Joel Hernández Santiago
Lo dicho y redicho: A Donald J. Trump, el presidente republicano de los Estados Unidos de América, le gusta jugar al poder supremo, le gusta la supremacía de su gobierno que él traduce en su poder personal.
Va por el mundo como el vaquero del viejo oeste, que luego de cruzar el desierto llega al pueblo y patea la puerta del ‘Saloon’ para advertir que ya llegó y que ahí nadamás sus chicharrones truenan, aunque llegue sucio y maloliente.
Se ostenta ante el mundo como poderoso. Como el presidente que puede tronar los dedos a los países amigos o enemigos y conseguir su sometimiento. “Make America great again” es su lema. El “again” –otra vez- tiene que ver con su anterior periodo presidencial cuando, según él y sus adláteres, hicieron de su país un portento de poder y supremacía interna y externa.
Esta vez recorre el mundo de forma frecuente. Seleccionó a la potencia petrolera Arabia Saudita para uno de sus viajes como presidente reelecto y en donde se cumplió su sueño dorado de ser tratado como a un rey. Luego de su regreso a la Casa Blanca, Trump se dirigió nuevamente al Golfo Pérsico del 13 al 16 de mayo. Abarcando Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, para luego realizar un inesperado viaje al Vaticano para asistir al funeral del Papa Francisco.
Pero sobre todo a Donald J. Trump le gusta burlarse de otros países y de sus representantes o presidentes. Apenas hace unos días, a la vista del incidente del presidente francés Emmanuel Macron quien el lunes 26 de mayo recibió un supuesto golpe de su esposa Brigitte Macron, al abrirse la puerta del avión en Vietnam, lo que creo una crisis de autoridad en Francia.
Inmediato Trump aprovechó el momento para sugerirle a Macron en tono de burla ‘que en estos casos mantenga cerrada la puerta’. O como cuando prácticamente echó de la Casa Blanca al presidente de Zelenski, de Ucrania luego de burlarse de él, junto con el vicepresidente James D. Vance, en un sentido obnubilado de lo que es el poder.
A México se lo trae en salsa. Pero está complacido por las complacencias políticas, económicas, y estratégicas de la presidente mexicano. Frente a los reclamos de Canadá, dijo que con la presidente de México sí se podía tratar. Y dice que Sheinbaum es una bella dama. Pero aun así un día la halaga y al otro día le asesta una recriminación o aranceles a su gusto.
Donald J. Trump encontró una beta de presión y de abuso de poder en la imposición de aranceles a productos provenientes de otros países en EUA. Aranceles muy selectivos porque éstos son aplicados según su criterio estratégico mundial. A unos más. A otros menos –en este caso sobre todo a los países con gobiernos complacientes de sus exigencias, como es el caso de México–.
Pero así como los impone, así los quita. Un día los anuncia con bombos y platillos en porcentajes extraordinarios en muchos casos, como fue el caso de China o la Unión Europea, y de pronto los retira o disminuye, como fue el caso de la misma China y otros países, como es el caso de los aranceles a vehículos provenientes del exterior, como es el caso de México.
Este vaivén arancelario tiene que ver con la falta de estudios de viabilidad, con falta de proyecciones; tiene que ver con la gran improvisación al imponerlos sin ton ni son; tiene que ver con la falta de visión para saber que estos aranceles causarán daño a la economía estadounidense. Trump es un presidente voluble y no firme en sus decisiones, y por lo mismo peligroso.
Peligroso para la economía mundial; para la seguridad mundial; para la seguridad interna de su país en donde ya se vislumbran inconformidades sociales por sus decisiones erráticas y sin previsión, como fue el caso del despido masivo de burócratas estimulado por el renunciante Elon Musk, su gran amigo y asesor y por lo que hoy mismo tienen enormes inconformidades sociales.
Por esa actitud errática, insegura, voluble y falto de tacto, en Estados Unidos se acaba de crear una imagen del presidente Donald J. Trump que mucho le ha enojado porque le pegan en algo que lo caracteriza: su ego superlativo.
Es un mote que le ha causado enorme indignación. Este es: Trump-Taco. (“Trump always chickens out”) que significa “Trump es un gallina” o bien “Trump siempre se acobarda”.
Son cuatro palabras de un acrónico que recuerdan a los tacos mexicanos. Suficiente para indignar a Trump y convertirse en una frase viral en redes sociales cuando se habla de su guerra comercial.
La composición verbal fue expresada por primera vez el 2 de mayo por Robert Armstrong, un editorialista del Financial Times. “Trump-Taco” incluye el término “chicken”, que a su vez significa ‘gallina’, animal muchas veces asociado con el miedo.
Aunque según Armstrong el apodo surgió en Wall Street, donde los inversionistas parecen “convencidos de que la administración estadounidense está dispuesta a dar marcha atrás cuando a Trump le entre miedo”.
Y “Taco” llegó a la Casa Blanca la semana pasado, cuando una periodista de la cadena CNBC le preguntó a Trump su opinión respecto del controvertido apodo. El magnate primero se mostró atónito, y luego enfurecido:
¿Que yo me acobardo?”, reaccionó primero, sin comprender el significado del acrónimo. Pero luego reaccionó furioso y asestó a la periodista: “Esa es una pregunta muy cruel, no me la vuelvas a preguntar”.
Y pues eso: La improvisación, gobernar por caprichos, por venganzas, por ocurrencias, por vanidad y ego, tiene sus consecuencias en un “Taco”.