Criptomonedas, mulas y algoritmos en la nueva guerra financiera
¿Te ofrecen dinero fácil por mover fondos, abrir cuentas o comprar cripto? No es que hayas tenido tu día de suerte. Lo más probable es que te estén usando como mula de dinero. Las redes criminales necesitan gente común: estudiantes, freelancers, desempleados con smartphone. Tú pones la cuenta. Ellos ponen el delito.
Cada año se lavan entre 800 mil millones y 2 billones de dólares, y más del 90 por ciento de esas operaciones pasan desapercibidas. Esto es una señal de alarma. El lavado de dinero es el proceso mediante el cual se oculta el origen ilegal de recursos obtenidos por actividades como el narcotráfico, la trata de personas o el fraude. El objetivo es simple: hacer que el dinero sucio parezca limpio para que pueda usarse sin levantar sospechas.
Y en ese proceso, los criminales necesitan piezas sueltas. Cuentas prestadas, identidades compradas, intermediarios que a veces ni siquiera saben en qué están metidos. El canal preferido de los nuevos lavadores es la tecnología.
Estas personas, llamadas “mulas de dinero”, reciben fondos en sus cuentas, los transfieren a otras o convierten dólares en criptomonedas (o viceversa). Sin saberlo, están ayudando a los criminales a ocultar el rastro del dinero. Por ejemplo, un delincuente puede enviarte criptomonedas a una billetera digital y pedirte que las conviertas en dólares o que las transfieras a otra cuenta. O quizás te pidan que uses efectivo para comprar Bitcoin en un cajero automático especial y lo envíes a otra billetera. En ambos casos, el dinero parece legítimo, pero en realidad puede venir de fraudes, extorsiones o incluso estafas románticas. Si participas, podrías enfrentarte a problemas legales sin darte cuenta.
Las criptomonedas como Bitcoin, Tether (USDT) o Tron son una herramienta clave para los criminales porque permiten mover dinero rápido y con menos supervisión que las transacciones bancarias tradicionales. Operan en una “cadena de bloques” (blockchain), un sistema digital que registra transacciones de forma descentralizada. Esto dificulta que las autoridades sigan el rastro del dinero. Por ejemplo, un delincuente puede enviar criptomonedas a una billetera digital, convertirlas en dólares a través de una cuenta facilitada por una “mula” y luego transferirlas a otro lugar, borrando el rastro del delito.
Este no es un problema lejano ni hipotético. Esta semana el Departamento del Tesoro de Estados Unidos acusó públicamente a tres instituciones financieras mexicanas, CI Banco, Intercam y Vector, de facilitar operaciones de lavado de dinero vinculadas al tráfico de fentanilo. Como consecuencia, el Departamento de Estado revocó visas a familiares y socios comerciales de sus directivos y, en menos de 24 horas, la Comisión Nacional Bancaria y de Valores intervino sus operaciones, asumiendo el control de sus áreas estratégicas. La medida buscó contener una posible fuga masiva de capitales.
El golpe fue directo al sistema financiero mexicano. Y aunque Hacienda intentó minimizar el caso argumentando que estas entidades no representan ni el uno por ciento de los depósitos totales, lo cierto es que el señalamiento provino de la Red de Control de Delitos Financieros del gobierno de Estados Unidos. En respuesta, se bloquearon transacciones entre estas instituciones y el sistema bancario norteamericano durante 21 días, y se inició una supervisión extraordinaria de sus operaciones en México.
Lo que está en juego no es solo la reputación de algunos bancos, sino la credibilidad entera del sistema. Aquí no hablamos de una “estafa digital” o de una red pequeña de criptofraude, sino de instituciones formales, reguladas y conectadas al mercado internacional, señaladas por operar como vehículo del crimen organizado.
La inteligencia artificial es, hoy por hoy, una de las herramientas más efectivas contra el lavado de dinero. A diferencia de los sistemas tradicionales, los algoritmos pueden procesar millones de movimientos financieros en cuestión de segundos y detectar patrones que para un humano serían verdaderamente imposibles de ver a tiempo. Si alguien recibe muchas transferencias pequeñas desde cuentas sin relación aparente, la IA lo identifica, calcula el nivel de riesgo y genera una alerta automática para los bancos o las autoridades. Su mayor ventaja es que aprende. Eso sí, conforme los delincuentes ajustan sus métodos, los sistemas también evolucionan. No se quedan atrás.
Otro avance tecnológico es la tokenización, un método que protege tus datos al hacer compras en línea o en tiendas. Cuando pagas con tarjeta, en lugar de compartir tu número real, el sistema genera un “token”: una secuencia única de letras y números que solo el vendedor puede usar.
Este token no tiene valor por sí mismo y no puede ser descifrado por estafadores, lo que reduce el riesgo de fraudes con tarjetas, robos de datos en compras online o incluso clonación de tarjetas.Por ejemplo, si compras en una tienda online, el token reemplaza los datos de tu tarjeta, asegurando que nadie pueda interceptarlos. Algunos sistemas incluso usan “tokens dinámicos” que cambian con cada transacción, haciendo imposible que los usen los criminales. Los datos sensibles se guardan en una “bóveda de tokens”, un lugar súper seguro al que solo acceden sistemas autorizados.
La tokenización es una herramienta útil, pero no es infalible. Hay estafadores que no necesitan vulnerar sistemas complejos para robar datos, simplemente interceptan las terminales de pago antes de que la información se proteja. Otros engañan a las personas con ingeniería social, haciéndose pasar por empleados de bancos o plataformas digitales para obtener acceso. También están los hackers más sofisticados, que buscan errores en los sistemas antes de que puedan corregirse. Se les conoce como exploits de día cero, y son una carrera contra el tiempo.
Entonces, ¿cómo nos podemos proteger? No se trata de vivir con paranoia, pero sí con criterio. Si alguien te ofrece mover dinero a cambio de una comisión, desconfía. Si te piden comprar o recibir criptomonedas sin explicación clara, aléjate. Usa plataformas serias, con sistemas de seguridad integrados, y revisa todo, aunque a veces pueda ser tedioso, lo que firmas o autorizas. La mayoría de las víctimas de estas redes no son personas ingenuas, solo estaban distraídas.
El crimen organizado evoluciona todos los días. Si la tecnología no se le adelanta, pierde. Pero si el ciudadano no pone atención, pierde más rápido. La seguridad financiera ya no es un derecho automático. Es una responsabilidad personal.