Por José Alberto Sánchez Nava
“Cuando el Estado desmonta su conocimiento técnico, no solo renuncia a su soberanía, sino que entrega el porvenir nacional al capricho de una plaga.”
- Introducción. En el norte del país, los ganaderos han dejado de contar cabezas de ganado para comenzar a contar pérdidas. El cierre por quince días de la frontera con Estados Unidos para la exportación de ganado bovino, como consecuencia directa de la alerta por infestación del gusano barrenador, ha puesto en evidencia un problema profundo y largamente ignorado: la destrucción institucional y técnica de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER). A pesar de las advertencias, la falta de previsión, vigilancia epidemiológica efectiva y cumplimiento estricto de las normas sanitarias ha terminado por condenar a los productores pecuarios a un golpe económico de consecuencias aún incalculables. Y, como era previsible, la indignación crece. La exigencia de la renuncia de Julio Berdegué Sacristán, titular de la dependencia, ha sido el primer paso de una protesta que va más allá de un cierre temporal. Es un grito por la dignidad y por la responsabilidad pública.
- Planteamiento del problema. El problema no es nuevo ni sorpresivo. La Norma Oficial Mexicana NOM-041-ZOO-1995 establece con claridad las medidas de prevención y control del gusano barrenador en ganado bovino. Estas van desde la vigilancia epidemiológica constante, el tratamiento de heridas infectadas, hasta la implementación de estrictas medidas de bioseguridad y control en la movilidad animal. Sin embargo, la actual administración de la SADER ha ignorado, reducido o desmantelado los mecanismos para aplicar esta normativa. Y ahora que la frontera se ha cerrado, el costo no solo lo asumen los ganaderos: lo paga el país entero.
- La declaración que lo delata. El propio titular de la SADER, Julio Berdegué, lo admitió sin rubor en entrevista con Grupo Healy ante los ganaderos de Sonora:
“Nos dijeron que un corral que se iba a ocupar con un ganado de preinspección tenía que estar más distante del otro corral… son cosas muy minúsculas y no son instalaciones complejas y caras… pero ellos están siendo muy minuciosos porque quieren estar seguros que el ganado que México les exporta es perfectamente sano.”
Lo que Berdegué considera “cosas minúsculas” son, precisamente, los puntos críticos en una cadena sanitaria internacional que exige máxima rigurosidad. Esa visión disminuida de la sanidad agropecuaria revela una preocupante ignorancia técnica o, peor aún, un desprecio por los fundamentos científicos de su propia Secretaría.
- El desmantelamiento institucional de la SADER. Lo que hoy ocurre es el resultado de un proceso sistemático de debilitamiento institucional. Desde hace años, la SADER ha perdido personal técnico especializado, presupuesto y autonomía operativa. Las unidades regionales de vigilancia pecuaria fueron absorbidas por estructuras políticas y burocráticas, relegando el conocimiento científico a un segundo plano. Se sustituyó la prevención por la improvisación, y el resultado es devastador: Estados Unidos no confía en los protocolos sanitarios de México, y ha cerrado sus puertas.
- Pérdidas económicas incuantificables. Un cierre de frontera por quince días representa pérdidas millonarias para los ganaderos, particularmente para los estados del norte, cuya economía depende de la exportación de ganado en pie. Son contratos incumplidos, logística interrumpida, canales de distribución colapsados y, sobre todo, una profunda incertidumbre que mina la confianza de los mercados internacionales. Esta medida, que Estados Unidos ha tomado con base en protocolos claros, evidencia que México ha dejado de ser un socio confiable en materia sanitaria pecuaria.
- La omisión más grave: la negligencia técnica. Lo verdaderamente grave no es el brote del gusano barrenador —que puede aparecer incluso en los mejores sistemas sanitarios del mundo—, sino la omisión de atenderlo conforme a la ley. La NOM-041-ZOO-1995 no es una sugerencia: es una norma obligatoria. Contiene disposiciones específicas sobre detección, tratamiento, restricciones de movimiento, bioseguridad y notificación obligatoria a servicios veterinarios oficiales. Que la SADER haya ignorado estas obligaciones no es una falla técnica: es una negligencia que raya en lo penal.
- El punto de quiebre: la exigencia de renuncia. Por todo ello, los ganaderos han decidido levantar la voz. No piden explicaciones: exigen consecuencias. La renuncia de Julio Berdegué Sacristán no es un capricho gremial, es una exigencia racional frente a la incompetencia manifiesta. Un país que aspira a ser competitivo en los mercados globales no puede darse el lujo de tener al frente de su política agropecuaria a funcionarios que trivializan la sanidad como “cosas minúsculas”. En el lenguaje de la ganadería, Berdegué ha perdido el control del hato. Y cuando eso ocurre, el buen pastor debe dar un paso al costado.
- Conclusión. El gusano barrenador ha hecho más que poner en jaque la exportación de ganado mexicano. Ha expuesto las fracturas internas de una Secretaría que debería ser garante de la soberanía alimentaria y sanitaria del país. Hoy, más que nunca, queda claro que el conocimiento técnico no es accesorio: es esencial. Cuando el Estado lo desprecia, lo reemplaza por la política de ocurrencia. Y las consecuencias, como vemos ahora, son tan concretas como dolorosas.
- Llamado final. La lección está escrita en la herida: sin técnica no hay soberanía. El país necesita reconstruir la SADER desde sus cimientos, devolviendo el poder a quienes entienden la tierra, la sanidad y la producción como ciencia y no como discurso. De lo contrario, el gusano barrenador no será el último en cruzar la frontera.