Joel Hernández Santiago
Un calendario político y republicano establece fechas fatales. Antes era el 30 de noviembre cuando concluía el mandato sexenal de los presidentes de México en la etapa moderna. Pero con una reforma reciente cambió la conclusión del gobierno el 30 de septiembre, “mes de la patria”. Y así es desde este año 2024.
De tal forma ya concluyó el gobierno que comenzó hace casi seis años, el 1 de diciembre de 2018 cuando llegó a la presidencia de México Andrés Manuel López Obrador. Él venía cargado de muchos años de empeño por llegar ser el mandatario del país. Y lo consiguió en gran medida porque Peña Nieto fue un pésimo presidente y éste le cedió los trastos a AMLO de forma negociada: “Yo te apoyo”-“Tú me apoyas”.
Peña Nieto no fue tocado ni con el pétalo de una Mañanera. Acaso alguna alusión. Acaso algún dato de su gobierno. Acaso el silencio absoluto sobre las tropelías que se cometieron durante sus seis años de gobierno 2012-2018: Corrupción, frivolidad, abuso de poder, enriquecimiento enloquecido de su gente y de sus cercanos, negociaciones redituables por doquier y silencio político respecto de lo que podría hacerle daño.
¿En qué consistió la negociación entre Peña Nieto y López Obrador? Ellos lo saben. Guardan silencio. Pero se sabrá todo un día no muy lejano, ya se sabe que “la historia –dijo Heródoto—es la maestra de la vida” y tampoco es esa tía buena que todo lo ve y todo lo perdona: no. Un día todo se sabrá, para bien de la conciencia nacional.
En su discurso triunfal de julio de 2018 juró a los mexicanos que al concluir su mandato en 2024 sería “el mejor presidente que haya tenido México”. No se valían medias tintas en la efervescencia triunfal de aquel diciembre de hace seis años. Y por entonces hubo muchas promesas-promisorias.
Se creía que todo habría de cambiar para evolucionar como nación y como país de justicia y derechos e igualdad.
Pero lo que se vio pronto fue un régimen encabezado por un político que tuvo enormes buenas intenciones en sus primeras etapas como forjador de justicia para los pueblos indígenas de Tabasco a la sombra de don Enrique González Pedrero a mediados de los años ochenta.
Fue por entonces un hombre carismático que quería ser parte del gobierno priista y peleó por ser presidente municipal de Macuspana en 1988; para ello buscó al gobernador Salvador Neme Castillo quien también era carismático y los tabasqueños le querían. No consiguió esa presidencia municipal y rompió lanzas con el PRI…
Comenzó su larga carrera disidente. Y con la gente que había acumulado a su favor como dirigente de asuntos indígenas en la entidad tabasqueña, cerró el paso de acceso a instalaciones de Pemex en Tabasco, carreteras, hizo caravanas para exigir “democracia”, “justicia”, “alto a la corrupción”…
De todo hubo en su camino. Seguramente muchos le traicionaron. Muchos le mintieron. Muchos le engañaron. Pero también mucho hizo para ser él mismo un político eternamente candidato.
Porque eso ha sido López Obrador, un eterno candidato. En su persona o en la persona de sus fieles. Porque aún durante todo su gobierno presidencial de 2018 a 2024 no hubo día, uno sólo, que no estuviera en campaña, para sí y para sus ad lateres.
También aquel muchacho que soñaba con un país ejemplar, justo, equilibrado y democrático, se cargó de odios, de resentimientos, de sed de venganza, de resabios, de una increíble necesidad de demostrar su autoridad y su palabra, como ley. Y se hizo rodear de gente que repudiaba esta actitud pero que paradójicamente la aplaudía. La servidumbre humana puesta a su disposición.
Fueron seis años en los que, por ejemplo, el ya presidente se fue transformando en un ‘ogro filantrópico’ parafraseando a Octavio Paz.
Si: “Primero los pobres” decía. Y decidió entregar dinero contante y sonante a los jóvenes para su sostenimiento y estudio; lo mismo hizo con los mayores de edad. Y fue ese su capital político: la pobreza como capital político, no para acabarla, sí para fortalecerla y hacer uso de esas huestes que entregan su alma por los recursos que reciben de forma periódica.
Si fuera “primero los pobres”, se entendería que habría de gobernar para sacar a esos pobres de la pobreza y la pobreza extrema; pero no, ni salieron de la pobreza y sí, en cambio aumentaron durante esta gestión.
Un ejemplo: Según Coneval, “en 2018 había 8.7 millones de habitantes en pobreza extrema. En 2022 eran 9.1 millones en situación de vulnerabilidad. Esta población padece el mayor porcentaje de carencias, como salud y educación: México sigue profundamente desigual.” Para 2024 la cifra aumentó según previsiones del mismo Coneval.
¿Abusó del poder López Obrador? Si. ¿Fue un gobierno de izquierda? No. ¿Fue un gobierno conservador? Si. No cambio la situación y conservó los peores defectos de sus antecesores presidentes tanto del PAN como del PRI. Un gobierno que cambió, para no cambiar.
Ya concluye la gestión de un presidente que no pasará a la historia como el mejor presidente que hubiera tenido México. No lo es y ya nunca lo será.
Dejó pasar la oportunidad de oro para serlo. Dejó pasar la oportunidad de gobernar en democracia para todos los mexicanos, para rescatar al país de sus peores defectos, para garantizar seguridad pública y crecimiento económico con igualdad y justicia, que es a lo que aspira todo gobierno de izquierda: un país que viva en paz, con armonía y todo cumplido para todos.
López Obrador deja tras de sí, odios, rencores y un país ensangrentado y sin salud ni educación y muy polarizado y con muchas lágrimas. Que va a escribir el libro de su gestión. Ojalá lo haga y nos diga por qué lo hizo así, por qué este resultado.
Y por lo pronto eso: Las Golondrinas para quien se va, pero que no se va.