Luis Farías Mackey
Ayer hablábamos de la pedagogía de la justicia, pero su enseñanza puede ser inversa y pervertida, tal fue el caso del síndrome del 68. Hoy, sin embargo, voy a traer a colación su envilecida enseñanza a cargo de Zedillo.
No hace muchos días el expresidente salió a defender la democracia y su reforma jurídica, sin duda meritorias en muchos aspectos, pero, como en su momento mencioné, ambas marcadas de esquizofrenia, de suerte que frente al robustecimiento de la impartición de justicia y del poder judicial, su procuración estuvo maculada por Chapa Bezanilla y Francisca Zetina, “La Paca”, y, en los hechos ignorada por la reforma misma, igual que ahora, pareciera que es más fácil quitar a toda una Corte que a un Ministerio Público. Por lo que hace a la electoral, las dos alternancias, populares y hasta necesarias, fueron en gran parte operadas desde Los Pinos y posiblemente pactadas en Washington.
Hoy voy a hablar de dos procederes de su presidencia que siguen sin recibir explicación cumplida y basta. A ruego de la difunta esposa de López Obrador, Rocío, aquél -escondido y temeroso- logró que el presidente ordenara al Procurador declarar la no acción penal en su contra por la toma de 16 pozos petroleros, con graves daños a la economía de PEMEX y aún mayor peligro para los manifestantes acarreados, las poblaciones aledañas, los trabajadores petroleros y las instalaciones mismas. De hecho, fue el peligro inminente de una desgracia monumental lo que disparó la decisión de desalojar a quienes tenían en su poder los pozos con el uso de la fuerza pública.
Así, Zedillo, impulsor de la reforma judicial, en una acción que pudiese implicar algún tipo penal, obstruyó la justicia y pervirtió la pedagogía de aquella de suerte de enseñar que se pueden cometer delitos federales, poner en riesgo vidas inocentes y causar un quebranto en las finanzas públicas, que el simple ruego de una esposa es suficiente para que la justicia -vuelta impotente, sumisa y cobarde- acate la impunidad dictada desde el poder y haga escuela. A menos, claro, que inmerso en el ruego y en la abdicación consecuente estuviese atravesado un cálculo político inconfesable.
Pero Zedillo no paró allí, fuera de su competencia federal, envió hasta Villahermosa a un empleado de la presidencia para que limpiara de los archivos del poder judicial estatal todos los expedientes y actuaciones realizadas en torno al asesinato del hermano menor de Andrés Manuel. Por cierto, nuevamente aquí y entonces, otra mujer, en este caso su madre, Doña Manuelita, lo salvó acudiendo a la esposa del procurador estatal de ese entonces. Paradójico, porque ni siquiera en honra de doña Manuelita, o de su difunta esposa, Rocío, se dignó a recibir en los seis años de su presidencia a las madres buscadoras mexicanas; las recibió de otras latitudes y hasta las premió, pero a las nacionales nunca les abrió las puertas de su Palacio, como tampoco lo hizo para con los movimientos feministas, no obstante haber sido salvado en dos ocasiones de los brazos de la justicia, no por la ley ni la legítima defensa, sino por los ruegos de una madre y una esposa ante el poder.
El dato, regresando a Zedillo, es doblemente sorprendente: este segundo caso caía fuera de su jurisdicción, la federal, y de sus tiempos: el asesinato había ocurrido décadas antes de su gobierno, caso diverso a la toma de pozos petroleros en una instalación federal, en un delito también federal y dentro del mandato de su periodo constitucional. Por sobre ello -ámbitos de espacio y de tiempo- cabe la pregunta ¿por qué habría Zedillo de interesarse personalmente en limpiar los archivos penales en Tabasco de los andares de joven López Obrador, sino por tenerlo en mente como carta del PRD para una alternancia equilibrada entre la derecha, con Fox en la presidencia, y la izquierda, con López en la Ciudad de México?
Habida cuenta que la limpieza de archivos se hizo mucho años antes de las elecciones, queda claro que el horneado de su candidatura ¡en el poder! empezó con antelación suficiente. Lo que nunca esperó Zedillo fue que López no cambiara oportunamente su domicilio formal y credencial de elector a la Ciudad de México, obligándole a sacarle esa última castaña también de la lumbre achicharrando la mano que meció su cuna. Otro favor de impunidad y de excepción.
Tres eventos -pozos petroleros, expedientes penales y registro sin residencia- que Zedillo jamás ha explicado.
Finalmente, lo lógico es que los expedientes robados del archivo judicial de Tabasco alguien los tuviera, y si tras tantos años no han aparecido es seguramente porque fueron destruidos, pero quién quisiera destruirlos si no el primer interesado e involucrado, lo que implicaría que le fueron entregados perfilándose, de ser el caso, otro delito al hilo: no sólo se extrajeron de la autoridad competente, sino se obsequiaron al presunto responsable.
En todo caso, la pedagogía de la justicia esquizoide de Zedillo enseñó la impunidad rampante que dio forma a la reforma judicial obradorista que el expresidente hoy ataca, sin alcanzar a ver que en su origen se halla la pedagogía de su aviesa justicia.