De memoria
Carlos Ferreyra
Este texto proviene de los momentos en que, sentado en mi sofá, escucho poco y veo menos, pero se me acumulan los recuerdos y ahora se amontonan los remordimientos.
Porque verán ustedes, que todavía pueden ver que durante muchos años desprecié la cultura culta. De los clásicos hojeé algunos, pero no los miré con la atención que ahora me arrepiento de no haberles prestado.
A cambio de esa cultura universal, traté de empaparme de la cultura nuestra latinoamericana en lo general, hispanohablante en lo particular.
Sentí profunda admiración por nuestros Guillermo Prieto y debo admitirlo, muy poco respeto por los escritores jóvenes que, de una parranda con los cuates, escribieron lo que pensaron que sería la obra del siglo.
Un día descubrí que existía literatura al sur de nuestras fronteras. Cayó en mis manos un doloroso reportaje de un escritor chileno titulado “El chacal de Nahueltoro”. Detallada relación del joven semisalvaje que amparó a una mujer mayor y que luego quiso tener como esclavo sexual. El chico no lo entendió y terminó matándola.
La crueldad de la narración estriba en el cuidadoso trabajo de las autoridades para semi civilizar al criminal y llevarlo hasta el grado de asumir la bestialidad de su acción. Allí estuvo el castigo.
Descubrí otros autores del subcontinente que dedicaron sus afanes a documentar y a ilustrar a sus lectores sobre la injusticia de una sociedad que a los marginados nunca les permite tomar conciencia de sus acciones.
Así, me topé con varias historias noveladas sobre el asesinato de un grupo de periodistas en una zanja en Buenos Aires, la brutalidad del dictadorzuelo panameño Manuel Noriega, “cara e piña”, que unió a la directiva completa del partido comunista local para festejar la apertura política del gobierno del general Omar Torrijos.
No quedó uno solo vivo; durante la borrachera, personalmente el jefe de la guardia nacional fue asesinando a cada uno de los dirigentes políticos de oposición. No hubo castigo alguno ni investigación porque el hecho fue público.
Recorriendo el panorama latinoamericano, no abandoné a mis escritores mexicanos, los creadores de un Lucas Lucatero, un Pedro Páramo e infinidad de historias, muchas simples, pero de enorme contenido humano.
Con los viejos novelistas nacionales aprendí el valor de cada palabra y la necesidad del uso de un idioma directo, comprensible para cualquier nivel de educación.
En este proceso de enceguecimiento, encuentro que hubo obras y autores que debí consultar más acuciosamente. Pienso en el gran Emanuel Carballo, autor de un extenso estudio sobre los protagonistas de la literatura mexicana. Ahí se encuentra lo mismo, el elogio merecido que la crítica sin concepciones que solía ejercer el escritor jalisciense.
Es una obra que muchas veces miré, pero nunca la estudié en profundidad, lo cual abre un gran abismo en mi cultura literaria.
Francisco Santa María, en un enorme escrito dividido en tres partes, creó el diccionario de modismos de los países que conformamos la comunidad continental. Esta obra resulta muy gratificante al ir localizando modismos y expresiones cuyo origen no conocemos.
Lamentable mi extravío del diccionario tarasco-español de don Jesús Romero Flores y así otros materiales que fueron desapareciendo de mí, en algún momento, nutrida biblioteca centrada en la literatura latinoamericana y la geopolítica continental.
Hoy daría cualquier cosa por poder refrescar mis lecturas regionales con el “Pito Pérez” o quizá entender el magistral desarrollo de una novela corta titulada “La muerte tiene permiso”.
A quienes todavía ven, les recomiendo que no pierdan el tiempo y encuentren sus lecturas predilectas y las disfruten plenamente.
Una novela muy extensa, pero aparentemente para consumo escolar, “Don Justo”, también extraviada de mis libreros, de autor desconocido, pero de un contenido humano insuperable. Curioso que no esté entre las grandes novelas mexicanas.
Con el agua envenenada, de Fernando Benitez, atestigüé el manejo ejemplar, magistral, de un hecho que en México sería cotidiano, pero novelado es una muestra de la facilidad con que nuestro pueblo es manipulable.
Durante el suceso, tuve ocasión de circular en tránsito hacia Morelia, mientras mi padre nos mostraba la bestialidad de un pueblo enloquecido sin razón alguna, masacrando a la familia del “cacique” local.
No se supo quién motivó la tragedia de un agua inexistente, pero, en versión de nuestras autoridades actuales, fue un simple hecho de usos y costumbres.
Usos y costumbres que, en el término del sexenio actual, han registrado alrededor de 200 linchamientos en todo el país, en la mayoría de los cuales se usaron las campañas de las iglesias para convocar a tan nefandos crímenes.