Astrolabio Político
Por: Luis Ramírez Baqueiro
“La obra política más difícil es obtener la confianza antes que el éxito”. – Napoleón Bonaparte.
En el escenario nacional, mientras México enfrenta complejos desafíos de seguridad, gobernabilidad y justicia, el Senado —una de las principales instituciones de control, legislación y equilibrio del poder— vive una de sus etapas más críticas, marcada por el desgobierno, el oportunismo y la ausencia total de liderazgo político.
Quienes integran la Cámara Alta parecen haber olvidado la esencia del movimiento que llevó a Andrés Manuel López Obrador a la presidencia: la lucha por una transformación ética, profunda y estructural del país.
Hoy, el Senado dista mucho de ser ese espacio de discusión progresista y construcción de consensos por el bien común. Se ha convertido, en cambio, en un nido de ambiciones personales, traiciones soterradas y pactos oscuros que ponen en entredicho los ideales de la Cuarta Transformación.
Uno de los casos más graves y que amerita atención inmediata es el que involucra al ex secretario de Seguridad del entonces gobernador de Tabasco y ex secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández.
Las recientes revelaciones sobre sus vínculos con el crimen organizado no solo son escandalosas, son monumentales. Sería ingenuo —o cínico— pensar que Adán Augusto no estaba al tanto de las acciones de su colaborador más cercano en temas de seguridad, tanto en el ámbito estatal como federal.
¿Cómo se explica que alguien con semejante nivel de infiltración en las estructuras institucionales pudiera operar impunemente durante años sin que su jefe tuviera conocimiento?
En cualquier país que se tome en serio la legalidad y la ética pública, un personaje con la historia política de Adán Augusto ya habría solicitado licencia para enfrentar una investigación exhaustiva y sin privilegios.
Si de verdad quiere honrar los principios de “no robar, no mentir y no traicionar”, si de verdad quiere demostrar que “no son iguales”, este sería el momento de dar un paso al costado, cooperar plenamente con las autoridades y demostrar, de frente, que no tiene nada que ocultar.
Pero el silencio de Adán Augusto —y peor aún, su permanencia activa en el Senado como si nada pasara— no solo mina su credibilidad, sino que erosiona las bases morales del movimiento lopezobradorista. Porque en la narrativa de la transformación, no basta con acusar a los otros: también hay que mirarse al espejo y actuar con congruencia.
Este escándalo, además, tiene ramificaciones directas en otros actores políticos. Uno de ellos es el senador veracruzano Manuel Huerta Ladrón de Guevara, quien lleva meses comportándose más como un opositor interno que como un aliado de la 4T.
Sus constantes ataques a la presidenta de México, a la dirigencia nacional de Morena, a la gobernadora Rocío Nahle García y al liderazgo estatal de su partido, dan cuenta de una estrategia clara: debilitar desde dentro para fortalecer una agenda personal, tejida al amparo de acuerdos con la cúpula senatorial que encabeza Gerardo Fernández Noroña y otros personajes como el propio Hernández López.
El colmo de esta incongruencia fue presenciar cómo Huerta, en un acto que raya en la provocación política, llamó “compañero” al panista Miguel Ángel Yunes Márquez. El mismo Yunes que representa todo lo que Morena ha combatido: el autoritarismo, la corrupción patrimonialista y el uso faccioso del poder. ¿Desde cuándo un fundador del movimiento se siente cómodo abrazando a los adversarios históricos de la izquierda veracruzana?
Con el escándalo de la “Barredora” y los vínculos criminales expuestos en Tabasco, los reflectores también apuntan hacia Veracruz. En política, las lealtades no son inocentes, y los acuerdos tras bambalinas terminan saliendo a la luz. Huerta puede jugar a ser víctima de persecuciones políticas, pero cada día se suman más voces dentro de Morena que lo señalan como un operador que nunca asume responsabilidad por sus actos, y que en cambio prefiere culpar a otros, deslindarse, desaparecer cuando hay que rendir cuentas y aparecer cuando hay cámaras y reflectores.
La Cámara de Diputados, por su parte, vive en una especie de sálvese quien pueda. Los excesos públicos de la esposa de Sergio Carlos Gutiérrez Luna —“Gutierritos” como le dicen algunos colegas legisladores—, el desdibujado retiro anunciado por Ricardo Monreal, sumado a los exabruptos verbales de Gerardo Fernández Noroña y la cada vez más errática actuación de Adán Augusto en el Senado, solo agregan tensión a un ambiente que ya de por sí es tóxico e improductivo.
En medio de esa tormenta, la pregunta que resuena en todos los pasillos es: ¿dónde está el piloto que navegue a puerto seguro?
La presidenta Claudia Sheinbaum tiene frente a sí un reto monumental. Como jefa de Estado, no puede permitirse que el Senado y la Cámara de Diputados se conviertan en unas cuevas de rencores, ajustes de cuentas y pugnas intestinas. Ya tiene bastante con los desafíos económicos, de seguridad y sociales del país, como para además tener que fungir como niñera de senadores y diputados federales sin brújula. Pero como bien reza el dicho: no hay mal que por bien no venga.
Frente al naufragio moral y político de varios actores varones que han defraudado el espíritu de la 4T, la oportunidad de oro recae sobre las mujeres. Es momento de que aquellas que han demostrado capacidad, honestidad y firmeza, asuman el liderazgo institucional que tanto urge en el país.
Y ahí se abren posibilidades reales. Gobernadoras como Rocío Nahle en Veracruz, Marina del Pilar en Baja California, Layda Sansores en Campeche, Evelyn Salgado en Guerrero o Indira Vizcaíno en Colima, se están ganando a pulso su lugar en la historia por su trabajo firme, a pesar de las adversidades. En el Congreso, senadoras como Imelda Castro y Malú Micher representan una generación que puede, y debe, tomar las riendas del Senado con otra visión, con otra ética y con mayor compromiso con los ideales fundacionales del movimiento.
Lo que no se vale es seguir permitiendo que personajes quemados, cuestionados o desleales, mantengan secuestrada la agenda legislativa con sus ambiciones personales y su falta de escrúpulos. Morena no puede darse el lujo de tropezar con las mismas piedras que prometió remover. No puede predicar transformación mientras permite impunidad.
Si el Senado de la República aspira a ser algo más que un club de autoprotección, necesita una reconfiguración urgente. Que los involucrados en escándalos se separen del cargo mientras se esclarecen los hechos. Que se abran investigaciones profundas y sin simulaciones.
Que los acuerdos cupulares cedan ante el mandato democrático que millones de personas dieron al proyecto de transformación. Que las mujeres que sí están comprometidas con ese ideal, den el paso al frente.
El movimiento que encabezó López Obrador no nació para reciclar vicios ni para tapar corruptelas. Nació para sacudir el sistema. Hoy, más que nunca, esa sacudida debe empezar por el Poder Legislativo.
Porque si no lo hacen ahora, cuando más se necesita, después será demasiado tarde. Y en política, cuando se pierde la congruencia, se pierde todo.
Al tiempo.
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