A pesar de su regio origen, e independientemente del trágico final frente a un paredón, la fortuna nunca fue aliada de Maximiliano de Habsburgo.
Maximiliano de Habsburgo, nacido en 1832, creció y se formó bajo la sombra de su hermano Francisco José, primogénito del archiduque Francisco Carlos y la alemana Sofía de Baviera. Desde muy temprana edad, Francisco José desarrolló un estricto sentido del deber, que lo hizo uno de los monarcas más destacados de Europa, como emperador de Austria-Hungría entre 1848 y 1916. Maximiliano en cambio apostó por un estilo de vida más disoluto que le granjeó la animadversión franca de Francisco José.
Como si lo anterior no fuera suficiente, sobre Maximiliano existe el grave rumor de no ser hijo natural de su padre, sino producto de los amores furtivos de Sofía con el “Aguilucho” el hijo de Bonaparte y MarÍa Luisa de Austria, muerto prematuramente a los 21 años de edad. A partir de ahí, se puede contar la mala estrella de Maximiliano.
El austríaco, no pudo casarse con su prometida original María Amelía de Braganza, pues la princesa portuguesa, murió durante el noviazgo, entonces debió casarse por interés con Carlota de Bélgica a quien nunca amó, de hecho la dote que aportó Carlota al matrimonio, le permitió concluir la construcción de su castillo en Miramar.
Francisco José debió entonces dar un destino a los recién casados, y los hizo virreyes de Lombardía y Venecia en 1857, un destino espléndido, pero el gusto les duró poco, pues Francia en 1859 derrotó a Austria-Hungría y cedió el territorio al Piemonte.
Pocos años después, las ambiciones de Napoleón III, lo llevaron a ofrecer el trono de México a Maximiliano y Carlota, desde el punto de vista político fue una buena jugada en el tablero político de Europa, pues lo congració con más de una potencia. Aquí quedó de manifiestó el encono de Francisco José con su hermano, pues hizo a Maximiliano firmar un pacto familiar en Miramar, donde al asumir el trono de México, el hermano menor renunciaba a todos sus Derechos ante la casa Habsburgo, a partir de este momento, Francisco José dejó a Maximiliano a su suerte y solo se limitó a enviar un cuerpo de seis mil voluntarios para que fueran junto con las tropas conservadoras, el embrión del Ejército Imperial Mexicano.
La llegada a México no supuso el paraíso que los conservadores mexicanos le pintaron en los salones de Miramar, sino un país enfrentado en una cruenta guerra civil y contra el invasor francés, Maximiliano nunca pudo sacudirse del yugo del mariscal Bazaine, comandante de las tropas francesas y quien mandó de facto en los territorios imperiales. El propio Bazaine, obligó a Maximiliano, a firmar la draconiana ley del 3 de octubre de 1865, que ensangrentó al país y a la postre fue una de las causas que lo condenaron a muerte.
Pronto el panorama se tornó negro para el segundo imperio mexicano, las tropas republicanas alcanzaron una racha de victorias, Estados Unidos concluida su guerra civil presionó para que las tropas francesas salieran del continente americano y Napoleón III no solo se enfrentó a su fracaso militar en México sino a la amenaza militar de la naciente Alemania. Carlota bajo el velo de la locura y el rumor de ocultar un embarazo de otro hombre, dejó México bajo el pretexto de buscar ayuda para el imperio en Europa. Maximiliano recibió la noticia de que las tropas francesas abandonarían México a principios de 1867, entonces pudo haber abdicado y salvar la vida, pero su madre y los imperialistas mexicanos se lo impidieron.
El cinco de febrero de 1867, festividad de San Felipe de Jesús, patrono de la Ciudad de México, Bazaine con las últimas fuerzas francesas abandonó la capital para embarcarse en Veracruz, no dejó a Maximiliano ni un solo cartucho, el armamento e impedimenta que no pudo llevarse, ordenó destruirlo.
Ante el inminente embate de las fuerzas de Porfirio Díaz, Maximiliano decidió hacerse fuerte en Querétaro, lo hizo con las fuerzas que pudo reunir y junto con Miramón, Mejía y Márquez. Con el pretexto de agrupar refuerzos para la defensa del emperador, Márquez con una fuerza de caballería que era más útil en Querétaro, abandonó la ciudad, fue vencido en Puebla y la Ciudad de México, pero logró hábilmente salvar la vida y morir en su cama en La Habana en 1913. La traición de Márquez selló la derrota militar del imperio.
El sitio de Querétaro que se libró entre el 6 de marzo y el 15 de mayo de 1867, permitió a Mariano Escobedo y su veterano Ejército del Norte, derrotar a Maximiliano, y consumar la victoria final para Juárez y la República, es sin duda el momento estelar de la historia militar mexicana. La caída de Querétaro no sólo supuso la rendición del Ejército Imperial sino la prisión de Maximiliano y sus generales. Mucho se ha especulado sobre la actuación del coronel Miguel López, jefe del Regimiento de la Emperatriz y cercano al emperador, se dice que su traición permitió a las tropas de Escobedo capturar a Maximiliano, se le ha considerado el “judas” del imperio, sin embargo, estudios más recientes apuntan a que solo obedeció órdenes del austriaco para rendir la plaza.
Trás un consejo de guerra, que causó expectación mundial, Maximiliano fue condenado a muerte junto con Miramón y Mejía. El presidente Juárez recibió incontables peticiones para indultar al emperador, que van desde la atractiva princesa Inés de Salm Salm a Víctor Hugo, simpatizante de la causa republicana mexicana, pero Juárez fue inflexible y la sentencia se ejecutó al amanecer del 19 de junio de 1867, cerrándose así el heroico período de la Gran Década Nacional.
Después de muchas dificultades, Maximiliano fue al fin sepultado el 18 de enero de 1868 en la Cripta de los Capuchinos, el panteón imperial en Viena, Carlota inmersa en la locura, vivió confinada en el castillo belga de Bouchout hasta el lejano 1927. Así concluyó una vida trágica, consecuencia no solo de malas y desafortunadas decisiones, sino también, sin duda alguna, de una mala estrella.