles. Esa actitud narcisista hace que desprecien no sólo a sus antecesores, sino a sus pares y personajes relevantes del momento, asumiendo que son los dueños de vidas y haciendas, por lo que disponen no sólo del erario a discreción, como si fuera su patrimonio personal, sino del destino de los millones de personas, olvidándose que ellos sólo son depositarios de la voluntad popular y la soberanía pertenece al pueblo y no a ellos, a quienes se les ha delegado temporalmente esa potestad, la que traicionan sin ningún escrúpulo. Por eso se ha vuelto casi una tradición que durante su mandato acumulen grandes riquezas de manera inexplicable, sabiéndose impunes, pues sus sucesores normalmente los protegen dándoles inmunidad.
8.- Tienden a estar inquietos, a ser impulsivos e imprudentes, por lo que sufren accesos de ira o reaccionan a la defensiva cuando sienten amenazado su ego. Y al poco tiempo de haber asumido el poder y darse cuenta de sus alcances, se vuelven intolerantes ante cualquier contrariedad, y viéndose y sintiéndose poderosos, les es fácil pensar en eliminar a todo aquel que critique o que se oponga a sus deseos, porque muchas de sus decisiones son eso, deseos convertidos en decisiones, algunas de gran trascendencia y en perjuicio de sectores importantes de la sociedad.
9.- Hablan de sí mismo en tercera persona y usan la forma regia del nosotros, incluyendo en su discurso palabras y frases rebuscadas para parecer más cultos e inteligentes. Esa tendencia de superioridad trata de encubrir a una persona insegura, que se sabe incapaz y con grandes deficiencias, que al llegar al poder llega a creer que realmente ha sufrido una metamorfosis cual mariposa que oculta en un capullo su fealdad, pero cuando surge a la luz, presume su maravillosa hermosura.
10.- Están absolutamente convencidos de que sus propuestas son justas, sin importar el costo de las mismas. Suelen presumir de su gran visión, pero ignoran los detalles e inconvenientes y justifican sus actos considerando que persiguen un fin superior. Así, sin justificación alguna y sin tomar en cuenta a los especialistas, imponen sus ideas, por descabelladas que sean, para realizar proyectos inútiles, que sólo buscan su glorificación, o al menos eso creen con vehemencia.
11.- Piensan que no deben rendir cuentas a otras personas o a la sociedad, sino solo ante tribunales más elevados e intangibles, como la Historia o Dios, así que no prestan atención a las críticas o advertencias de los demás, porque en su psique, consideran que llegarán a la inmortalidad y como ya hemos visto, por eso hay quien se ha llegado a nombrar “presidente eterno”. Sientes que hablan con las deidades e incluso llegan a pensar que son profetas o elegidos.
12.- Tienen la seguridad de que ese imaginario “tribunal” avalará sus acciones, que el común de los mortales no entienden ni comparten, porque viven en su realidad alterna, abstrayéndose de tal manera que aunque la realidad les pegue en la cara, la niegan obstinadamente.
13.- Pierden el contacto con la realidad, aislándose progresivamente de su entorno y comienzan a vivir en su mundo, que generalmente es validado por los incondicionales que les rodean. Al final de su impostergable mandato, cuando su partida se les plantea como algo inexorable, se abstraen del mundo, en sus presentaciones se observa su melancolía e incluso se pierden en su ensimismamiento, sobre todo cuando su elevo va cobrando fuerza y se acerca la toma de posesión del sucesor. Es tal su abatimiento que incluso faltan al cambio de poderes o tratan de que éste sea lo más breve posible, para no sentirse derrotados, pues estando en el poder llegan a pensar que se quedarán permanentemente y no siempre lo logran.
14.- Llegan a la incompetencia “hubrística” por la excesiva autoconfianza, la falta de atención a los detalles y la desconexión del mundo. Al sobreestimar sus capacidades y rechazar opiniones ajenas, actúan impulsivamente, lo que les puede llevar a tomar decisiones imprudentes y peligrosas.
El peligro de que este síndrome se haga presente, como bien dice el doctor Owen, está en la permanencia en el poder. Casos, sobran, lo vemos en nuestra actual realidad. El presidente Biden estaba cayendo en este síndrome, pero la democracia norteamericana se impuso y el relevo es inminente, por el bien de todos