Germán Martínez Aceves
En cada lanzamiento miraba al cielo. Tal vez por eso su screwball tenía el don de la divinidad que salía de su brazo zurdo, veneno puro para los bateadores. Su personalidad también era mágica, carisma envuelta en timidez con la paz y parsimonia de un toro que de la calma puede sacar la furia para combatir.
Un mexicano que cohesionó la identidad en Los Ángeles (sucursal de México) de los paisanos que lo veían triunfar en tierras “gringas”.
Un genio del Rey de los Deportes que logró que hasta el que no supiera nada de beisbol prendiera el televisor para ver sus hazañas desde la lomita de las responsabilidades y desde la caja de bateo, porque Fernando Valenzuela era un beisbolista de viejo cuño, labrado en la leyenda y en la epopeya de lanzar nueve entradas y estar en el line up para batear a la hora oportuna desde un hit sencillo hasta un homerun.
Novato del año que obtuvo el Cy Young en 1981 y fue campeón de la ¡Serie Mundial! Las hazañas en el beisbol se graban en oro con los famosos “numeritos” y los de Valenzuela eran de un verdadero big leaguer: 3.54 en carreras limpias, 2074 ponches y un juego sin hit ni carrera contra los Cardenales de San Luis en 1990, más corazón y pundonor fabricaron el fenómeno social-cultural-deportivo de la Fernandomanía.
Soy Yankee de viejo arraigo, lo confieso, y aquel tercer juego de la Serie Mundial en el Dodger Stadium, cuando los del Bronx tenían el campeonato a su favor 2-0, era de sobrevivencia para los Dodgers o de caer de espaldas para que los Mulos martillaran el penúltimo clavo del ataúd.
En la lomita de las responsabilidades salió el Toro Valenzuela y por los Yankees George Frazier.
Todo México estaba con los Dodgers, creo que solo los fieles a las letras NY seguíamos a los Bombarderos del Bronx (que conste que Aurelio Rodríguez estaba en la tercera base). Pensé, bueno, que gane Valenzuela, total, es un partido.
Pero aquella parte alta de la novena entrada con el marcador a favor de los angelinos 5-4, fue épica. Valenzuela dominó al segundo y tercer en el orden al bat y le quedaba Lou Piniella, el temible cuarto bat que con un swing podría empatar el partido. Con la cuenta de 2 bolas 2 strikes y 2 outs, sin inmutarse, concentrado, firme y mirando hacia el cielo como lo hacía con cada lanzamiento, el Toro envío su letal screwball, un verdadero garabato difícil de descifrar y ¡ponchó a Pinella! La pelota cayó en la manopla de Mike Scioscia y junto con ello una inyección de ánimo triunfador que jamás abandonarían los Dodgers para ganar en fila los siguientes tres partidos y coronarse en aquella Serie Mundial ante la apoteosis de propios y extraños encandilados por el nuevo ídolo: Fernando Valenzuela.
Ánimo que jamás perderían el Señorito Garbey, Davey López, Bill Russell, Ron Cey, Dusty Baker, Pedro Guerrero, Rick Monday, Tom Lasorda y Dodgers que los acompañaban.
Cosas del destino, 43 años después de nuevo se enfrentarán Yankees y Dodgers en la Serie Mundial. El número 34, el de Valenzuela, ahí estará, tal vez como un Cid Campeador del Diamante, pero las circunstancias son otras.
Lo cierto es que en octubre, el mes del otoño, de la luna brillante y de la final del mejor beisbol del mundo, se va Fernando Valenzuela, quien hizo de cada partido una hazaña y de cada temporada una epopeya.
De nuevo mira al cielo, ahora para encontrar su nueva ubicación en el line up de la eternidad. ¡Olé, Toro!