El día de ayer, la Presidenta de la República encabezó su primera ceremonia de “La Marcha de la Lealtad” , el épico acontecimiento que se conmemora de manera oficial desde 1966 y recuerda una de las páginas más notables de la juventud militar mexicana, cuando los cadetes del Colegio Militar escoltaron el 9 de febrero de 1913, al Presidente Madero hacia Palacio Nacional, al estallar la Decena Trágica. La columna de cadetes en aquella jornada, fue mandada por el queretano Víctor Hernández Covarrubias, militar ameritado que fue en dos ocasiones subdirector y director del Colegio Militar respectivamente.
Este año, al igual que en 1913, el 9 de febrero cayó en domingo, la ceremonia suele ser breve pero cargada de simbolismos y del protocolo castrense. El orador fue el Secretario de la Defensa Nacional, quien aludió a los cadetes del Colegio Militar escoltando a Madero y también batiéndose en la gesta de 1847, ambos sucesos acaecidos en el Alcázar de Chapultepec. Sin embargo, fue oportuno que hiciera también mención a la intervención de los cadetes en defensa de las instituciones en 1827, 1828 y en la asombrosa asonada de 1840, cuando el Presidente Anastasio Bustamante fue hecho prisionero en Palacio Nacional y rescatado posteriormente por tropas leales que redujeron a los rebeldes. En aquella ocasión los cadetes se batieron con valor, ahí cayó Juan Rico, de tan solo 15 años, primer cadete muerto en combate. Estos antecedentes dan cuenta de la innegable tradición de lealtad del Heroico Colegio Militar a lo largo de la historia del México independiente.
A pesar de que los antecedentes del Estado Mayor existen en México desde el Ejército Imperial de Agustín de Iturbide, no fue sino hasta el Porfiriato que el Presidente de la República contó con un Estado Mayor que cubrió las funciones de Casa Militar del Ejecutivo. El Estado Mayor de Don Porfirio, es recordado por su elegante uniforme: pantalón blanco, guerrera azul cielo y casco alemán tipo “pickelhaube”.
El 18 de febrero de 1913, el Presidente Madero fue traicionado por Victoriano Huerta, quien ordenó a Aureliano Blanquet detenerlo. Blanquet a su vez, mandó al Teniente Coronel Jiménez Riveroll y al Mayor Izquierdo a consumar la aprehensión. Riveroll, seguido de Izquierdo, entraron con un piquete de soldados al despacho de Madero, el presidente se encontraba con varios colaboradores y con los Capitanes Garmendia y Montes de su Estado Mayor. Riveroll entonces intentó zarandear a Madero, en ese instante Garmendia al grito de : “¡ Al presidente nadie lo toca!” Mató de un tiro a Riveroll, Izquierdo intentó hacer uso de pistola, pero fue abatido por Montes, los soldados al ver a sus comandantes muertos, titubearon y abandonaron el despacho, el propio Blanquet tuvo entonces que apersonarse y apresar a Madero. En la confusión Garmendia y Montes alcanzaron a huir logrando unirse al Ejército Constitucionalista. El valiente y carismático Garmendía murió poco después el 12 de noviembre de 1913 en la toma de Culiacán, pero su valiente actuación inspiró el espíritu del futuro Estado Mayor de los presidentes de México. No en vano su frase al abatir a Riveroll fue el lema del Estado Mayor Presidencial (EMP).
Con el Ejército reorganizado por el General Amaro, los presidentes desde Calles a Cárdenas, contaron con una Ayudantía militar, fue muy notoria la del presidente Cárdenas. Su sucesor el General Ávila Camacho, último presidente militar de México, transformó la Ayudantía en el poderoso Estado Mayor Presidencial que estuvo en funciones hasta 2018 y llegó a contar con hasta 8,000 elementos.
La medida de Lopéz Obrador de suprimir al EMP, fue como muchas de sus decisiones, populachera y mediática. La fundó en los excesos que se atribuyen a su miembros asistiendo a miembros de las familias presidenciales. Sin embargo, desaparecer al EMP no garantizó por ejemplo, que los hijos de Lopéz Obrador estuvieran exentos de escándalos y señalamientos. En descargo del extinto EMP se debe ponderar no sólo su tradición como Casa Militar de los presidentes y comandantes supremos, sino su eficacia al garantizar la seguridad del Ejecutivo y asistirle como un órgano en el desempeño de sus atribuciones.
El mes pasado, en un acto oficial, Esteban Villegas, gobernador de Durango, sujetó con fuerza los brazos de la Presidenta Sheimbaum, fue un momento incómodo e irrespetuoso, no solo hacia su condición de dama, sino para la investidura presidencial y a su carácter de Comandanta Suprema, como ahora se dice. De haber estado presente un ayudante militar, aquello nunca hubiera ocurrido. De la misma manera, el sábado pasado, la Presidenta sostuvo un multitudinario acto en Michoacán, el recibimiento que le dieron fue muy cálido, la presidenta lució contenta, pero no dejan de causar inquietud las imágenes de una gran multitud desbordada, rodeando la camioneta presidencial. Tal vez sea momento de restaurar un Estado Mayor, no como un instrumento de privilegios sino como una eficaz herramienta asistiendo a la presidenta en su seguridad y en el cumplimiento de sus responsabilidades constitucionales.