José Luis Parra
En Hermosillo, las Fiestas del Pitic 2025 cerraron con aplausos, selfies con artistas de antaño y un boletín que presume 90 millones de pesos en derrama económica. Un “éxito rotundo”, dicen desde el palacio municipal. Pero mientras el alcalde Antonio Astiazarán celebraba como estrella de reality show, otros ciudadanos —los invisibles, los estorbos, los desechables— eran subidos a un autobús como si fueran basura incómoda y enviados lejos de la ciudad. Lejos de la fiesta. Lejos del decorado.
El escándalo no es menor. Hay testimonios que hielan la sangre: personas humildes, jornaleros, un albañil, una ayudante de cocina, retirados del centro de Hermosillo por el pecado de parecer pobres. De tener el rostro ajado por la vida. El crimen: desentonar con el show. En plena madrugada, fueron abandonados en Navojoa, Guaymas, Miguel Alemán y quién sabe cuántos puntos más. No hubo delito, ni orden judicial, ni respeto mínimo a la dignidad. Solo la lógica despiadada de la estética oficial.
La ciudad ideal del alcalde
Toño Astiazarán, ahora conocido como “Toño Trump” en redes sociales, niega todo sin negar nada. Dice que no se puede adelantar juicios mientras se hace el ofendido. Dice que no obligaron a nadie, que todo fue voluntario, parte de su programa “Regreso a Casa”. Solo que las quejas formales ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos pintan otro retrato: detenciones arbitrarias, traslados sin explicación y abandonos a deshoras. En el país del maquillaje, lo feo no se esconde, se expulsa.
Y es que para el alcalde, la inclusión social cabe en un discurso de tres minutos mientras su imagen baila al ritmo de Miguel Bosé. Es fácil tomarse fotos con artistas cuando la otra cara de la ciudad se sube a un camión sin retorno.
El costo de la postal
¿Vale más una buena foto que un derecho humano? ¿Más una cifra millonaria de derrama que la integridad de 40 personas? La narrativa oficial apuesta a que sí. Mientras el escándalo crece, el Ayuntamiento se refugia en números y euforia: más escenarios, más asistentes, más impacto turístico. Pero hay otra estadística que falta en la hoja de logros: cuántos ciudadanos fueron arrancados del espacio público por ser incómodos.
Esa pregunta arde en redes. Y arderá más cuando salgan más testimonios, cuando la CEDH avance con su investigación, cuando el cuento del “traslado voluntario” se desmorone con pruebas y rutas.
Festival o montaje
Hay algo más perturbador que el abuso: la naturalización del abuso. Que en pleno 2025 se pueda justificar una limpieza social con argumentos de logística cultural. Que alguien en el gobierno crea que esto no tendrá consecuencias. Que aún después de escuchar testimonios desgarradores, la prioridad siga siendo el próximo evento, la próxima foto, el próximo aplauso.
Un gobierno que celebra la cultura mientras exilia la miseria es un gobierno que no entiende ni lo uno ni lo otro. La cultura no es solo luz y sonido. También es ética. También es empatía. Y si las Fiestas del Pitic se construyen sobre el desplazamiento forzado de los vulnerables, entonces no son fiesta: son montaje.
¿Y ahora qué, Toño?
El alcalde sigue en modo festival. No ha ofrecido disculpas. No ha prometido reparación. No ha suspendido ni una selfie. Insiste en su versión de cuento de hadas mientras el caso escala a la esfera nacional. Que no se le olvide: las redes son volátiles, pero la historia tiene memoria. Y esta historia no la escribirán los boletines, sino las víctimas.
Como dicen los clásicos: la ciudad no se mide por la altura de sus conciertos, sino por el trato a sus ciudadanos más caídos.