De memoria
Carlos Ferreyra
Mi primer recuerdo es falso, pero a la vez verdadero por que alguien me lo mostró en foto, unos cuantos meses nacido colgado de un árbol que parece haberse sembrado la mujer que vino de oriente a gobernarnos, estoy metido en un calzón de lona amarrado a las ramas pelonas de un árbol feo en un cercado de piedra y una niña a mi lado.
La niña Angelina era mi nana , aunque por su edad , necesitaba realmente que la cuidaran y no estar al pendiente de una cosa redonda y tragona a la que adoraban al sol todas las mañanas.
No había leches de fórmula por lo que los niños tomábamos biberones de leche bronca y si las vacas eran propias y sanas, sin hervir.
Ignoro si mi madre en un acceso de furia colgó del mezquite a la pobre de Angelina , la corretio a balazos o encerró en un convento, la niña se tomaba los biberones de leche y me daba que aún recuerdo con gran placer, un caldo de frijol, con el frijol muy remolido . Mi madre pensaba que la niña me estaba matando y al contrario , la verdad es que me estaba reforzando , según teorías pediatricas más recientes.
No conocíamos aviones salvo un biplano que guardaban en un galeron entre la barda trasera del panteón municipal y los establos fronteros de Don Salvador Arreigue .
El campo libre lo usaban algunas vacas entre ellas el pequeño ato de mi padre , para ramonear durante el día entre los huizaches que cubrían la pista del avión.
Los chiquillos nos manteníamos atentos y cuando nos decían que iba a volar el “trucutu”que así se llamaba en avión corríamos a limpiar de vacas el pequeño campo y esperábamos a que el propietario y piloto circulaba dos, tres veces Morelia y descendiera para guardar su aparato.
Nunca nos acercamos al biplano por que decían que las helices habían decapitado a varios curiosos , hecho que nadie pudo asegurar presenciado pero suficiente para mantenernos limitados, eso si a despejarle de las vacas el campo cuando lo necesitaba el piloto , no sabíamos que en el país del norte había un programa teatral que se supone se trasmitía por algo que se llamaba radio . No lo conocíamos. Contábamos con los llamados radios de galena que eran unos extraños audífonos sin pilas y sintonizador que nos colocábamos en las orejas, subíamos la mano y dábamos vueltas hasta que escuchábamos una voz, una poca de música y algunos otros ruidos que no identificábamos , televisión , viajes espaciales , vuelos intercontinentales , todos eran cuentos de ciencia ficción, de seguro autoría de Julio Berne que escribía su viaje a la luna, cargando un monstruoso camión con una bala , que era un transporte espacial, la disparo y la bala cayó en el centro iluminado de la luna . No recuerdo que hicieron los viajeros , ni tampoco cómo regresaron a tierra .
Los teléfonos estaban prácticamente reservados para el gobernador , el tribunal superior, la cámara de diputados y con suerte el alcalde alcanzaba el aparato , refrigeradores no existían por lo que temprano había que ir al mercado a comprar la verdura recién llegada del campo y la carne de la matanza del día.
El gas no era conocido en sus usos domésticos y en las cocinas se alineaban las hornillas que usaban carbón y leña .
La cocina dicho sea de paso, era el corazón de todo hogar donde no solo se preparaba la comida sino pasaba la mayor parte de su tiempo las mujeres del servicio o las dueñas de casa.
Pocas calles eran pavimentadas y la ciudad estaba montada sobre una loma que de cada lado tenía cinco o seis calles de extensión. Como eran calles más bajas se decía cuando se iba al centro “voy allá arriba” y cuando se regresaba a casa , “voy a casa , allá abajo” las fiestas patronales eran casi cotidianas por el gran número de iglesias de una ciudad que apenas alcanzaba los 20 mil pobladores .
Un día se abrió la carretera nacional que partía México, Toluca , zitacuaro , Morelia , y pasando por Zamora Jiquilpan hasta llegar a Guadalajara.
Se abrió el pequeño mundo en el que se encontraba la capital tarasca , cuyos habitantes preferían viajar a Guadalajara que quedaba más o menos a igual distancia que la Ciudad de México, pero sin tener que transitar la zona de mil cumbres con cientos de de curvas una tras otras y unos panoramas alpinos verdaderamente hermosos , pero peligrosos.
Así , como recuerdo permanente la insistencia de los maestros en primaria y luego en secundaria de enseñar una materia que llamaban lengua nacional y que en otros estados y en otros sistemas educativos llamaban lengua castellana o español.
La lengua nacional incluía el conocimiento del tarascó que pasaban pronto al uso común .
Asi fue hasta mi desarraigo en 1952 cuando un primo me llevó a comer tacos en una vitrina asquerosa y donde vi algo que me gustaba y lo pedí tres veces se lo repetí al taquero que de pronto montó en cólera y con insultos contra mi persona le pregunto a mi primo qué demonios estaba pidiendo yo, con timidez señale lo que quería , el taquero me dijo eso se llama: rellena , entendí que ya estaba en otra parte del país y que ya no podía pedir un taco de zorica , ni podría pedir que me hacer pasaran el tazcal con las tortillas , ese México mío terminó y tuve que aprender otros usos y costumbres.