Su reciente fallecimiento ha generado, como es lógico, una gran cobertura. He cubierto como periodista el fallecimiento de varios ex presidentes de EEUU, pero nunca había visto tanta cobertura positiva como con Carter.
Durante su presidencia fue criticado en especial por los republicanos por la inflación generada por la crisis petrolera y por los rehenes estadounidenses en Irán.
Sin embargo, hoy las alabanzas a su legado son generalizadas.
Como presidente, defendió los derechos humanos, decir la verdad, una política ética, los derechos civiles y ayudar a los que menos tienen. EEUU no entró en ninguna guerra. Carter fue un luchador incansable por la paz y logró acuerdos históricos de paz en Oriente Medio.
Hace unos días escuché por la radio su debate presidencial con Ford en 1976. Ambos parecían políticos llegados de otra galaxia: educados, respetuosos, hablando con cortesía hacia el otro, grandes conocedores de los temas que tocaban.
No gritaban, no insultaban, no convertían un debate en un circo.
Ambos tenían substancia.
Tras dejar la presidencia, Carter siguió ayudando a los que menos tienen en todo tipo de obras sociales.
Se adelantó a su tiempo viendo claramente la crisis de la vivienda y construyó muchas con sus propias manos para los que no las pueden pagar.
También recorrió todo el mundo ayudando a fortalecer la democracia.
Hoy comparamos a Carter o Ford con la inmensa mayoría de políticos que vemos y la diferencia no puede ser mayor.
En especial Carter mostró que la política debe ser servicio pubico, no un medio para enriquecerse.
En mi opinión, la cobertura de su vida tras su fallecimiento ha sido tan positiva porque la gente extraña profundamente a esos estadistas que sin duda son una especie en vías de extinción. Ya no se fabrican.