Toda grandeza está radicada en lo profundo (Arendt), porque grandeza y profundidad se pertenecen recíprocamente. Como la fronda del árbol, sólo somos grandes cuando nuestras raíces hunden sus fibras en la profundidad oscura.
Lo que hace luminosa a la cima es lo umbrío del abismo. Por su parte, el desarraigo responde a otras dimensiones, a las de anchura y superficialidad. Quien mucho abarca, poco aprieta. Los hongos se reproducen tan rápida y extensamente como efímera es su vida.
El movimiento, por su lado, desconoce la quietud que arraiga, el silencio propio del pensamiento, la paz de la comprensión, el añejamiento hecho historia y el apareamiento madurado en especie.
Los desesperados confunden las horas con los siglos y creen construir la eternidad en sus sueños mojados y desarraigo, por eso urgen cambiar el pasado, porque en él no se encuentran; por ello se fugan constantemente del presente, porque los cuestiona en lo más profundo de su vaciedad; y por tanto quieren definir para siempre el futuro, sabiéndose superficiales y superfluos.
La transformación lleva en sí misma su condena: transmutar a otra cosa, dejar de ser, fluir y finalmente desaparecer. Pobres de aquellos que constituyen Constituciones que tienen que reformar en días.