* “Es la raíz del eterno terror a lo irrevocable, a lo ya conseguido, a lo definitivo, a lo perecedero, al mundo mismo, como cosa realizada, en donde con el límite del nacimiento queda marcado también el de la muerte; terror al instante en que la posibilidad sea realidad, en que la vida se cumpla y termine, en que la conciencia llegue a su fin…”; son los gobernantes quienes padecen de esa definitiva soledad, la que los impele a desear modificarlo todo, en la absurda idea de que así permanecerán
Gregorio Ortega Molina
Todos contra Benjamín Netanyahu, gobiernos, sociedades de las diversas naciones de Occidente, pero también todos, o casi, se hacen los muertos cuando de referir el caso ucraniano y al también genocida ruso -Vladimir Putin- se trata. Es José Stalin redivivo.
Volodimir Zelenski dista mucho de ser un líder político. Llegó a la defensa de la “soberanía” total de Ucrania porque los que estaban en el cargo desearon anexarse a Rusia. Buscaban oro y desafanarse de un verdadero problema: la codicia de Putin sobre las tierras raras, el petróleo y la agricultura de esa nación, pero sobre todo de esa extensión territorial, al modo en que su maestro Adolfo Hitler lo hizo con Austria, Polonia y Checoeslovaquia. Los malos modos se aprenden con mayor facilidad.
Natanyahu se autoproclamó víctima del terrorismo islámico y justifica su acción con una coartada ideológica y religiosa, que únicamente fue útil para el Éxodo y para que los ingleses y los estadounidenses asentaran a los judíos en un territorio del que, por necesidades físicas y económicas, huyeron hace muchos años. Habían decidido olvidarse de la llamada Tierra Prometida.
El caso ruso es únicamente voracidad territorial y, posiblemente -como afirman analistas europeos- el deseo poco oculto de tantear las posibilidades de ser él -Putin- quien determine el nuevo orden geopolítico, económico e ideológico de Occidente que, tal como lo describió Oswald Spengler en su enorme ensayo (4 tomos en la edición española de Espasa-Calpe, S.A, de 1947 y prologada por José Ortega y Gasset) La decadencia de Occidente.
Los humanos somos fieles a nuestra naturaleza, nos reconocemos en ella, y obcecados nos negamos a modificarla, ya no digamos cambiarla. Anotó Spengler: “En el presente, sentimos fluir la vida; en el pretérito, yace lo transitorio. Esta es la raíz del eterno terror a lo irrevocable, a lo ya conseguido, a lo definitivo, a lo perecedero, al mundo mismo, como cosa realizada, en donde con el límite del nacimiento queda marcado también el de la muerte; terror al instante en que la posibilidad sea realidad, en que la vida se cumpla y termine, en que la conciencia llegue a su fin. Es ese profundo terror cósmico que embarga el alma del niño y que no abandona nunca al gran hombre, creyente, poeta, artista, en su infinita soledad…”.
Son los gobernantes quienes padecen de esa definitiva soledad, la que los impele a desear modificarlo todo, en la absurda idea de que así permanecerán.
www.gregorioortega.blog
@OrtegaGregorio