Un día como hoy hace 163 años, México vivió una de las jornadas más gloriosas de su historia independiente, con la victoria sobre Francia en la Batalla del Cinco de Mayo. La joven nación parecía no tener tregua en las difíciles jornadas para consolidar su soberanía e independencia. A las maltrechas finanzas se añadió que las diferencias políticas no se dirimieron con la pluma o en una tribuna, sino con pólvora. Trás la traumática experiencia de 1847-1848, que supuso la mutilación de los territorios que fueron en el virreinato, las provincias internas y la América Septentrional, se añadió la Revolución de Ayutla que desterró a Santa Anna y a los gobiernos conservadores, supuso la promulgación de la Constitución de 1857, pero a un costo muy alto: el estallido de la Guerra de los Tres Años entre 1857 y 1861. La también llamada Guerra de Reforma significó la contienda bélica más cruenta hasta entonces conocida y un lamentable derramamiento de sangre entre hermanos.
Trás el triunfo definitivo de los liberales en San Miguel Calpulalpan el 22 de diciembre de 1860 y la entrada triunfal de Juárez días después a la Ciudad de México, parecía que los años venideros estarían consagrados a la paz y a levantar un país en ruinas, nada más alejado de ello, pues los conservadores respirando por la herida, lograron que Napoleón III, ansioso por emular las glorias imperiales de su célebre tío, acordara invadir México para instaurar un gobierno títere con Maximiliano de Habsburgo a la cabeza.
Para el 19 de abril de 1862, las fuerzas francesas al mando del general Charles Latrille, Conde Lorencez, se enfrentaron a las fuerzas de Felix Díaz en Fortín de las Flores, iniciando así su ascenso hacia Puebla, paso previo para ocupar la Ciudad de México. Por aquellos días Lorencez quien destacó en su carácter por la peligrosa combinación de torpeza con arrogancia, envió una comunicación a su ministro de guerra afirmando que :” tenemos sobre los mexicanos tal superioridad de organización, disciplina, raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que ruego informe a su Majestad, que a la cabeza de sus seis mil hombres, soy el amo de México”. El General Ignacio Zaragoza, comandante del Ejército Mexicano y a cargo de la defensa mexicana, a su vez arengó a sus tropas:” vuestros enemigos son los primeros soldados del mundo, pero vosotros sois los primeros hijos de México, ¡leo en vuestras frentes la victoria!” Y así fue.
Es bien conocido lo acontecido en Puebla el cinco de mayo de 1862, Lorencez intentó en tres ocasiones asaltar los fuertes de Loreto y Guadalupe y romper la línea de defensa entre ambas fortificaciones, fueron rechazados con energía y coraje por los bravos veteranos del Ejército de Oriente y los indígenas agrupados en los batallones de la Guardia Nacional. Los vencedores de Crimea y el norte de Italia, fueron derrotados y por primera ocasión en décadas, un corneta del Ejército Francés tocó retirada. Porfirio Díaz intentó perseguir al enemigo para rematarlo pero fue detenido por el siempre prudente pero firme Zaragoza de tan solo 33 años de edad. El propio Porfirio contó años más tarde, que por la noche mientras recorría las fogatas donde se agruparon sus tropas por la noche, los escuchó contar las peripecias de la batalla y como emocionados no daban crédito a tan contundente victoria.
Son también de sobra conocidos, los partes de guerra que Zaragoza envió al Ministro de Guerra y Marina pidiendo informar al presidente Juárez la victoria sobre los invasores. Ahí consignó su frase inmortal: “Las armas nacionales se han cubierto de gloria” Sin duda alguna, los mexicanos habíamos aprendido la lección de 1847. Justo como era, Zaragoza también informó que: “ el enemigo se batió con valor, pero su comandante actuó con torpeza”
A la victoria, siguió en Juárez y Zaragoza, uno de los gestos más valorados en la guerra en todos los tiempos y lugares, ser magnánimo en la victoria. Los soldados franceses prisioneros fueron tratados con respeto y consideración, los heridos atendidos en los hospitales de campaña por el personal de sanidad militar de Zaragoza. Asimismo se ordenó que todas las condecoraciones tomadas como trofeo de guerra a los franceses abatidos o hechos prisioneros fueran devueltas, Juárez afirmó que no era justo despojar a los enemigos de los premios que con bravura habían ganado en el campo de batalla previamente, pero también en reconocimiento a los soldados mexicanos que tomaron aquellos trofeos, ordenó que sus nombres fueran inscritos en el cuadro de honor del Ejército de Oriente.
Días después, un grupo de oficiales franceses hechos prisioneros, envió una carta al general Santiago Tapia, a la postre gobernador y comandante militar de Puebla, manifestando su gratitud y reconocimiento por las “delicadas atenciones” que recibieron los prisioneros franceses y particularmente los heridos, pidieron también hacer extensivo el agradecimiento a los médicos, practicantes y oficiales del Ejército de Oriente.
En suma, el Cinco de Mayo, no solo representa un momento estelar en la azarosa historia militar mexicana, un referente de gratitud y de recuerdo a la memoria de un excepcional comandante como lo fue Zaragoza, sino también testimonio y prenda de las más altas virtudes de los militares mexicanos, que supieron ser magnánimos y caballeros en la victoria.