Mauricio Carrera
Tras salvarlo del lestrigón, Anticlea les dijo:
-Tacos de por vida…
Tras reponerse del enorme susto, fue su manera de agradecer lo que habían hecho. Tacos gratis de lo que quisieran, de rajas con crema, de chile relleno, de moronga, de papas con chorizo, aderezados con sus ricas salsas.
Su hijo estaba sano y salvo, entero y no en cachitos.
-No hay que ser encajosos –resolvió el papá de Penélope.
En lugar de frecuentar el puesto callejero, terminaron por invitarlos a su casa. Vivían cerca, a un par de cuadras. Ahí comían o merendaban. A Odiseo le gustaba el pan dulce; nunca faltaban las conchas, las orejas, las donas, las trenzas.
-Chamaco tragón –lo reprendía Anticlea.
-Déjelo, déjelo. Que coma todo lo que quiera.
Siempre que los visitaban, Anticlea llevaba unos tacos, para no llegar con las manos vacías. Odiseo, por su parte, le llevaba a Penélope dos chaparritas de piña.
Así, al intimar más, se hicieron amigos. Ellos contaron cómo se habían conocido, una tarde de domingo en Coyoacán, y Anticlea les habló de su esposo, que andaba de mojado en Estados Unidos. Se atrevió a mostrarles la foto donde trabajaba en un casino, vestido de centurión romano.
-Es guapo –dijo la mamá de Penélope.
Anticlea sintió celos. Se imaginó a Laertes de chilitos fritos, acostándose con cuanta gringa se le atravesara.
Penélope y Odiseo, mientras tanto, jugaban con Argos o veían la tele o bromeaban de cualquier cosa.
Ese día, el Odiseo niño de ocho años, travieso pero bien portado, había llegado con su nuevo juguete: un balón de futbol americano.
-Me lo mandó mi papá –explicó.
Había llegado desinflado y Anticlea lo acompañó a ponerle aire con el señor de las bicicletas.
Penélope quiso tenerlo, sopesarlo en sus manos.
-Corre…Odiseo lo hizo y se lo lanzó.
Fue un mal pase, descompuesto, casi errático en su vuelo. Él lo cachó, a duras penas, pero lo cachó. Corrió con el balón por el patio y al llegar al otro extremo gritó con infantil júbilo:
-¡Gol!
-Touchdown –lo corrigió el papá de Penélope.
Le brillaban los ojos. Había sido fullback con los Canarios de la Prepa Uno. El futbol americano le encantaba. Había llevado a Penélope a varios partidos en la Ciudad de los Deportes, donde se tomaba una cerveza, compraba Deporte gráfico y no se cansaba de guerrear con porras a la tribuna ccontraria.
-Primer equipo -presumía.
Fue a buscar algo y regresó con su casco de futbol americano. Era de color dorado, hecho de baquelita. Olía a sudor viejo, pero qué importaba. Se lo puso a Penélope y luego a Odiseo. Se entusiasmó. Les enseñó, como si se tratara del Tapatío Bernal o el padre Lambert, el paso adentro y cómo taclear de pijo.
Odiseo estaba encantado. Con el casco se sintió poderoso e invulnerable, como guerrero romano, igual que su papá.
También aprendió una porra, esa que dice: “La línea, el core, los halfs y el full…”
Por la noche, al regresar a casa e irse a la cama, Odiseo se imaginó como un valiente jugador de futbol americano, vitoreado tras cada anotación. Se durmió contento, repitiendo en su mente la porra que había aprendido: “Cachún, cachún, ra-rrá. Cachún, cachún, ra-rrá. ¡Goya, Universidad!”