MÉXICO, mi patria querida, cuantas veces traicionada, la fatalidad nos persigue, religión y destino se han unido y separado no sé cuántas veces. Hoy los hijos de la Malinche, nos han invadido, envenenados con odio, venganza, por un merolico que perversamente los atrajo con un adagio de que “primero los pobres”. Pero lo que atrajo fue muerte y destrucción. Octavio Paz señalaba “que la conquista de México sería inexplicable sin la traición de los dioses, que reniegan de sus pueblos”.
Tal pareciera que la muerte para los mexicanos es uno de sus juguetes favoritos, la festeja con singular alegría, juega y se divierte con ella, es su folclor lo refleja cantando “Si me han de matar mañana, que me maten de una vez”. La adula, la festeja, la cultiva y la abraz y al final inexplicablemente se entrega a ella.
Porque los mexicanos somos así, gritamos “Viva México, hijos de la chingada” tan eufóricos como si fuera nuestro cumpleaños y ese grito va contra todos aquellos, que no son como nosotros, es un grito al aire, que sale desde lo más profundo de su estómago, no de su corazón, pero en verdad es un grito de auxilio, de olvido, aunque también denota violencia, va zaherido, destruido por dentro cuando algo no se logró, se chingó y entonces surge el resentimiento, contra todo y contra todos. Traición y lealtad, crimen y castigo, se esconden en el fondo de nuestra mirada, o estás conmigo o estas contar de mí.
Es comprensible los orígenes de esa actitud, sobre todo en la gente del campo, siempre al margen de la historia y alejados del centro de la sociedad, insondable, impenetrable en el vestir y en el hablar y un ligero resentimiento sobre lo urbano, mexicanos distantes y no se entregan, desconfianza natural escondida en los pliegues de su piel.
Y así han pasado cien o doscientos años, conviviendo y cohabitando un país que no ha podido consolidar su independencia y libertad, porque ni son suyos los utensilios que emplea ni suyo es el fruto de su esfuerzo, ni siquiera la ve. Es un trabajador abstracto que empieza su labor al ponerse el sol y termina al ocultarse. Así ha sido la vida de millones de mexicanos, que en su mayoría jamás han visto el fruto de su trabajo.
Existe una razón en todo ello, es un tema ancestral que surgió desde los tiempos de la colonia, de que un mexicano siempre será un problema para otro mexicano, incluso para sí mismo. O sea que es por sí mismo y en sí mismo enemigo natural. Octavio Paz nos dice que luchamos con entidades imaginarias o fantasmas creados por nosotros mismos. Lo inconcebible es que el mexicano en pleno siglo XXI “no quiere o no se atreve a ser él mismo”.
Y la prueba más fehaciente se dio el 2 de junio del 2024, cuando siendo la victima principal de un gobierno corrupto, traidor y mentiroso, se dejó cooptar por una dádiva, por miedo o por hambre y vendió barato su amor a un grupo de mercenarios y delincuentes que bajo amenaza obligaron a votar a favor de un gobierno faccioso. Y el órgano electoral oficial se prestó al fraude interrumpiendo el sistema de captación de información de resultados y fallar a favor de Morena. Nosotros somos los únicos que podemos contestar las preguntas que nos hacen la realidad y nuestro propio ser.
“Mientras tanto, elevo una plegaria por las víctimas de la pandemia, los niños con cáncer, los desaparecidos, los feminicidios y los asesinatos dolosos, cuyas almas claman a sus hermanos mexicanos justicia, para así poder descansar en paz”.
Jorge E. De León Palma