Por Mouris Salloum George*
Las elecciones en Estados Unidos esta vez despertaron especial atención mundial como uno de los eventos geopolíticos de mayor relevancia. Esto en el contexto de una coyuntura internacional de máxima tensión, por la prolongada guerra de la OTAN contra Rusia, en Ucrania; y por el inenarrable genocidio de Israel en Gaza, que cumplió un año este 7 de octubre.
Ambos sucesos, de altísimo costo económico y en vidas humanas. Más de 43 mil palestinos asesinados en un año de asedio -registrados en el conteo oficial de autoridades locales-, además de los fallecidos como víctimas colaterales de los ataques israelíes, que suman decenas de miles.
Como se ha informado, la mayor parte de las víctimas han sido niños y mujeres de Gaza, refugiados en escuelas y hospitales. Todas, víctimas inocentes que han sido masacradas de forma brutal e impune, –según críticos- con la complicidad del gobierno estadounidense y del alemán como principales proveedores de armas al ejército invasor.
Estos dantescos escenarios han ocurrido mientras desde todas partes detonaban protestas ciudadanas, solidarias con los palestinos, y con llamados de la ONU al cese al fuego inmediato.
Otros hechos de orden político y económico, nacional e internacional, pusieron su dosis de explosividad al polarizante evento norteamericano. En este caso, se puede ubicar la emergencia de China como potencia global, comercial e industrial, disputándole mercados y la hegemonía al decadente coloso norteamericano.
También ha puesto incómodos a los gobernantes estadounidenses el creciente protagonismo de los BRICS como bloque emergente de naciones, constituido en torno a los reclamos de multipolaridad global y desarrollo económico más justo y equitativo.
Tal suma de factores provocó que estas elecciones se convirtieran en el foco de atención desde todos los rincones del planeta. Con todos los reflectores intentando encontrar pistas sobre el inmediato devenir para el mundo.
La fecha prevista llegó con un empate técnico -según las encuestas de los últimos días-, pero sin pistas claras –o quizás muy claras- tanto por parte de la competitiva aspirante del partido Demócrata como del experimentado candidato del partido Republicano.
En medio de las intensas campañas -de las más costosas de todos los tiempos, estimada por algunos en más de 16.5 mil millones de dólares, que fue el cotos del proceso en 2020- no pocos analistas esperaron de los contendientes señales definitorias de la política exterior a seguir en los próximos cuatro años.
Una parte de los expertos sosteniendo que -en su condición de potencia en declive- los Estados Unidos todavía se mantiene como factor determinante de las megatendencias globales.
Los más conocedores y escépticos no abrigaban optimismo de que Harris o Trump tuvieran los tamaños y un verdadero interés de poner punto final al genocidio de Israel en Gaza ni de sentarse a negociar la paz con Rusia. Todo lo contrario, apostando a que seguirán aferrados en mantener su hegemonía global a cualquier costo.
Para el caso de México –que es el motivo principal de estas líneas- diversos hechos recientes en la relación bilateral dieron pie a pronósticos nada halagüeños, sin importar quién pudiera llegar al Capitolio, Trump o Harris.
La demócrata anticipó que usará todo el peso de la ley para combatir a los cárteles del narcotráfico. En esa línea, una señal fue que su gobierno, en semanas previas y mediante una operación secreta –todavía sin explicar plenamente- logró la captura de El Mayo Zambada, considerado el mayor capo mexicano de las drogas, de todos los tiempos.
Por parte del candidato republicano, habría que esperar un vecino muy belicoso, quien para empezar advirtió que iniciará una deportación masiva de indocumentados y cerrará la frontera a los nuevos inmigrantes, como una de sus primeras acciones. Asimismo, advirtió que impondrá fuertes aranceles como arma de presión para conseguir sus fines ante su principal “socio comercial” global.
En efecto, en la agenda binacional, al menos tres asuntos ya se asoman como los mayores puntos de conflicto en la dispareja relación, independientemente de quien llegue a la Casa Blanca. Estos son, como es sabido, la descontrolada inmigración de indocumentados de todo el mundo, pasando por México; el imparable tráfico de drogas, con el mortal fentanilo por delante; y la renegociación del Tratado Comercial de América del Norte (T-MEC).
Nunca ha sido fácil para cualquier país negociar o lidiar con un vecino más poderoso. Como sea, la relación bilateral es inevitable. Es de esperar que las partes se empeñen -con visión geoestratégica- en alcanzar acuerdos para aprovechar las ventajas y oportunidades que surgen de la actualidad global.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.