LATITUD MEGALÓPOLIS
PERFIL DE MÉXICO
Armando Ríos Ruiz
Lo que hoy se publica lo escribí ayer antes de los festejos de Claudia Sheimbaum —leí en una nota periodística que por los logros alcanzados con la suspensión de aranceles—, que como los de anteayer, por la celebración del Día Internacional de la Mujer, estarían igualmente plagados de mentiras y de presunciones, para suplir la total ausencia de méritos.
Había anunciado que reuniría al pueblo de México, obviamente con acarreados, como ocurrió siempre el sexenio pasado, para dilucidar las tremendas embestidas de Trump, con los aranceles puestos en marcha desde la primera hora del martes pasado, como si uno solo de los asistentes fuera a darle la solución, que no ha encontrado en ningún iluminado de sus cuantiosos funcionarios.
También para informar la postura de México frente a esos impuestos. Para conocer su respuesta. “Para enfrentar juntos este desafío”, de acuerdo con sus propias palabras y quizá para disparar el primer balazo. La invitación estaba llena de expresiones patrioteras que exaltan los ánimos del poderoso pueblo. De “nuestra nación.” Era una especie de invitación a empuñar el fusil.
Una nota dice: “Luego de llegar a un acuerdo con el mandatario estadounidense, Donald Trump, para aplazar los aranceles a México hasta el 2 de abril…” A un acuerdo se llega luego de estirar y aflojar en una discusión y el Mandatario de la Unión Americana no la admite. Simplemente impone.
Otra más: “Luego de lograr una prórroga de un mes en los aranceles impuestos por Estados Unidos…” Pero la decisión la tomó Trump, no por argumentos de la señora, sino por la inmensa influencia de los empresarios de su país, que pusieron el grito en el cielo, antes de explicar que la medida podría incrementar cinco o seis veces más el precio de algún artículo.
El de los empresarios, dueños del dinero y de las empresas que sostienen la economía más grande del mundo, es uno de los mayores contrapesos capaces de cambiar una decisión de su Presidente. Frente al carácter impositivo, arbitrario y peleonero del magnate, acostumbrado a imponerse por la fuerza, es uno de los pocos vehículos que puede incidir en sus decisiones equivocadas. No se trata de México, en donde es posible acabar con el Poder Judicial por mero capricho.
Pero la señora Presidenta parecía muy urgida de algún apapacho y por ello decidió de todas formas, gastar en el acarreo para llenar el Zócalo con gritones y aplaudidores que la harán sentirse importante, tras el ninguneo observado por los que sí mandan en el congreso, que le transformaron su iniciativa contra el nepotismo, como adelanto de que harán lo que quieran, cuando quieran.
Nadie podía esperar que la reunión fuera para decir que a partir de ayer estaba dispuesta a imponerse como la auténtica Presidenta de los mexicanos. A escuchar su propia conciencia y a ser ella misma. A despojarse de la influencia perversa de Macuspania y a tomar sus propias decisiones. Todo igual.
Los reconocimientos llegaron inclusive un día antes, durante la celebración del Día de la Mujer. Recibió otro bastón de mando. Quizá por aquello de que el que le regaló su mentor ya no sirva o cuyos efectos más le sirven a él, dado que, hasta el momento, sólo funcionan sus palabras. Sus ademanes. Su voluntad.
Tal vez tiene confianza en que la justicia le llegará a cualquiera, menos al tabasqueño. A pesar de que se esconde y quizá sólo ella y los hijos saben dónde está escondido. La especulación dice que tal vez en Cuba o en Venezuela. Se ha dicho que un avión espía sobrevoló su finca en Chiapas, que no habita y que tal vez está en Palacio Nacional. Lo que se descarta, porque en el tiempo transcurrido desde que acabó su sexenio, alguien pudo ya haberlo visto.
¿Y si Trump le pide su cabeza? ¿Lo entregará como a Caro Quintero y a otros 28 líderes del narcotráfico? ¿O estaría dispuesta a rifársela y morir con él, en agradecimiento por haberla llevado a la Primera Magistratura? Bueno. Mientras tanto, que continúe la fiesta. Al fin y al cabo, todos los mexicanos la pagamos con nuestros impuestos.
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