Juan Luis Parra
El hackeo al teléfono de Claudia Sheinbaum fue un escándalo de un día, un golpe en la mesa para desviar miradas. Se armó la novela perfecta: Apple alertando, la Agencia de Transformación Digital tomando cartas en el asunto, y un New York Times oportunamente insinuando vínculos con la extradición de narcos.
Un burdo montaje. Y en medio del ruido, en Teuchitlán, Jalisco.
Mientras el régimen desplegaba su ofensiva mediática para acaparar titulares con el hackeo, la verdadera atrocidad sigue sin explicación: cientos de zapatos, ropa quemada, huesos esparcidos en la tierra.
Un campo de exterminio. Así, con todas sus letras.
Pero Jesús Ramírez Cuevas tiene un trabajo que hacer: instalar una narrativa alternativa, moldear la opinión pública, asegurarse de que los reflectores se alejen de ese infierno.
Y ahí entró en acción el ejército digital del gobierno. Coordinado, metódico y despiadado.
Twitter se convirtió en un lodazal donde los perfiles falsos afines al régimen repitieron una y otra vez la misma línea: Ceci Flores, la madre buscadora, no es una víctima, es una criminal. Y si no lo es, pues algo habrá hecho para merecer lo que le pasó.
Así el humanismo de la 4T, la transformación de un país donde la desaparición es culpa de los desaparecidos.
Pero no solo fue Sheinbaum, ni sus operadores mediáticos.
El camarada Noroña, desde su trinchera, hizo su parte, y decidió que el horror en Teuchitlán era solo “una presunción”.
Un cementerio clandestino con montañas de zapatos y restos humanos y el tipo tuvo el descaro de sugerir que no había pruebas. Como si los muertos tuvieran que presentarse en fila con su INE en mano para que los tomaran en cuenta.
Aquí no hay casualidades.
Los encapuchados en Palacio Nacional durante la manifestación en Palacio, el hackeo “oportuno”, la máquina propagandística del oficialismo, todo responde a la misma lógica: fabricar caos para encubrir el verdadero horror.
Y si aún quedaban dudas sobre la magnitud de la estrategia, apareció la cereza en el pastel: un video en el que supuestos integrantes del CJNG, encapuchados y armados, rechazan que el Rancho Izaguirre haya sido un centro de exterminio y, con una narrativa casi calcada de los voceros oficiales, acusan a los colectivos de búsqueda de manipular los hechos.
Las masacres en México ya no son cosa de ajustes de cuentas o desapariciones aisladas. No.
Ya estamos en la era de la industrialización del exterminio. Esto ya no es solo muerte, es un proceso sistemático, metódico y constante.
Como en la peor época del ejército nacional socialista, aquí se han levantado fábricas de muerte para alimentar una maquinaria que exige sangre día tras día.
Y eso, ni Sheinbaum, ni Cuevas, ni sus tuiteros podrán pararlo.