A pesar de las intensas lluvias que se han registrado en las últimas semanas, que han provocado que las presas del Estado de México alcancen niveles máximos, varias comunidades siguen sufriendo la falta de agua. Según la Comisión Nacional del Agua (Conagua), ocho embalses en la región se encuentran al límite de su capacidad, incluyendo la presa Madín, en Atizapán de Zaragoza, que reporta un preocupante 139% de llenado. Sin embargo, esta abundancia no se traduce en un suministro adecuado de agua para todos los habitantes del Valle de México.
Un ejemplo reciente es el caso de los vecinos de Lomas Verdes, en Naucalpan, quienes bloquearon una de las avenidas principales tras pasar una semana sin agua. Las autoridades les informaron que la interrupción del servicio podría estar relacionada con una fuga, pero la falta de respuestas claras y soluciones efectivas llevó a los residentes a amenazar con nuevos bloqueos. Argumentan, con razón, que el acceso al agua es un derecho humano, reconocido y protegido en México.
¿Por qué, con presas al máximo, sigue habiendo escasez de agua?
La respuesta a esta pregunta es compleja, pero puede encontrarse en una serie de factores estructurales que afectan al sistema de distribución de agua. Uno de los principales problemas es el crecimiento desmedido de los asentamientos irregulares en el Valle de México. Según datos de la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción (CMIC), 7 de cada 10 viviendas en México se han construido en terrenos irregulares. Estas nuevas comunidades, a menudo situadas en zonas que carecen de infraestructura básica, sobrecargan las ya deterioradas redes de distribución.
La infraestructura del agua, particularmente las tuberías, ha sido descuidada durante años. Muchas de estas redes son obsoletas y no han recibido el mantenimiento necesario, lo que ha provocado un aumento en el número de fugas. Estas fugas, además de desperdiciar grandes cantidades de agua, reducen la presión en las tuberías, dificultando la llegada del líquido a las zonas más altas o alejadas de los centros urbanos.
Por otro lado, la contaminación de las fuentes de agua subterránea es otro factor que agrava la situación. Las malas prácticas en la disposición de residuos sólidos y la falta de tratamiento de aguas residuales han deteriorado la calidad del agua disponible. Esta contaminación obliga a las autoridades a restringir el uso de ciertas fuentes, limitando aún más el suministro.
Soluciones urgentes para un problema creciente
Frente a esta crisis, es evidente que las soluciones no pueden ser meramente paliativas. El Estado de México necesita una reestructuración profunda de su sistema de distribución de agua, que incluya la renovación de su infraestructura, así como un control más estricto sobre el crecimiento urbano descontrolado. Invertir en tecnologías de detección de fugas y en el tratamiento adecuado de las aguas residuales también es crucial para garantizar la sostenibilidad del recurso.
Además, los desarrollos urbanos bien planeados pueden ser parte de la solución. Proyectos que integren infraestructuras modernas, eficientes y respetuosas con el medio ambiente pueden aliviar la presión sobre los sistemas de agua actuales. Al priorizar la construcción de comunidades con redes hidráulicas adecuadas, zonas verdes, y sistemas de captación de agua pluvial, no solo se mejora la distribución de agua, sino que también se promueve un uso más responsable y sostenible de los recursos.
La escasez de agua en una región con presas llenas no solo es una paradoja, sino un llamado urgente a replantear la gestión de este recurso vital. Si no se abordan las causas subyacentes de esta problemática, las protestas de comunidades como la de Lomas Verdes serán cada vez más frecuentes, y el acceso al agua seguirá siendo un lujo, cuando debería ser un derecho garantizado.