Mauricio Carrera
Un niño es un niño aún sin padres, sin hogar. El chiste es sobrevivir, percatarse que es mejor estar vivo que muerto.
Odiseo lo hizo. El infortunio medra, la desgracia azota, la pesadilla es una daga oxidada del sueño. Nada pueden contra la inquebrantable voluntad de ser. Es algo que se aprende y no. Algo que se trae.
La noche es lo peor, dónde dormir, cómo quitarse el frío, qué se hace con tanto miedo, para qué las lágrimas si no remedian nada, el pinche ángel de la guarda y otras mentiras, la madre como la ternura más anhelada.
Yomero, alguna vez, le dijo:
-El mundo no entiende tu sufrimiento, le es indiferente tu cansancio o tus temores; si eres alegre o triste, le da igual. Tendrás que vivir de todas formas, sin que nadie te aplauda o reconozca tu esfuerzo. Continuar, sin saber por qué.
Odiseo asintió, como poseído por una magia recién descubierta, también como si la esperanza hubiera sido infestada por ratas, como si la vida fuera más obediente al cristal que se rompe que al sólido hierro forjado para las batallas.
Supo el secreto del mundo, pero al saberlo, algo se entristeció en él para siempre.