Juan Luis Parra
La Venezuela de 2025 no tiene ni instituciones ni democracia. Tiene, eso sí, un dictador aferrado al poder con desesperación, dispuesto a secuestrar lo que sea: personas, licencias, votos o petróleo, con tal de no caer.
Nicolás Maduro ya no gobierna: extorsiona.
La última jugada del chavismo ha sido digna de manual autoritario.
Detenciones arbitrarias de extranjeros, manipulación informativa, creación de una flota petrolera fantasma (barcos con banderas de conveniencia o sin registro claro para evadir sanciones y exportar petróleo) y chantaje directo a Donald Trump. Todo para evitar lo inevitable: la salida de Chevron y la caída libre de su ya raquítica economía.
Chevron era su salvavidas.
Desde que Biden le abrió la puerta en 2022, esa petrolera estadounidense se convirtió en la fuente del 30% de los ingresos legales de Venezuela: el resto de ingresos es su producto de exportación número uno: delincuentes. Pero Trump le metió un 25% de arancel al crudo chavista y revocó licencias. Resultado: colapso económico, devaluación brutal del bolívar y escasez generalizada.
Nada nuevo para la golpeada Venezuela, pero ahora sin dólares frescos.
Maduro reaccionó como se espera de un líder bananero: con propaganda.
Difundió, vía lobby, una falsa extensión de la licencia de Chevron, validada por figuras cercanas a Trump. Pero bastó una declaración de Marco Rubio para desmontar el teatro.
No hay renovación. No hay pacto. Solo hay una dictadura quedándose sin fichas.
Y como los trucos ya no alcanzan, pasamos al trueque de carne humana.
Rehenes como Joseph Saintclair, ciudadanos arrestados sin justificación, convertidos en moneda de negociación. El chavismo ha profesionalizado el secuestro diplomático.
Hay 79 extranjeros presos en Venezuela. ¿El delito? Ser útiles para un intercambio. Es la lógica del chantaje de Estado.
Todo esto, mientras el país protagonizaba una nueva farsa electoral.
El pasado domingo, Venezuela vivió una jornada que retrató el ocaso del régimen. Centros vacíos, calles en silencio y una abstención del 87%. Una bofetada ciudadana a un sistema podrido.
Una vez más, el chavismo se proclamó ganador sin pruebas, sin observadores internacionales, sin actas verificables. Sin vergüenza.
Ni siquiera su aparato de amenazas logró mover al electorado este 25 de mayo. El régimen se quedó solo. Tan solo, que ahora plantea una “reforma electoral” para rediseñar el sistema según las comunas del partido.
Es decir: eliminar cualquier vestigio de participación auténtica y reemplazarlo por simulacro.
Maduro caerá. ¿Cuánto daño más está dispuesto a infligir para mantenerse de pie?
Por lo pronto, espero que la farsa judicial del primero de junio tenga la misma respuesta que las elecciones bolivarianas de Maduro, y los mexicanos no legitimen el golpe a la independencia del único poder que aún no poseían.
Se quedarán con el poder, pero espero no de manera legítima.