Joel Hernández Santiago
Primero de septiembre de 2024: Informe presidencial. Igual que antes, aunque “no seamos como los de antes”.
Y es natural. Es parte de su ADN. El Ejecutivo en el poder quiere vanagloriarse y declarase triunfante por sus hechos y sus obras durante el año que transcurrió, aunque esto no sea del todo cierto y los mexicanos y mexicanas en todo el país hagan como que creen lo que ahí se informa y se dice e, incluso, muchos aplauden y también, como entonces y como ahora, hay rechiflas sonoras que no se escuchan en las transmisiones de televisión o radio. Es así de sencillo.
A las rechiflas y trompetillas, el gobierno ha encontrado una solución popular y cumbanchera: se acarrea a huestes del partido en el poder para que brinquen, griten loas, toquen matracas y trompetas e incluso voten a favor de lo que les pida el Ejecutivo para llevar la fiesta en paz: “¡Es un honor estar con Obrador!” gritaron a raudales esta vez, aunque también, con lágrimas de cocodrilo, tocaron “Las Golondrinas” porque este es el informe del adiós… aunque… quién sabe…
Pero esto del ritual informativo no es de hoy o ayer o de este sexenio. Ha sido así, de forma muy similar, durante muchos años, sobre todo luego de que don Venustiano Carranza decretara en 1917 que así debería ser cada año al inicio de las sesiones del Congreso de la Unión el 1° de septiembre.
Aunque la historia viene aún más lejos, es desde 1924 cuando el primer presidente de México, Guadalupe Victoria, inició la regla de informar a la nación del estado que guarda su administración. Y más todavía, esta idea fue trasladada de la costumbre Británica de informar a la nación, así como de Estados Unidos, que así lo establecían.
Durante años los mexicanos estábamos acostumbrados a que el 1 de septiembre era “el día del presidente”. Y es que en realidad era un festejo organizado por el Ejecutivo para cumplir con el mandato constitucional en el artículo 69 que dispone que el Presidente de la República asistirá a la apertura de sesiones ordinarias del Congreso y presentará un informe por escrito en que señale el estado general que guarda la administración pública del país.
Claro, debido a distintas circunstancias de momento esto ha cambiado y hoy el presidente puede no asistir y enviar el informe por escrito al Congreso para su análisis y posterior glosa, y llevar a cabo una ceremonia aparte, casi siempre en Palacio Nacional, en la que lee su mensaje político y sus cifras, glorias, rechazos y sus agrados, pero también sus desahogos, sus gratitudes y sus maldiciones.
Hubo años en los que los diputados de oposición al PRI o al PAN impedían el acceso del Ejecutivo al recinto parlamentario. Esto entre gritos de repudio, jalones, mentadas de madre y codazos.
Pero, bueno, lo dicho; esto no es nuevo. Viene de muchos años atrás cuando el presidente sí acudía al edificio de la Cámara de Diputados y a la que asistía también el pleno de los Senadores.
Todo era algarabía y todo era aplausos. El traslado de Palacio Nacional a la Cámara ocurría a rodada lenta en vehículos descubiertos y con baño de papelitos de colores blanco, rojo y verde, para ofrecerle al mandatario ‘la patria en flor soberana’. El Ejecutivo de pie, saludaba a diestra y siniestra para agradecer “las muestras de cariño del pueblo bueno”.
Ya en el edificio de la Cámara de Diputados ocurría la ceremonia en medio del clamor de los diputados afines que, solícitos al Ejecutivo, hacían saludos y reverencias, aunque los grupos de oposición no dejaban de gritar su repudio y su enojo y sus ganas de ser ellos los ganones. Por eso ahora el Ejecutivo mejor envía el informe y hace su informe en el Zócalo. No va a la Cámara, pero ahora son los diputados de Morena, et.al, los que van al Zócalo para escucharlo respetuosos.
El regreso igual siempre: fiesta, papelitos de colores patrios, música, gritos de “¡Arriba el presidente!” (Que lo mismo era Echeverría, como López Portillo o De la Madrid o Carlos Salinas o Zedillo o Fox o Calderón o Peña nieto…).
2024, al igual que antes y antes y antes y antes, ‘este fue el sexenio del triunfo del pueblo; el triunfo de todos, porque todos hicimos que este gobierno pudiera hacer lo que hizo gracias al apoyo de los mexicanos: primero los pobres, claro está’. Y se desgranan autoelogios; se desgranan loas en boca propia, se desgranan gratitudes y se desgranan ironías, reproches, amenazas y regaños.
Hoy, como entonces, el último informe es el del desahogo: Fue en el último informe del presidente López Portillo cuando se nacionalizó la banca y se dijo que ‘se defendería al peso como un perro’; fue en un informe en el que gritó el mismo presidente que “yo no pago para que me peguen”; y a los adversarios entonces se les llamó “enanos del tapanco”.
Pero, bueno. Fue el 6 informe de gobierno del presidente de la 4-T. La fiesta terminó. Y aunque su gobierno está por concluir en unos días, el 30 de septiembre. Después será ex presidente y se habrá ido a su rancho en Palenque, Chiapas… Por lo pronto dijo en su 6°. Informe:
“Me voy a jubilar con la conciencia tranquila y contento … Me voy tranquilo porque a quien le voy a entregar la banda presidencial es una mujer honesta, de buenos sentimientos, de buen corazón. Afín a nuestro movimiento, Claudia Sheinbaum Pardo. Me retiro con el orgullo de haber servido a un pueblo bueno.
“Qué felicidad que quien me va a sustituir es una mujer excepcional que le va a dar continuidad a la transformación. Por eso me río, porque las cosas que van a quedar pendientes, se van a concluir con Claudia Sheinbaum”, expresó.
Mientras tanto sí, el país se debate en sus crisis internas, tantas veces ya dichas y que son muy lejanas al maravilloso Mundo de Oz que se nos expresó ayer y que se nos ha dicho cada año, desde hace años, en el ritual del Informe presidencial que se repite igual año, tras año, tras año, tras año, tras año… Hoy, como entonces, como siempre. ¿Y luego?