Mauricio Carrera
Hace años murió mi madre. El mar me la recuerda, el aroma de algún estupendo guiso al pasar, las cerezas rojas en los helados, las escuelas todas y ciertas palabras como jacaranda y ánimo.
No había en ella engaño ni cansancio, jamás un corazón frío para sus hijos. Su ausencia me hace ver la luz que era, mi inmensa y amedrentadora orfandad. Si soy bueno y honrado, es por su don de mamá, de maestra, por su ternura implacable.
Le compro gardenias y las coloco frente a su retrato.
Recordarla es Navidad, mariposas en un bosque donde nos resbalamos divertidos, un Acapulco de playas y cine, una familia que tuve y ahora no, y albercas donde nadar el ocio y la dicha. ¡La extraño tanto!
A ratos, en momentos de sagacidad melancólica y cansancio metafísico, me reprocho: qué egoísta soy al estar tú muerta y yo tan en pedazos, triste, desconcertado y vivo.