Samuel Pérez García
Hace muchos años cuando era feliz y estudiaba la prepa, de pronto, sin saber cómo, empecé a escribir versitos inspirado en los ojos negros y el menudo cuerpo de una preparatoriana. Pero también en las oscuras golondrinas de Gustavo Adolfo Becquer o en los de Amado Nervo.
En esa época la diversión de Coatza era la playa, el fútbol, o a veces ir al club de Leones a escuchar una tocada con Fratelos, o un hueso al que llegabas sin ser invitado, pero que entrabas alegre porque ibas con los de tu propia camada, que eran borrachos hasta perderse o se daban un toque de mariguana para olvidarse del mundo real.
El puerto era pequeño, arenoso y su calor no era tan calcinante. La vida social a lo máximo llegaba hasta la Prócoro Alor. Quien iba a pensar que luego llegaría hasta Barrillas.
En esa época Éramos muchachos. Jugábamos a sobrevivir cada sábado asistiendo a alguna fiesta o simplemente cooperar para un pomo, que después, los más fiesteros y borrachos jalaba rumbo a la zona roja para divertirse con los bailes eróticos que ejecutaban las bailarinas del Marlin Bar.
En cambio, yo reflexionaba que esa vida disipada no me conducía a muchos lados, sólo a uno: la perdición o la cárcel. Muchos amigos de aquellos lares ya murieron, otros los han sustituido, pero recordar esos instantes pasados, pueden a veces resultar inolvidables o frustrantes.
La vida de Coatzacoalcos o el Puerto México que conocí en los 60 es muy diferente. Mi escuela, la Vicente Guerrero, la que me formó como estudiante de Primaria dejó de existir a los tres años de que había egresado. Don Cristóbal de Castro lo vendió al Banamex, y desde esa fecha la educación fue sustituida por el dinero.
La Miguel Alemán, sigue ahí, pero muy diferente en todo, salvo con el uniforme que continúa siendo el mismo: caqui para hombre y falda azul y blusa blanca para las niñas.
Pero hablaba de mis amigos, los cofrades que cada sábado tomaban o se iban a la zona de tolerancia a concluir la faena erótica que su cuerpo necesitaba. Digo, entonces, que contrario a ellos, a mi me cayó el veinte. Y un día me puse a pensar adónde iba si repetía eso mismo cada sábado. Por eso ingresé a la prepa.
En la prepa aprendí algo de filosofía y literatura, a mirar a las muchachas como el cuerpo necesario que había que conquistar, a pensar en ellas como si fueran la argentina Libertad Leblanc o la artista estadounidense Elizabeth Taylor, pero también en la diferencia social que mi entorno englobaba. Bajo el horizonte de esas miradas mi vida se fue haciendo. Elegí la filosofía como formación universitaria, la poesía como corolario a las sensaciones que ellas me producían y a la política, un corolario de la filosofía, como medio de transformación del mundo capitalista.
Por eso la realidad ahora no me parece, a pesar de serlo, salvaje y desértica, sino que he aprendido a comprenderla como el entorno en el cual se tiene que luchar para sobrevivir.
Para eso requiero de dos consuelos: la filosofía y la poesía. La primera me justifica la estancia en el solar porteño; la segunda me la embellece recordándolas como eran en el último otoño -como decía Neruda- boina gris y acicalado pelo, brotando en su cara la sonrisa más extraordinaria.
Y a la política para reflexionar si hay que cambiar a los magistrados jurisconsultos por el voto popular o sin él. De lo que si estoy seguro es que, cada etapa promueve los cambios que le son necesarios, aunque a veces la historia bendiga o aborrezca.
Por eso ahora, comprendo que cada cosa que ocurre en mi rededor da una enseñanza y un aprendizaje. No se vive sólo para pasar el rato, sino para saber encontrarle los intrincados hilos que se ofrecen, con el fin de comprenderla mejor.
Pudiera decir entonces, que nací no en un pueblo de luna con hilos de plata, ni en el verdoso color del mar, nací cuando me di cuenta que la vida es un enredijo de hilos que se bifurcan y que nos van creando una compleja relación con los otros o con el universo entero, que no se resuelve con un vaso de vino o cerveza, sino con el atinado uso de la reflexión, como hoy lo hago, a resultas de los años que he vivido haciendo política, escribiendo poesía, dando clases y enamorándome de las más bonita, que finalmente, terminan rechazando porque mi cartera nunca está suficientemente gorda para ser adelgazada en un santiamén, pero que la lucha hago para que siga adelante, mirando el proceloso mar desde la bocana, bajo alguna palmera del malecón costero, o desde el recuerdo de una habitación en el Hotel Varadero, y que mientras yo miraba el silente amanecer, ella se movía bajo las sábanas, a la espera de su jinete.
Además, te invito a la presentación de mi libro de poemas: La tarde en que los años eran una fiesta: 15 de octubre, 7 de la noche, Casa de Cultura de Coatzacoalcos. Entrada libre amigos, contactos y amantes de la poesía.