Por Mouris Salloum George
Hoy requerimos un modelo nacionalista que corresponsabilice a los factores de la producción, sectores y clases en la elevación de la productividad y competitividad para la modernización de la planta agropecuaria, industrial y comercial que asegure los equilibrios sociales.
De otra forma, ya no se puede.
El nacionalismo mexicano encuentra sus antecedentes en las luchas libradas durante siglos por los pueblos que se independizaron de señores feudales y monarcas absolutos, sustentándose en la soberanía colectiva. Como todos sabemos, la Nación triunfó sobre el reino y el sujeto social sustituyó al antiguo súbdito.
Entonces, históricamente el nacionalismo mexicano representa el resumen de las luchas del pueblo contra la codicia extranjera sobre nuestras riquezas, y la defensa de los recursos naturales. La seguridad de que la Nación puede imponer las modalidades que dicte el interés público.
Hoy hay nacionalismo en todo el mundo, para proteger los recursos.
Políticamente, el nacionalismo mexicano es la expresión de los rasgos más valiosos de nuestra identidad comunitaria: significa la defensa de la libertad, la independencia, las raíces ancestrales y nuestras convicciones colectivas.
Socialmente, el nacionalismo convoca a la cohesión cultural en torno de la dignidad de la persona, la integridad de la familia, el interés general de la sociedad en la preservación de la igualdad de derechos y obligaciones, rechazando los privilegios de clases, razas, sectas, grupos de presión, sexos o individuos con intereses particulares.
El nacionalismo mexicano tiene una mayor vinculación histórica con las luchas que libraron los fundadores de las naciones más avanzadas de Occidente, así como con las sostenidas por los creadores de los estados-nación del Viejo Continente.
También es afín al que anima en espíritu la integración de las diferentes comunidades económicas regionales, ya sea en Europa, Asia, África, Oceanía o Latinoamérica, por cuanto al aliento que sostienen en su lucha contra la dictadura financiera de las corporaciones transnacionales.
Sobre todo hoy, que las actitudes y pronunciamientos gubernamentales y empresariales en el mundo, reflejan en leyes, convenios y tratados comerciales una visión nacionalista para proteger sus propios recursos físicos, humanos y tecnológicos del avasallamiento imperial. Hasta en los imperios reculan. Nadie puede crecer sobre las desgracias de los demás.
¡Ya basta de entreguismos, triquiñuelas y anexiones nefastas!
La pobreza no puede sostener ya ningún impulso, ninguna orientación general. Las nuevas teorías se pintan sobre lienzos más grandes. Ningún otro alcanza. O crecemos todos juntos, o nos aplastan a todos. Un programa gubernamental que promueva la transparente participación democrática en los asuntos y negocios públicos, que acate la voluntad mayoritaria para la mejor toma de decisiones es el único que puede sustituir la hegemonía del antiguo y rebasado sistema corporativo, edificado sobre la miseria.
Observar puntualmente las líneas constitucionales imprescriptibles e indeclinables de la Constitución que sustentan a las clases marginadas sobre el egoísmo del poder, alertar a la Nación sobre el retorno de las medidas conservadoras que entronizaron a un pequeño grupo social, debe ser el papel del Estado nacionalista en México.
¡Recuperemos el nacionalismo, antes de que sea demasiado tarde!