Por Leopoldo Díaz Pérez
Era cadete del Heroico Colegio Militar y un fin de semana comía con mi familia, cuando mi hermano me espetó a gritos en la mesa, ¡te odio, te odio! Acababa de suceder el evento del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. Gradué como oficial en 1970 y durante décadas escuché la narrativa del “Ejercito asesino en Tlatelolco”; ríos de tinta corrieron y las rotativas de los diarios rugían lo mismo; falsificando la historia parafraseando a Juan Miguel Zunzunegui.
Ya con mi General Antonio Riviello Bazán Secretario de la Defensa, nos exhibieron un filme donde se veían los soldados en la explanada de Tlatelolco tendidos pecho tierra apuntando con sus mosquetones hacia lo alto de los edificios en posición defensiva, incluso recuerdo la toma de un soldado protegiendo a una niña.
Habían pasado aproximadamente cuatro décadas cuando escuche una charla de Francisco Martín Moreno justo cuando publicaba su trilogía Arrebatos Carnales III donde aseveró: el Ejército no disparó, desclasificaron los archivos del Congreso de los Estados Unidos de América, fue una intervención estadounidense ordenada por el presidente Lyndon B. Johnson y operada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), el FBI y la embajada norteamericana en México, para imponer al regente de la Ciudad de México, Corona del Rosal como jefe del Estado Mexicano.
Se trató de un intento de golpe de estado contra Gustavo Díaz Ordaz, en el contexto de la Guerra Fría; como había sucedido en varios países latinoamericanos. La política norteamericana sustentaba la necesidad de instaurar gobiernos férreos para frenar la influencia del Bloque Soviético y evitar el efecto “dominó” pues si caía México, como fichas caerían hacia el sur otros países. Los ojos del mundo estaban sobre México que celebraría los Juegos Olímpicos.
Algo se salió del control de la CIA, pues el general Marcelino García Barragán Secretario de la Defensa Nacional se percató de la traición del general Luis Gutiérrez Oropeza Jefe del Estado Mayor Presidencial quien apostó francotiradores en la parte alta de los edificios multifamiliares y a dos de ellos los aprehendieron en el acto con las armas (Jinetes de Tlatelolco, Juan Veledíaz). Winston Scott jefe de la estación de la CIA intranquilo porque no cuajaban sus planes, previamente había recibido a 5 francotiradores de su director Richard Helms; era necesario que hubiera muchos muertos, decía éste. El coronel Manuel Díaz Escobar, que coordinaba a los halcones en el Distrito Federal y Ballesteros Prieto condujeron el artero ataque contra los estudiante y las tropas del Ejército comandadas por el general José Hernández Toledo quien recibio los primeros disparos en la insidiosa provocación de aquella criminal jornada.
Luis Echeverría Secretario de Gobernación fue el que comunicó la orden al secretario de la defensa nacional para desplegar tropas en Tlatelolco. García Barragán lo hizo bajo estricta orden de no disparar y únicamente aprehender a los dirigentes. Los francotiradores coludidos con la CIA dispararon contra el Ejército y los asistentes al mitin estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas. Los soldados llevaban cartuchos de salva y solo unos pocos de guerra para su última defensa. Echeverría difundió el mito de que el Ejército había disparado, para ocultar la traición.
El General Marcelino le reclamó a Gutiérrez Oropeza por qué no le había informado que dispararían contra sus tropas, quien contestó: cumplo órdenes del presidente Diaz Ordaz, pregúnteselo a él. Desde cadetes estudiamos la Doctrina Militar de las Fuerzas Armadas de México que se fundamenta en que estas nunca atacarán a su pueblo a riesgo de perder su apoyo y quedar perdidas, que a la fecha rige.
A la mañana siguiente del 2 de octubre, se presentó, el embajador norteamericano Fulton Freeman en el despacho del general Marcelino García Barragán para ofrecerle encabezar un golpe de estado por la presidencia de México con el sostén de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos de América. Estupefacto quedó ante la firme negativa del general Marcelino que de inmediato lo invitó a salir de su comandancia. Díaz Ordaz languideció cuando García Barragán le informó al respecto. La lealtad del general Marcelino García Barragán libró a México de la trampa.
Luis Echeverría Álvarez, sucedió a Díaz Ordaz en la presidencia de la República Mexicana únicamente para colaborar en tender otra siniestra trampa; simplemente acató la orden del presidente Richard Nixon para iniciar la guerra contra las drogas en México. El asesor de Nixon era precisamente Henrry Kissinger. A la fecha las Fuerzas Armadas Mexicanas llevan más de medio siglo combatiendo el narcotráfico, lo que competen a las autoridades civiles, ante la excusa de que éstas no tienen la capacidad para actuar en tal escenario. ¿Medio siglo no ha bastado para que se organicen y preparen contra ese antagonismo?
Mi general Riviello Bazán leal a México, libró otra trampa ante la irrupción armada del EZLN el 1º de enero de 1994 en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Ordenó no disparar una sola munición una vez que se sofocó el ataque guerrillero después de los primeros días. La artimaña era que el Ejército Mexicano continuara los combates para acusar a los militares de genocidio y proceder a la intervención de los Cascos Azules de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con el respaldo de las tropas de los Estados Unidos de América y el objetivo de escindir de la soberanía nacional a la región geográfica del Soconusco, afectando la integridad territorial de México.
Mi general Marcelino García Barragán, el general demócrata, heredó lealtad a México y a sus instituciones. El legado de Luis Echeverria Álvarez fue traición, populismo, quiebra de la economía nacional y la guerra contra el narcotráfico que persiste hasta la fecha con sus nefastas consecuencias que igual atentan contra la soberanía nacional y la integridad territorial de la Patria, a la par de sangrar su economía. ¿Por qué no despenalizar las drogas, si fue orden de Nixon?
@leopoldiazperez