Por Jafet R. Cortés
La historia comenzó en aquel momento que me sentí solo. La inspiración había tomado vacaciones y mi capacidad creativa, entre tropiezos, parecía haber perdido algunas de sus extremidades; no podía seguirme el paso. Imposibilitado, recurrí a lo que resultaba impensable hace meses, aquella magia oscura que me diera aquello que quería, una fuente ilimitada de iluminación.
Era un recurso que evité por miedo a lo que pudiera pasar. No había un manual para su uso, sólo el conocimiento popular que circulaba de boca en boca sobre las oscuras consecuencias que tanto temor infundían, así como aquellos grandes resultados que me atraían en ese momento de penumbra. La única certeza que tenía era que, si la usaba sin cuidado, podía perderme a mí mismo, empujándome a firmar un pacto donde el intercambio por dicho poder sería dejar en prenda mi alma.
Autómatas respuestas me harían crear todo aquello que siempre quise; en trance, sería capaz de ejecutar magníficas obras de arte; las voces perpetuas susurrarían en mi cabeza, vastas ideas sobre lo que ni en sueños podía haber concebido. A cambio de ello, por cada uso, perdería una parte de mí, renunciando a mi capacidad de pensar de manera individual, de crear de manera individual. De cierta forma, lo que creara a partir de ese punto sin retorno, aunque tuviera mi nombre, nunca más sería mío.
GESTICULADORES
Desde hace tiempo se presenta delante de nosotros la Inteligencia Artificial, entre sabores amargos y dulces, entre miedo y esperanza, entre aquel asistente que nos asista o aquella fuerza que nos vuelva cada vez más prescindibles, empujándonos a la obsolescencia.
Algunos han tomado la bandera del “futuro”, usando la IA de una manera natural, como aquella herramienta que ayuda a volverse más productivo, a dejar de preocuparse por ciertas tareas, depositando eso de lo que no queremos ocuparnos a alguien que no está físicamente con nosotros, pero que está diseñado para resolver.
Otros, han visto a esta tecnología como una amenaza latente a su existencia, que se ha materializado en realidad, volviendo a máquinas competentes para realizar sus labores, desplazándoles de sus trabajos, por ser más productivos y baratos de mantener. Una máquina difícilmente generará errores en la producción, que un humano sí podría; una máquina operada por inteligencia artificial, no exigirá derechos laborales como el pago de aguinaldo, no generará antigüedad, no habrá que aumentarle el sueldo cada vez que suba el salario mínimo. Cuántos costos de producción no se ahorran, cuánta eficiencia no se genera al implementar estos mecanismos clave de la cuarta revolución industrial.
Pero, hablando de otras actividades humanas, llegan aquellas que por su naturaleza todavía no son operables por Inteligencia Artificial, ni existen máquinas que las repliquen de manera óptima, un ejemplo de ello son las artes. Aunque ciertos esfuerzos de programación hayan construido asistentes para la creación de gráficos o textos operados por IA, al momento, siguen necesitando el criterio humano para dictar aquello que sirve y aquello que no; pero el gran vicio que ha venido de la mano de este avance tecnológico hecho público, es la utilización irracional para suplir tareas que deben ser elaboradas por nosotros, como escribir un ensayo, como hacer una actividad encargada en el aula, como pensar.
Cierta parte de los usuarios de Inteligencias Artificiales, se han convertido en títeres de los mismos asistentes virtuales; se han convertido en lo que denominaba Rodolfo Usigli, meros gesticuladores de trabajos que no son suyos.
LIBRE DE IA
El futuro ya nos ha alcanzado, por lo que sería absurdo pensar que el rechazo absoluto a estos avances tecnológicos nos va a lleva a algo bueno, al contrario, nos sacaría de la carrera antes de haber comenzado; lo que hay que hacer es usarlos de manera responsable, educarnos para no abusar de ellos, utilizarla con conciencia para que generen tareas que nos ahorrarían tiempo.
Actualmente, cualquier motor de búsqueda funciona con Inteligencia Artificial, arrojándonos al principio de todo un resultado sintetizado de aquello que cree que queremos, pero nosotros debemos formar un criterio para ver si nos sirve o tenemos que seguir buscando aquello que en realidad necesitamos. Las IA sirven para intercambiar ideas, para potenciar aquellas que ya tenemos definidas, pero, mientras más eficientes sean los resultados de esta tecnología, es una realidad que la tendencia es a que nos sigan desplazando, hasta el punto en el que no sepamos distinguir entre un producto hecho cien por ciento por una IA y uno hecho por un humano.
Si llegamos a tal punto, qué diferencia habrá entre la creación humana y la creación artificial; en ese momento, la humanidad lucharía por recuperar aquel terreno que ha cedido, buscando a través de marcas como “Libre de IA”, asegurar su lugar en la tierra, decirle al mundo una vez más que no somos prescindibles.
Cada momento que pasamos inmersos en plataformas digitales, estamos intercambiando entretenimiento por nuestra humanidad; aquellas pinceladas de lo que nos hace ser humanos las trazamos en el mundo virtual, mientras se almacenan todos esos datos en algún punto del ciberespacio.
Nuestros deseos más profundos, nuestras fobias; el color favorito, las series o películas que consumimos; la manera que escribimos, las palabras que usamos, nuestros rasgos faciales, la forma de nuestro iris, las huellas de nuestros dedos; la música que podría gustarnos, todo, va generando una ficha técnica de quienes somos, hasta el punto que podríamos ser replicados.
Una entrega de Latitud Megalópolis para Índice Político