Magno Garcimarrero
Se podría contar la historia de Xalapa a partir de los cementerios que han ido acogiendo a sus difuntos. A la fecha funcionan cinco necrópolis a ras de tierra, a estas las preceden tres ahora subterráneas y, las prosiguen actualmente, crematorios, criptas conmemorativas, eclesiásticas y domésticas.
Siguiendo un orden cronológico, vale anotar que recién fundada la ciudad española sobre los barrios totonacos, se erigieron templos católicos y, cuando menos en tres de ellos: San José, El Calvario, y Santiago, se dispusieron terrenos aledaños dedicados a enterrar a los fieles difuntos, así que ahora bajo el suelo del mercado de San José yacen antiguos ciudadanos jalapeños. Lo mismo bajo el suelo de la escuela primaria Revolución, que se fincó sobre lo que fue el “camposanto” de esa Iglesia. Los enterrados en sagrado alrededor del templo de Santiago, se bañaban con el agua de acuíferos subterráneos que, metros abajo afloraban para que bebieran los vecinos del entorno. A esos lugares de destino final, en ese entonces, se les llamaba “Camposantos” porque eran administrados por la Iglesia católica y sólo admitían difuntos fieles a ella; no judíos, no suicidas, no herejes, no excomulgados.
A los héroes locales Ambrosio Alcalde y Antonio García los fusilaron en 1847 en el lugar que fuere camposanto y luego área de acuartelamiento de tropas, donde ahora se erige un monumento a su memoria, y aunque la historia dice que fueron enterrados en el panteón municipal (hoy “panteón antiguo”), es posible que sus restos áridos, descansen bajo el mini obelisco que los recuerda. Otros restos de héroes agraristas reposan en un olvidado mausoleo en la cima del cerro Macuiltepetl, y otros modestos cenotafios regados en lo que fuera la fábrica de hilados y tejidos de San Bruno, recuerdan los nombres de los diez mártires del 28 de agosto; sus restos no están ahí, sólo sus nombres sobre lápidas vacías.
En 1831 se fundó el que ahora conocemos como “Panteón Antiguo”. La palabra “Panteón” que significa: “Todos los dioses”, nos hace entender que los entierros seguían siendo negocio de los templos religiosos y sólo para sus creyentes. Poco más de cien años tardó en llenarse ese panteón que acogió a muchos jalapeños ilustres y que, en la administración municipal de Ignacio González Rebolledo, se le trató de quitar el destino necrológico, a lo que se opuso un grupo de ciudadanos y el INAH, porque el lugar ya había adquirido valor de monumento histórico, por lo tanto intocable.
En 1913 se inauguró el Panteón de Palo Verde, ya con administración civil y no religiosa, hoy ahíto, fincado entonces en las afueras de la ciudad, bien pudiera considerarse que ahora está en el centro de la mancha urbana. Ese panteón no alberga a jalapeños ilustres, es popular y democrático, pero en algún tiempo originó consejas de terror: “El Vampiro de Palo Verde” dio mucho de que hablar y asustar allá por los años cincuenta del siglo pasado. La gente se cuidaba de acercarse después de que anochecía. Para que obedeciéramos el mandato a dormir, nuestras abuelas nos amenazaban con que si no nos acostábamos se nos iba a aparecer “El Güampiro de Palo Verde”…
El Cementerio Xalapeño ubicado ya en las estribaciones de la Avenida Xalapa, rumbo a Banderilla, comenzó a recibir huéspedes en el período gubernamental de Antonio M. Quirasco, quien abrió la avenida Xalapa sobre el ejido Macuitepetl, mandó tirar el arco de bienvenida que marcaba los linderos de la ciudad, convirtió en avenida la calle de 20 de Noviembre tumbando casas de lado y lado, desde la garita de La Piedad hasta la garita del Sedeño, y una buena parte de esos terrenos ejidales los destinó a la siembra de jalapeños clasemedieros difuntos.
En los primeros años de la década de los noventa, se privatizó en Xalapa el servicio de enterrar muertos, nació el “Bosque Memorial del Recuerdo”, negocio diseñado con visión empresarial por José Luis Lobato. Éxito rotundo desde el primer día; fosas de cuatro pisos hacia abajo para mayor cupo… y cercanía a los infiernos del Dante; promoción comercial al principio con la que la mayoría de ciudadanos de clase media-alta, pagando en abonos nos “caímos cadáveres”… dicho sea con toda propiedad. Sigue siendo la terminal de lujo: sala “vip” de espera para el último viaje… del que muchos confían que sea redondo.
En 1996 Carlitos Rodríguez Velasco siendo presidente municipal, tomó la misma ruta en la que ya había hecho vereda Lobato, y un poco más arribita de Bosques del Recuerdo instituyó el cementerio municipal “Bosques de Xalapa”. Hay que andar largo y de subida que es lo que se necesita para subir al cielo. Parece ser que a estas fechas ya está también superpoblado… o ¿cabría decir aquí: súper despoblado, en el entendido de que los que están ahí ya no están?
El asunto es que la actual administración morenista, parece que ya anda buscando, sin encontrar, tierras donde sembrar difuntos. Asunto difícil e inexplicable, cuando el suelo veracruzano está plagado de enterraderos clandestinos a lo largo y ancho de nuestro chilar patrio.
Los crematorios, negocios privados en su mayoría, han venido a ayudar a quienes se han librado de la creencia de “la resurrección de la carne” y haciendo ceniza al pariente difunto se lo llevan a su casa, lo tiran al mar, o lo meten a un nicho arrendado en alguna iglesia que no acaba de resignarse a la reforma de Benito Juárez y sigue especulando con la cercanía de los retablos que simulan la puerta del cielo.
Con la mortandad de la epidemia del Covid 19, es posible que algunos ayuntamientos y las autoridades sanitarias se sacudan la disonancia cognitiva y permitan las inhumaciones domiciliarias, a quienes tengan patio suficiente, o cripta doméstica para guardar a su propio muerto.
En verdad que la autoridad municipal no tendría por qué preocuparse, ni hacer negocio con los fiambres ajenos, mientras no amenacen la salud pública o la paz social.
M.G. Octubre 2020.