Bien es sabido, que a lo largo de la historia universal y desde el inicio de los tiempos, las mujeres han representado un valioso botín de guerra. Ya sea como producto de la lascivia de los soldados vencedores o como un elemento para mermar la moral y someter psicológicamente a los vencidos, la violencia de género ha sido constante. Hoy incluso no es la excepción en teatros de guerra como el de Ucrania o el Medio Oriente, en la antigüedad un rey vencedor en el campo de batalla tomaba para sí a la reina del monarca derrotado y las mujeres de los vencidos eran convertidas en esclavas.
La conquista de México no fue la excepción, pero con la particularidad de que aquí, a pesar de los incidentes cruentos propios de las guerras, el encuentro entre europeos y americanas derivó en el mestizaje que dio paso a la raza mexicana, así como también a historias de amor que sacudieron a la rígida sociedad española del siglo XVI.
Cuando Cortés atacó Tenochtitlán, el sitio fue encarnizado, los españoles y sus aliados avanzaron destruyendo la ciudad metro a metro, diezmando a los defensores sin importar si eran guerreros o habitantes. Los mexicas, respondieron no cediendo en su resistencia, misma que fue reconocida por el conquistador en su escritos posteriores. Los europeos tuvieron especial predilección durante el sitio no solo por el oro, sino por las mujeres jóvenes y de tez morena clara, entonces ellas para evitar convertirse en botín de guerra y llamar la atención de los invasores, cubrían sus cuerpos de barro o tizne.
La propia figura de Cortés, es un claro ejemplo de cómo se dieron las complejas relaciones entre conquistadores y conquistadas en aquellas jornadas. A las múltiples y polémicas facetas del extremeño, se añade su sonado apetito sexual, en el juicio de residencia que posteriormente se le fincó y que tantos dolores de cabeza le ocasionaron en ambos lados del Atlántico, se le imputó una conducta promiscua que difícilmente pudo desestimar. Los antecedentes parten desde los días del joven Cortés estudiando Derecho en Salamanca, corre el rumor de que sus piernas arqueadas derivaron de una lesión al caer de un balcón trás un lance amoroso. Su paso por las Antillas detonó en no pocas aventuras, ahí enamoró a Leonor Pizarro con quien tuvo a una hija, después atrajó a Elvira Hermosilla quien le dió otro vástago y finalmente llegó al altar con su primera esposa, Catalina Suárez “La Marcaida”. No tuvieron descendencia y ella murió después en Coyoacán en circunstancias sospechosas. Se dice también que la enemistad entre Cortés y Diego de Velázquez se vio alimentada por la resistencia del extremeño a casarse con “La Marcaida”, cuñada de Velázquez.
Ya en México tuvo a varias Marinas y Catalinas más: primero a Doña Marina, la Malinche, poco más tarde a Catalina sobrina del célebre cacique gordo de Cempoala, así como a otra Marina, está una adolescente española que conoció en Cuba e intentó también sin éxito, seducir a su madre de nombre Catalina González. A la par de no pocas indias, también pasaron por su alcoba Francisca, hermana de Cacamatzin, Tlatoani de Texcoco y al menos cuatro hijas de Moctezuma Xocoyotzin. Por estos años contrajo matrimonio con su segunda esposa Doña Juana Zúñiga, noble española y madre de una nutrida descendencia. Cortés fue mejor padre que amante pues a sus hijos naturales los legitimó por medio de Bula Papal.
Pero también se dieron historias más afortunadas, como fue el caso del sanguinario “Tonatiuh” quien a su cónyuge española sumó a su esposa nativa, la Tlaxcalteca Tecuelhuetzin, hija de Xicoténcatl el viejo, que fue bautizada como Luisa y quien lo acompañó a Guatemala donde murió. Luisa dio a Alvarado, un hijo y una hija.
Alonso Valiente, secretario de Cortés, estuvo casado con Juana Mansilla, española de gran valía y que prestó notables servicios a Cortés , esto último no impidió a Valiente, enamorarse de María, una de las hijas de Moctezuma Xocoyotzin. María le correspondió, entonces Valiente intentó repudiar a Juana y casarse con María, el escándalo fue mayúsculo, y la iglesia obligó a Valiente a volver con su esposa y María a tomar los hábitos en un convento.
Tal vez la historia más emblemática, es la que atañe a Tecuichpo, la hija predilecta de Moctezuma Xocoyotzin y la joya más preciada del Imperio Méxica. Tecuichpo fue viuda de Cuitláhuac y de Cuauhtémoc. Trás la conquista fue forzada por Cortés y dio a luz a Leonor Cortés Moctezuma. Bautizada ya como Isabel, la casaron con Alonso de Grado quien pronto murió, entonces la casaron de nueva cuenta, ahora con Pedro Gallego con quien tuvo un hijo y quien más pronto que tarde la dejó viuda por cuarta ocasión. Afortunadamente el destino tuvo un final feliz para la abnegada Tecuichpo, pues no solo recibió extensas encomiendas entre las cuales se incluyó Tacuba y vivir como con holgura, sino que pudo casarse por amor con Juan Cano, a quien dio cinco hijos, murió joven alrededor de los cuarenta años y despojada de cualquier resentimiento previo a su vida con Juan Cano, incluso en su lecho de muerte, emancipó a sus esclavos.
Lo anterior da cuenta que al mestizaje en México no solo se le puede juzgar en blanco o negro, sino que este proceso tan complejo, se vio matizado por historias de amor que se impusieron sobre la fuerza, abonando así a la conformación del México de hoy.