Pablo Gato
Jamás me he aburrido. Nunca he experimentado esa sensación. Me puedo entretener con un sin número de cosas. Sin embargo, si hay una ciudad en el mundo donde resulta imposible aburrirse es Washington. Es como una muñeca rusa. Siempre hay algo más.
Pues hoy me toco ser testigo de algo que solo suele verse en las películas o leerse en los libros de espionaje. Un intento de asesinato. Mi oficina está a apenas tres calles de la Casa Blanca. En esa zona siempre hay mucha seguridad por motivos obvios, pero también porque al lado se encuentra un centro comercial con varias tiendas de súper lujo.
Hoy llegué al trabajo temprano. A las tres de la madrugada. Era una mañana fría y caminaba con un café que había comprado en el camino. Antes de entrar a la puerta del edificio veo un coche del que salen dos mujeres. Atractivas, jóvenes y vestidas a la moda. Provocativas. Una se queda frente al coche hablando con alguien dentro. La otra camina hacia una tienda para comprar algo. La que camina de pronto se para y comienza a hablar en voz alta con la otra. No se si simplemente están hablando o han comenzado a discutir. Me llama la atención. No es una escena habitual. Las calles están vacías. Las observo unos segundos. Nada cambia. Las oigo hablar, pero sin poder distinguir qué dicen.
Entro al edifico y me voy a la redacción. Comienzo a trabajar. Igual que las calles, la redacción está vacía. Un ejército de escritorios, monitores de televisión y computadoras, pero ningun alma más. Resta decir, es de nocbe. Comienzo mis tareas, que son bastantes y requieren de concentración. Tras una llamada internacional con la otra parte del mundo, bajo a una cafetería que abre a las siete de la mañana.
Es turno para el segundo café. Al salir del edificio veo un todoterreno que se ha estrellado contra la enorme luna de un negocio. Es un coche negro. Grande. El golpe ha sido intenso. El vehículo está literalmente empotrado en el negocio. La imagen impresiona. Lo observo con atención. Ya hay cintas de la Policia impidiendo el paso y varios coches patrulla. Me pregunto cómo no escuché el impacto del coche contra ese inmenso ventanal de cristal. Pensé que sería alguien que había bebido demasiado y perdió el control del todoterreno. No hay ninguna ambulancia.
Me extraña dada la severidad del accidente. Quizás ya se llevaron a los heridos o muertos. No hay ningun otro auto accidentado. No ha sido un choque entre dos vehículos. Sigo atento durante unos minutos más ante aquella aparatosa escena. Me pregunto que habrá pasado con los ocupantes del coche. Regreso a la oficina y continuo trabajando.
Se hace de día. Van llegando compañeros de trabajo. Uno me comenta. “Hubo un tiroteo”. Me sorprendió. Nos acercamos a la ventana y observamos el coche. Ya hay una grúa intentando desempotrarlo de la luna. Me extraña la rapidez con la fue llegó la grúa.
Nunca son tan rapidas. Asocio el tiroteo con el accidente . No puede ser una coincidencia. Pienso en un intento de robo del coche, que sin duda es muy caro. Me regresan a la mente las dos mujeres discutiendo en ese mismo lugar. Me pregunto si tendrían alguna relación con lo sucedido. El tema se vuelve la comidilla en la redacción.
Saco varías fotos desde la ventana. Al cabo de unos minutos, el coche ya no está. Tampoco la Policía. En apenas un suspiro llegan varios operarios y comienzan a reparar la gigantesca luna destrozada por el impacto. En una hora más ya no queda ni rastro de todo lo que pasó. Me recuerda al fugaz cambio de escenario en un teatro.
La rapidez con que la calle ha recobrado la normalidad es chocante. Es como si no hubiera pasado nada. En solo dos horas, no queda ni rastro de aquella impactante escena. Resulta sumamente extraño. Sigo trabajando. Al medio día llega un compañero de trabajo.
Le explico lo que sucedió y le enseño las fotos. Las mira con atencion. Expande una. “Es un coche del gobierno”, afirma. Pienso que podría ser cierto. Son los típicos de los servicios de seguridad encubiertos. “Es un vehiculo blindado”, agrega. Lo miro extrañado. No había pensado en eso. “Ocho impactos de bala en la parte del pasajero”, añade. Me los señala en la foto. En efecto, el cristal delantero del todoterreno tiene ocho impactos de bala. No se rompió en pedazos porque tanto el coche como el cristal son blindados. Después de que lo mencionó, me pareció obvio. No obstante, ni yo ni mis otros compañeros de trabajo nos habíamos dado cuenta antes de los impactos de bala en el parabrisas. El coche estaba tan destrozado que resultaba difícil distinguir los balazos a menos que tuvieras un ojo entrenado.
“Es un intento de asesinato”, sentencia mi amigo. Es una voz autorizada. Fue durante muchos años un agente encubierto metido de lleno en la lucha contra el terrorismo. Conoce muy bien ese tipo de violencia. Lo han intentado matar y el ha matado.
“Ha sido un tirador experto. Fíjate lo juntos que están los impactos y todos fueron dirigidos al asiento del pasajero. Seguramente disparó desde otro coche y tiene que ser un muy buen tirador para poner tan juntos todos los impactos”, concluye y se va. Parece que ya tuvo suficiente de ese mundo y no está interesado en profundizar más sobre qué pudo haber sucedido. La curiosidad se intensifica.
Recorro todas las estaciones locales de noticias. No hay ni una sola referencia al tiroteo o atentado. Es sumamente raro. Cualquier tiroteo a tres calles de la Casa Blanca sienpre se cubre, tenga que ver o no con la Casa Blanca. Sin embargo, en este caso no se lee ni se escucha una palabra.
Vuelvo a observar la calle. Parece un día más. Yo soy el único que vio la escena debido a la hora tan temprana que sucedió. Bajo a la entrada y pregunto al guardia de seguridad que sabe. Dice que nada y mucho menos de un tiroteo.
A la cuestión de si alguien ha ido a pedir el video de seguridad responde que no. Todo parece un sueño. De nuevo en la redacción, reviso las cuentas de las redes sociales del Departamento de Policía, que siempre incluye los tiroteos que ha habido en la ciudad.
No recoge absolutamente ninguna referencia a lo ocurrido. Es surrealista. Vuelan las balas al lado de la residencia del presidente y nadie ha cubierto nada. Se siente como una conspiración masiva e inmediata para ocultar todo lo relacionado al coche tiroteado. Quien iba dentro? Mataron a alguien? A que departamento del gobierno pertenece el todo terreno? Quien fue el atacante y por que tiroteo el vehículo?
Logró su objetivo? Observo de nuevo la foto. Busco si hay información en internet ligada a la matrícula del coche. Cero. Nada. Le comento a mi amigo ex policía lo extraño de toda la situación. “Si no quieren que sepas, no intentes averiguar nada más”, me aconseja. El tema me da mil vueltas en la cabeza. Llega el final de mi turno.
Camino al garaje. Subo a mi coche y comienzo a circular por las calles de la capital, Washington. Paso por al lado de la Casa Blanca. Al ser fin de semana hay poco tráfico. Llego a la avenida que te lleva a autopista hacia Virginia. He sintonizado una estación de radio que está retransmitiendo la ópera “La flauta mágica” de Mozart.
Es intensa. El semáforo se pone en rojo. Me detengo. Sigo sin poder quitarme el tema de la cabeza. Es un misterio. De pronto, veo que por detrás mío viene un todoterreno exactamente igual que el que se había empotrado contra la luna del negocio. El coche pasa al carril de mi izquierda. Se detiene justo a mi lado. Lo observo inquieto.
La luz del semáforo se pone verde. No acelero esperando a que lo haga el todoterreno para que se vaya delante de mi. Sin embargo, no avanza ni un milímetro.
Se queda congelado a mi lado. Intento distinguir algo tras la ventana, pero son opacas. Sigo sin avanzar. El otro coche tampoco. Pasan unos segundos tensos e interminables. De repente suenan las bocinas de dos coches detrás para que nos movamos.
El todoterreno sigue a mi lado. Parece clavado al suelo. Inmune a las crecientes protestas de los otros conductores. Otro claxon, esta vez más fuerte y persistente.
Finalmente, nervioso, acelero. Miro por el espejo retrovisor. Ya no escucho mas cláxones. El tráfico fluye. Luego giro la vista a mi izquierda para ver que hace el todoterreno negro, pero ya no está. Desapareció. No verlo me intranquiliza mas que verlo.
Sigo mi camino. Paradójicamente, la ópera habla de un personaje llamado Parageno al que le cierran la boca con un candado de oro para que no hable. Siento que también quieren cerrar la mía. Vuelvo a sintonizar las noticias locales. Tardo media hora en llegar a mi casa.
En treinta minutos ,ni una sola referencia al posible atentado. Silencio absoluto. Por lo visto, no sucedió nada. Nothing to see here. Bienvenidos a Washington.